Revés Online

La muerte es también arte no visible

ENSAYOS PARA LOS QUE HACEN CRUCIGRAMAS

Gregorio Paz

Estoy despertando luego de un letargo amplio y hondo. A mi lado hay montañitas de basura y en la ventana pasan la película: minúscula, tediosa, de un martes abigarrado en la terrosidad de la semana. Ni una gana breve tengo de abrir los ojos.

Pestañear es mi primer dolor matutino. Tristeza hasta donde alcanza mi mano derecha, la entumida. Tristeza hasta donde alcanza mi nariz que sorbe viento y pájaros pequeños que nadie mira, de tan chiquitos, de tan de aire que son ellos.

En días como estos me siento como en un museo, en un álbum de lo invisible. Un lugar al que hay que entrar con los ojos cerrados e imaginar cada pieza.  Dejar que cada una de esas imaginaciones, invisibles e impalpables, nos respiren en la nuca y nos miren recorrerlas curiosos, con nuestros ojos cerrados.

El mundo, o lo que queda de él allá afuera, sigue dando vueltas en círculos imaginarios, colgándose y descolgándose de los cables; paseándose sucio y resacoso por las avenidas inundadas de ruidos: cláxones, laberínticas miradas de todos los humanillos que por ahí andan, creyéndose algo, lo que sea, arribando al mundo, éste, con su bandera y queriéndola clavar ansiosos, orgullosos de ser ellos, hombres o mujeres, descubridores de lo que sea que hayan encontrado. Luego se cruzan con el mundo, en alguna esquina, se sientan, quizás, a su lado en la lonchería, y nunca se dan cuenta, el mundo para ellos es lo que los rodea. No se darán cuenta que están rodeados de nada, el mundo, al igual que ellos, también anda huyendo de sí mismo.

Acabamos de superar otro día de muertos, la pachanga que me reventé desde el 28 de octubre no me había permitido escribir esta columna, como cada lunes; sin embargo, luego de tronarme los ojos y revolotear alcohólicamente como una palomilla atarantada por los bares de la ciudad,  decidí beberme un par de caféses (¿o se dice cafés?) y ponerme a escribir para sacar toda esta lengua que le crece a uno, adentro, luego de tantos días regándola insistentemente con anatemas y resacas inagotables. Las noches de parranda fueron todas en compañía de los muertos, la verdad no sabría decirles con cuántos, pero si recuerdo que todos me miraban como asustados, mientras yo me trataba de sostener en pié y me movía parabólicamente sobre mi propio eje (nótese que no tengo la menor idea de lo que estoy diciendo), pobrecitos de los muertos, pensaba ya algo alcoholizado, y los veía servirse copa tras copa y brindar por su infinita y larga muerte, “por nuestra infinita y húmeda muerte”, decían, “por nuestra muerte lenta que no acaba, por está muerte profunda y honda como este vaso de vino”, y sonaban las copas y reían sonoramente, y yo trataba de alcanzarme un delicado para encenderlo y decirles que salud también porque los muertos siempre serán más que los vivos, pero no podía ni con la mosca que en ese momento sentí recostarse en mi hombro, y sólo contuve el aire hasta que deje de mirarlos, o ellos a mí, y amanecí rodeado de hambre y de un intenso olor a tierra mojada. Los muertos arman buenas borracheras, todos son ya fantasmas, se han querido hacer invisibles, han decidido esconderse de los ojos abiertos de los vivos, que de todos modos, ni ganas tienen de verlos.

En plena recuperación y ante la ociosidad, me puse a leer cosas en Internet, por ahí encontré la noticia de un Museo del Arte No Visible, museo en el que, para acabar pronto, hay que imaginar las obras, lo único que se ofrece al espectador es la descripción de la obra, misma que puedes comprar por unos cuantos miles de dólares. Cito una nota: Hace unas semanas la modelo, actriz y productora de páginas web estadounidense Aimee Davison compró esta instalación invisible, Aire puro, por los US$10.000 que pedían, con el objetivo de «apoyar el arte que está naciendo en las redes sociales». Y no ha sido la única; una coleccionista de Detroit compró la escultura invisible Piedra dorada, por mil dólares. Ambas compradoras recibieron una tarjeta con la descripción detallada de la obra de arte no visible y un certificado de autenticidad.

Podrá ser esa una fanfarronada, a mí nadie me paga absolutamente nada por las barbaridades que cada semana les cuelgo por acá, y también les hago imaginar cosas bastante interesantes, fumadas, algarábicas[1], y locochonas; sin embargo, no deja de sorprender la tan delgada línea que existe entre la literatura y el arte visual, porque a fin de cuentas lo que nos ofrece ese museo no es más que literatura, un puño de letras que son el pase a una obra imaginada, tan real o tan ficticia como la que realmente existe en los museos de “a de veras”. Lo que nos enseña, o lo que nos muestra realmente el Museo del Arte No Visible, es la frágil capa que separa a la realidad de la ficción, la profunda irrelevancia de una obra de “arte” que pueda o no ser tangible, mientras exista en nuestra cabeza. Eso es lo que hago yo, fantasma literario, apenas esbozo de hombre, intangible yo, sin hueso y carne, y sin embargo, dentro de mí viaja una ciudad, miles de hombres chocando unos contra otros, yo también soy un Museo del Arte No Visible, porque vivimos sin darnos cuenta que la vida es un museo lleno de ventanas, y que los hombres somos un montón de ojos que ¿miramos?

Ayer, haciéndole honor al Día de Muertos, alguien le colgó los tenis al presidente de La Piedad, le metieron unas balas calientitas a su frío cuerpo y lo apuntaron a la lista de los moridos gracias a la guerra de Felipón. Que en paz descanse el alcalde panista (como diputado en su curul), y que se apunte para la parranda del año que viene, con mis amigos: los muertos. Pero no se apuren blanquiazules, ya vienen los vengadores de la era moderna: Anonymous, ese grupo invisible de hackers que a últimas fechas ha tirado servidores de diferentes instancias, gubernamentales o no, para protestar sobre diversos temas, ahora ha dicho que va contra el narco y que el sábado 5 de noviembre echará a la luz datos que ligan a estos grupos criminales con políticos, burócratas y hasta taxistas. A ver si es cierto, diría mi abuelita (que también vino a la fiesta de los muertos, por cierto).

 

Más en http://joseagustinsolorzano.blogspot.com

[1] Esta palabra no existe en el Diccionario de la RAE.

 

Salir de la versión móvil