¿Podrán sobrevivir los medios impresos en un mundo donde la mayoría quiere noticias gratis, actualizadas minuto a minuto y con posibilidad de retroalimentación?
Al margen de las crisis que históricamente han afectado a la industria del periodismo, ya sea por incremento en los costos de materia prima o efectos secundarios como menor publicidad derivada de procesos económicos a la deriva, la llegada de la Web 2.0 tal y como hoy la conocemos vino a cambiar la forma en que se estructura la cadena de valor en los medios de comunicación, sobre todo en los periódicos impresos, que se están enfrentando a un lector que quiere información gratuita, instantánea y con posibilidad de retroalimentación.
Este cambio apenas se está asimilando, sobre todo en los diarios más poderosos e influyentes, quienes invierten una importante partida para sus ediciones digitales, lo que incluye personal especializado como programadores, redactores o line y comunity managers.
El negocio de los periódicos impresos está mutando, pues el método de vender publicidad a cambio de circulación garantizada ya no funciona como antes, sobre todo en aquellos diarios que van dirigidos a ciudadanos que se informan en la red. Si la gente tiene noticias gratis ya no compra el periódico, luego entonces, el empresario dudará en invertir su dinero publicitario en ese papel que se queda sin comprar en los puestos.
La nueva estructura en la cadena de valor ya se refleja en todo el mundo, desde diarios globales como El País hasta revistas especializadas como Newsweek. Ahí tenemos ejemplos de cómo Internet afecta directamente en las organizaciones, obligándolas a disminuir personal de las redacciones o incluso a apagar el switch de sus imprentas.
¿Cómo sobreviven entonces los periódicos ante la constante caída de sus ventas físicas? Una es llevando sus estrategias de venta a la red; algunos ofrecen sus contenidos solo bajo suscripción pagada, aunque la gran mayoría ha optado por hacerlo de forma gratuita y vender publicidad mediante banners y algunas otras herramientas. La pregunta es si esto funciona como funciona un plana impresa, ya que al lector on line por lo regular le molestan estos banners al que incluso califica de “invasores”.
En una conferencia sobre el periodismo contemporáneo, el reportero y escritor Humberto Padget aseguró que, paradójicamente, él ve más páginas impresas que nunca antes en ciertos diarios, aunque ciertamente, estas páginas son de nicho, suplementos para mercados bien definidos que gustan de pasatiempos como los autos, la cocina, el turismo, etc. Tal vez ahí esté parte del salvamento al impreso, publicar contenidos muy dirigidos, pero aquí entra en duda el papel del periodista relacionado con el empresario, pues pareciera que éste último, asesorado por expertos en mercadotecnia, dicta la línea editorial movido no por el interés público, sino por la renta asegurada.
Tampoco olvidemos que los gobiernos a través de sus oficinas en comunicación social subsidian a muchos diarios que por las puras ventas y publicidad ya habrían naufragado. Hay quien sostiene la idea de que una sociedad bien informada es mejor, de ahí que el poder político se justifique cuando otorga estas partidas que sin embargo pueden caer en el exceso y, por otra parte, condicionar de facto la línea editorial del medio, pues como rezaba una máxima de la política mexicana: “No pago para que me pegues”.
Otro factor que sin duda ha impactado en el esquema de negocios es la participación activa de los ciudadanos en las redes sociales. Si un hombre o una mujer no le creía al medio era un misterio hace años, pero hoy las reacciones son inmediatas y virales, al grado de crear campañas espontáneas como las del colectivo YoSoy132, que, con suerte o sin ella, abrió el debate sobre la democratización en los medios.
Otro misterio era, y lo sigue siendo en muchos casos, la circulación de un periódico. Para quien invierte en publicidad es complicado saber a ciencia cierta cuántos ejemplares se venden y cuánta gente los leerá. Una vieja técnica era la de asegurar que un solo ejemplar es leído al menos por tres personas, pero eso olía a más teoría que verdad. En la era digital esto ya no es tan misterioso, pues existen varios mecanismos para medir la popularidad del medio: bastará con entrar a sitios como Alexa para verificar el ranking del sitio, o echar un ojo a Facebook y ver no sólo cuántos fans tiene la página, sino qué tanta interacción provoca con el público. Lo mismo en Twitter, donde a los followers se suman otros factores como la cantidad de RTs o favs. ¿el medio cuenta con canal de Youtube? También ahí son públicas las reproducciones, los comentarios, tantos los positivos como los negativos.
Ante todos estos cambios, los medios de comunicación han tenido que dar un viraje en sus estrategias de negocio, entender al mundo virtual sin renunciar a sus ediciones impresas. Ese equilibrio, esa dualidad, es el máximo reto al que se enfrentan hoy por hoy. Ya veremos cómo les va.