Por Alejandra Quintero
Afuera del Centro de Convenciones había una fila que rebasaba por mucho las expectativas de cupo en el Teatro Morelos, era lógico, los que se habían retrasado, no lograrían entrar…bueno, al menos eso se pensó. Es evidente cuando el invitado pide ciertas condiciones durante su visita, así que, al menos la organización del Festival no tienen ningún reproche, sobre todo porque el 90% eran “simples mortales” como se aferran a llamarse en las redes sociales, por aquello de que ya basta de decir que el Festival no es para los morelianos, lo ha sido siempre y en ésta como en muchas ocasiones, el público rebasaba en cupo a la prensa e invitados, que algunos ni llegaron porque sus lugares brillaron por su ausencia y eran solo unos cuantos.
La euforia quizá nos lleve a caminos insospechados, pero como admiradores incluso, debemos reconocer los límites; los portazos, los gritos, los insultos, las patadas en la puerta, están muy lejos de la ideología de quien dicen admirar, digo, porque la admiración lleva al ejemplo ¿no? Tanto los escandalosos groupies como los aferrados odiadores llegan a extremos que resultan nefastos.No es un secreto para nadie que las personas estamos ávidas de que alguien escuche nuestros más profundos temores y ya de pasada nos ayude a solucionarlos, y durante la visita de Alejandro Jodorowsky a Morelia quedó más que al descubierto en su anunciada Master Class. El chileno lucía dispuesto a conectar con el público y admiradores que se dieron cita para escucharlo hablar de lo que habían prometido como una cátedra de cine, cosa que no sucedió del todo, pero que sí dio varias pistas de su nueva cinta La danza de la realidad.
Al comenzar sentenció: “No vayan a una escuela de cine, se harán esclavos del cine norteamericano”, el de super héroes cretinos que no valen el dinero que se gasta, ni que se produce, lleno de clichés como el uso del cigarro y alcohol, en escenas cuando los personajes lucen agobiados y esto les alivia. Una conferencia que se salió de lo convencional entre los chistes y anécdotas que el psicomago contaba, hasta el grado de poner a aullar al auditorio para conectarse con su ser esencial. Situación incómoda para algunos y liberadora para otros, a mí honestamente, me daba más temor escuchar las patadas y gritos en la puerta trasera del teatro.
“Yo quisiera hacer un cine donde recibas un impacto, en el sentido emocional e intelectual”, decía Jodorowsky al referirse a la pasión con la que se realizan las cosas, para crear lo que el llama una obra verdadera: “hacer cine bello, sublime, donde la gente pueda adentrarse a sí mismos”
La danza de la realidad
Un cine atiborrado, gente necia, nada de espacio y mala organización del personal de Cinépolis, hicieron que la espera para ver el estreno fuera interminable, entre aventones, malas caras y confusión total. Pero al parecer no fue cuestión específica de esta función, sino una situación recurrente para quien tiene la mala idea de pisar el cine en la noche. Van a pasar hasta que la alfombra roja pase, decían cansados los trabajadores del complejo de cines, pero no es nada fácil esperar cuando estás siendo aplastado.
La sala 4 se llenó en pocos minutos, una chica a mi lado, aliviada se sentó diciendo: por fin, lo logré, la del otro lado se agandallaba un asiento apartado por otro chico. Cuauhtémoc Cárdenas Batel y Alejandro Ramírez hicieron la presentación oficial del director en la sala, quien a su vez presentó a su equipo, conformado por sus dos hijos, Brontis y Adán Jodorowsky, su esposa Pascale Montandon y su productor, Xavier Guerrero.
Finalmente después de los protocolos, el público se quedó sin Jodorowsky para compartir la proyección. Se trata de una historia autobiográfica que se desarrolla en su natal Tocopilla, Chile, en donde se muestra la historia de un niño triste que tiene que soportar un entorno familiar pobre emocionalmente, con un padre lejano de cualquier emoción, tirano y agresivo, y una madre vejada y frustrada por no haber cumplido sus sueños. Una cinta que refleja los miedos más profundos del también escritor, y es que la gente tiene miedo a todo, en eso Jodorowsky tiene razón, no es un secreto, pero lo palpé cuando discretamente saqué mi celular para enviar un mensaje y una chica, parte de la organización del Festival, corrió a pedirme que no grabara nada, cosa que no me había sucedido en la decena de películas que ya recorrí, el miedo a la piratería, pensé.
Dentro de las exageraciones características del director, hay momentos en los que se sobrepasa, su voz en off guiando al espectador por sus niveles de reflexión y conciencia, más sus apariciones llevando a su niño interior a sanar su presente, resultan distractoras, no permite en ratos olvidar que se trata de una obra terapéutica. Al menos hasta la segunda parte, en donde se hace presente la ficción y podemos ver más de su cine, metafórico, analógico, como las imágenes de un Chile de hermosos paisajes pero agobiado por la dictadura, contrastado con los colores chillantes que dan vida a los personajes, representados simbólicamente a través de la extralimitación visual, en sus carencias o intenciones.
Podría decirse que el cineasta cumplió su objetivo principal que era sanar esa parte de su vida a través de su obra, pero en cuanto a cine se refiere, quizá queda a deber y para algunos será mera catarsis. Las expresiones artísticas nos permiten alcanzar puntos profundos de nuestro interior, y a veces resulta mejor cuando se realiza a través de técnicas sutiles que se quedan plasmadas en la obra, para dejar al espectador esa parte de reflexión de la que hablaba el chileno en su conferencia. Claro que habrá quien vea una obra de arte por sentirse identificado con las situaciones dramáticas o divertidas de la cinta, y bueno, finalmente de eso se trata el cine, de lograr un diálogo con la gente hasta un grado que se desconoce.