Revés Online

¿La realidad es una estúpida o sólo nosotros?

Durante la escritura de este texto

traje en la mente a Adriana Pineda.

Va para ella.

Introducción con nostalgia

Nadie se puso intenso cuando la experiencia del cine en salas públicas cedió parte del mercado a los advenedizos agrupados en el formato Blockbuster; hoy, pocos serán quienes extrañen leer el periódico en papel.

Fueron avances tecnológicos puestos al alcance de los seres humanos normales. Ya ni me pongo en modo histórico y les suelto un choro sobre los discos de vinilo. Parecían condenados a desaparecer y devinieron nicho de mercado de alta gama. A fin de cuentas, uno termina aceptando y consumiendo cualquier avance puesto a la mano de los seres humanos normales y consumistas.

Recuerdo el orgullo experimentado cuando me compré el Diccionario del uso del español de María Moliner. Me sentí a la vanguardia. Corrían los últimos años de la década de los noventa del siglo pasado y Google andaba apantallando adolescentes con acné en Estados Unidos. Apenas “rayando el nuevo siglo”, esa cosa había desbancado casi cualquier intento para buscar información en una enciclopedia, biblioteca o diccionario. Sólo faltaba lo más sencillo: esperar a que las computadoras fueran accesibles a todos los sapiens y eso ocurrió: florecieron locales de renta de ordenadores a cinco pesos la hora.

A todititos nos afectan y ayudan los avances tecnológicos. Les dejo algunos chismes personales: desde el año 2017 no compro libros papel y me he ahorrado miles de pesos; comprar periódicos fue una tradición dominical que me encantaba y permitía llevarme a casa hasta cinco diarios para leerlos con calma, hacer recortes de artículos interesantes, archivarlos para futuras consultas y cosas así.

Tampoco he vuelto a Sanborns para ojear revistas y si me pierdo en algún código postal de mi ciudad o el mundo, mi iPhone está listo para rescatarme de la desorientación compulsiva de mi vida. Hace unos cuatro años me enfermé bien cañón de los riñones y fui intervenido quirúrgicamente con unos aparatos muy robotizados que evitaron errores o imprecisiones del galeno a cargo de mis entrañas.

O sea, todos los avances científicos a mi alcance e interés los he asumido como normales, tal como lo hacen tantas personas en este mundo indiferente.

Mi vida sería incómoda sin esos avances y lo supe hace unos días, cuando me quedé, en tierra apache, sin pila en el celular. Sentí que el mundo se iba a terminar y chance el fin del mundo ha de pasar por la experiencia de quedarse sin teléfono. Dependemos horriblemente de la ciencia. Incluso para “ser nosotros mismos” porque, oiga usted, no figuramos sin redes sociales. Esa jalada de que “en el feisbuc todo es mentira” es… una mentira. Si en algún espacio somos “más auténticamente nosotros”, es en TikTok, Instagram, feis o alguna variable de esas plataformas.

Realidad

Admiro a esos seres que pueden vivir sin redes sociales (lo he intentado y no puedo), son dignos de encomio esos humanos que transcurren su existencia con un teléfono sin mayores prestaciones. Me conmueve el romanticismo de esas personas felices de hacer filas en los bancos para mantener el contacto personal. Hasta siento feo confesarlo, pero es hora de hablar “al chile”:  me rindo sin hacerla de tos frente a cualquier avance que me haga la vida más facilonga.

En este momento están en su derecho de espetarme “¿entonces cuál es el problema? Sigue con tu vida facilonga”. Y pues sí, pero ¿cómo les diré? No sé si será la edad que nos hace cada vez menos comprensible la vida a ciertos homínidos en franco proceso de extinción -como quien esto le pergeña.

 Parte dos (donde se hace referencia a dos escritores)

Esta entrega pudo ser un Expediente Vegetal porque trae esa reminiscencia, pero no. Quise hacer de este escrito algo menos circunscrito a los vejetes, pero bueno, cuando uno se hace mayor le entran unas ganas de llevar la fiesta en paz, no gastar el tiempo en pleititos, chismes o críticas nomás para joder a otras personas. La mejor definición de esto de la edad se la leí a dos sujetos conocidos. Dos escritores que a muchos les parecen insoportables y a mí me caen rete bien.

Les pondré sendos párrafos pergeñados por esos sujetos. Uno de ellos, mexicano, habla de su papá, quien recién cumplió 102 años y sigue siendo independiente. Lo que dice de su papi es lo que -sin siquiera llegar a los setenta- de repente deja pensativo porque es lo que me pasa ahora, cuando me parece que ya no le entiendo del todo a la gramática de esta vida, de este país, de esta ciudad (y cada vez me importa menos que no le entienda, by the way). Va Xavier Velasco hablando de su papá. El artículo salió el 1 de noviembre en Milenio y se llama “Un siglo pasa volando”.

Mi padre tiene 102 años. Vino al mundo en 1923, un par de meses antes del Putsch de Hitler y otro tanto después de la muerte de Pancho Villa. Poco queda del mundo que solía conocer, y del que hablaba con la vehemencia propia de quien comparte el alma de su tiempo. Hace ya varios años que las conversaciones imperantes —salpicadas de términos para él perfectamente incomprensibles— le recuerdan que para efectos prácticos es un extraterrestre. No solamente vive en un planeta ajeno, sino asimismo en un tiempo perdido.

Ahora uno de Arturo Pérez Reverte, publicado también en Milenio, pero el 2 de enero de 2021 (“Ganar al futbol es de fascistas”) cuando apenas tenía setenta años y, aunque parece decepcionado de muchas cosas, no es el tono del texto:

La ventaja de llegar a mi edad, de tener lectores y de que no haya nada que ganar ni perder, es que puedes ponerte apocalíptico sin que pase nada. Decir lo que piensas sin que importe a quién gusta y a quién no. Y lo que pienso es que esto se ha terminado. No ahora mismo, por supuesto. Las épocas tardan en pasar y los imperios, siglos en caer. Pero la Europa en cuyo respeto fui educado, el mundo cultural e intelectual del que se nutren mi vida y mi trabajo, está sentenciado a muerte. Este lugar que fue luz del mundo, cuna de ideas, humanismo y cultura, es hoy una payasada grotesca, remedo de lo que él mismo generó y que, devuelto tras la manipulación del tiempo y la estupidez, lo enfrenta a su propia caricatura.

Entre el mundo ajeno que habita el papá de Velasco (Poco queda del mundo que solía conocer, y del que hablaba con la vehemencia propia de quien comparte el alma de su tiempo) y el desánimo de joven septuagenario que invadió a Pérez Reverte en 2021 y que se sintetiza en la libertad de poder decir lo que piensa (Y lo que pienso es que esto se ha terminado).

Entre esas dos ideas o puntos de vista me encuentro.

No por algo familiar o algún desencuentro con las personas con quienes nos queremos bien. No. Es otra cosa y tiene relación con mi país y el desánimo que me provoca ver hasta qué punto somos una sociedad enojada, rencorosa, con ganas de vengarse y permanentemente agraviada. No sé qué puedo hacer salvo intentar ser una mejor persona y no fastidiar al prójimo.

Algo está dejando de ser comprensible para mí y -de manera harto extraña- no me siento desfalcado por ello. Desanimado, sí. A eso contribuyó la lectura de un libro hace unas semanas chequen el artículo anterior a éste.

Parte tres (donde se aborda la inteligencia artificial y al monstruo de Frankenstein)

Volvamos a los avances científicos al servicio de los consumidores del mundo y a lo felices que somos sin establecer contacto personal con nadie. ¿Para qué hablar en persona si podemos hacerlo por WhatsApp?

Me refiero a la Inteligencia Artificial (IA). Eso, para que vean, sí me tiene de lo más angustiado. Abriré lo más íntimo de mi intimidad para darle contexto a la idea que pretendo transmitir. Les dejo unos párrafos de mi “Querido Diario” redactados hace una semana. Ahí les van, en cursivas y toda la cosa:

Mi relación consciente con la inteligencia artificial la quisiera nula, pero uno ya no sabe si la está usando incluso sin desearlo. Me asusta ese asunto y creo que terminará haciéndonos daño. Lo que dice Yuval Noah Harari en su libro Nexus lo he pensado desde a antes de leer su libro. Puede ser que desde hace meses haga uso de esa cosa sin saberlo. Es más, casi estoy seguro de ello, pero cuando un robot me pregunta si quiero hacer tal o cual cosa con “la opción inteligencia artificial”lo rechazo. No le preguntaré nada aunque quizás, con cada consulta en Google ya lo esté haciendo.

Esto puede pasar por hipocresía. Alguien puede preguntar por qué no sigo usando diccionarios de papel o escribiendo textos en una Olivetti Lettera. Y sí, parece hipocresía, porque usar la cibernética para saber el significado de una palabra o corregir textos en una computadora es más fácil, rápido, y eficaz con las nuevas herramientas que como se hacía hace treinta años. Pura productividad capitalista. Lo reconozco, pero hay algo siniestro, temible en eso de “hablar” con “algo” y que incluso te pueda confortar anímicamente. Lo que en la película Her (2013) aún parecía lejano, ya está aquí; la “selección natural” mostrada en la película Gattaca (1997) seguramente está en marcha o en sus pruebas finales.

¿Sirve de algo oponerse, decir “no quiero usar la IA”? Quizás no sirva de nada. A fin de cuentas, no hay registro de oposiciones exitosas a los avances que nos han hecho la vida más fácil. No se detuvo ni con la prensa, ni el fuego, ni la rueda, ni la fotografía, la tele, el cassette, el CD o el streaming. No se detendrá con los prejuicios de sujetos que empiezan a perder o peor, no entender, las nuevas gramáticas de la vida y no andamos angustiados por ello.

Hasta ahí lo de mi “Querido Diario”. Paso ahora a ocuparme de la novela Frankenstein o el Moderno Prometeo. Dejo de lado las versiones cinematográficas que lo han transformado en algo más o menos alejado de la idea de Mary Shelley. Ya veremos cuál será la más reciente interpretación a cargo de Guillermo del Toro. Nosotros, en este momento, nos lanzamos con el libro de Mary Shelley.

La creatura manufacturada por el doc Frankenstein era un ser atípico y estéticamente no arrancaba suspiros, ni poseía un sex appel como para decir “ay, no mames, porque me enamoro” pero tampoco era específicamente malo. Ya luego el entorno hizo su chamba, como siempre.  Hablaba, además del francés, al menos dos idiomas (alemán e inglés) y sabía un chorro de cosas, razonaba como cualquier persona pero bueno, el galeno no parecía interesado en hacerse responsable de su creación y las consecuencias fueron muy tristes  y culebras. Les pido atender a un detallito de la creatura porque es clave para mi rollo de esta semana: el monstruo hablaba. No como menso. De hecho con el detalle de hablar, deja la categoría de “manufactura”. Dominaba el lenguaje, sentía, reaccionaba, razonaba. Hablaba pues. Tenía un discurso. ¿Ya podríamos considerar a ese ser una persona?

Pues sí, pero ¿cómo les explico? Ese ser no sólo medía más de dos metros y hablaba tres idiomas (dicen que el inglés se le dificultaba) pero pues… mmh… podía ser muy inteligente y muy humano, pero estaba rete feo y -lo que sea de cada quien- su papá, el mismísimo doc Frankenstein, nomás se hizo güey con su hijo (porque en estricto sentido eso era: su papá). Todo esto debería resultarnos conocido, como un simpático déjà vu.

Con la inteligencia artificial pasa algo igual. Esa cosa tiene uno o cientos de papás o doctores Frankenstein que la hacen cada vez más eficaz y convincente. Ya se le piden consejos, terapias, resolución de problemas de toda laya. Nos facilita la vida.

¿La inteligencia artificial, como el monstruo de Mary Shelley, “está fea”?

¿Quiere tener un novio para no sentirse tan sola?

No sabemos, pero algunos paranoicos estamos seguros de algo (somos necios pues): se nos rebelará. En eso coincido con  Yuval Noah Arari y sus postulados expuestos en Nexus.

¿Quién se hará responsable de esa revelación -y luego rebelión?

Por ahora, se nos pide estar tranquilos. Todo está bajo control. La IA “sólo es una herramienta a cargo de los humanos”.

Ok ¿Y si no?

¿La podremos mandar al Polo Norte como la creatura del galeno Frankenstein?

La literatura es pura ficción, pero suele hacerse realidad.

Pero eso no debe preocuparle a nadie.

A todo se acostumbra uno. Es cosa de ver hasta qué punto de jodidez hemos llegado en la capacidad de mirar con atención lo que pasa a nuestro alrededor. Me refiero a lo que pasa en la mera realidad, no lo que pasa en la otra realidad de las redes sociales, las fake news, los algortimos y cosillas así.

Antes era una chistosada decir “si la realidad no se ajusta a mis deseos, es que la realidad es una pendeja”.

Ya no es broma. Preferimos vivir realidades alternativas.

Y ¿saben? Lo más cañón es que no me sorprendería que ya fuera (yo) un usuario de la IA y aquí me tienen, echando pestes de un servicio que terminará siendo esencial. ¿Será?

Salir de la versión móvil