Hace una semana les puse un texto en donde expuse mi compromiso de leer autores michoacanos y reseñarlos en la revista Revés Online y en mi muro feisbuquero como una forma de alentar la lectura de los nativos de esta tierra de palomas mensajeras.
Algunos lectores pusieron sus puntos de vista en el espacio correspondiente en mi feisbuc. Eso estuvo chido, pero quienes quisieron comentar en la sección de comentarios de la revista Revés se quedaron con las ganas porque desde hace años es imposible hacerlo. Otros, pudorosos, optaron por escribirme a mi whatsapp. Entre quienes optaron por el güatsap me topé con un audio de Gustavo Ogarrio. Su comentario me pareció interesante, le pedí autorización para citarlo in extenso. Aceptó y les dejo aquí abajo sus palabras.
«El mercado editorial, como lo planteas en tu texto, ya no existe. Las grandes editoriales -y la alfaguarización de la literatura- atienden cosas diferentes a las que representan las escrituras locales o regionales. Se conectan -si acaso- solamente cuando un autor es llevado a una gran editorial y el escritor “se divorcia” de su entorno -aunque sus temas sigan siendo locales.
A Francesca Gargallo, la editorial Seix Barral le ofreció, cuando ella era “una escritora emergente”, publicar sus libros a cambio de que sus personajes femeninos fueran menos extremos o radicales, que los suavizara pues. Ella, como sabemos, fue un referente del feminismo y no lo aceptó. No sé si hizo bien o mal. Yo creo hizo bien. El problema que ahora se tiene es cómo se va a divulgar su obra. Recordemos que Francesca era una autora que publicó varios de sus textos en la Editorial Era y hacerlo en ese sello no era cosa menor. Era otro nivel.
Pienso que las empresas locales que mencionas en tu artículo (Morevallado, Silla Vacía, Arquera, Jitanjáfora e incluido Nitro/Press) no están creando mercados en el sentido tradicional del término, sino comunidades lectoras y que sus autores, entre quienes me cuento, no estamos con el ánimo de algún día vender cinco millones de ejemplares o alcanzar “el éxito”. Ese no es el objetivo.
Yo me siento muy bien respecto a la promoción y distribución que Mauricio Bares (Nitro/Press) hace de mis textos. Cierto: debemos apoyar el “mercadeo” de nuestros libros, pero éstos los encuentras en librerías de todo el país, circulan en ferias y en formatos digitales.
Por otra parte, cada vez es menos la compulsión por publicar a gran escala. Antes de la revolución de las redes sociales uno solía decir que tenía cinco lectores; hoy tenemos comunidades de lectores. Son esos cien o doscientas personas que ponen Likes y comentan lo que uno escribe en el Facebook u otras redes sociales. Eso es lo que nos tocó, lo que tenemos y es muy importante.
Los textos que publicas y algunos de tus libros tienen una comunidad lectora detrás. La noción del “mercado editorial”, como la habíamos entendido, ya no funciona en otros espacios que no sean las grandes editoriales, pero nos quedan esas comunidades de lectores que se leen entre sí, a escalas pequeñas. Doscientas, trescientas personas, pero esa comunicación se complica cuando se trata de otras latitudes.
Una amiga argentina me manda fotos que le toma a libros muy buenos, editados en empresas independientes que difícilmente podré leer. Tendría que ir a Argentina.
Llegará un momento -quizás no lo lleguemos a ver- que habrá comunidades lectoras y editoriales rentables. Se necesita más comunidad que mercado».
Esa es la idea de Gustavo. Coincidimos. Las comunidades lectoras en Argentina, España, Inglaterra y otros países tienen una dimensión inconmensurable si las comparamos con las mexicanas… y casi ofensiva si esa comparación la hacemos con Michoacán.
En este momento lo que “la rifa” en materia de publicación para los escritores fuera del radar de las grandes corporaciones es el realismo. Éste requiere que los autores “se alivianen” y paguen -por lo menos- por el costo de impresión si pretenden lograr el sueño de ver su libro en papel y con el sello de una editorial (no el de una imprenta; eso cualquiera lo puede hacer).
Podrá parecer una injusticia, pero cualquier esfuerzo independiente en materia editorial (y en cualquier negocio) requiere, además del favor de los consumidores/lectores, de la solidaridad con quien arriesga su capital en empresas quijotescas o dignas de Maqroll, personaje de Alvaro Mutis.
Los tirajes limitados son una salida, pero hasta el momento de escribir estas líneas, la tecnología que permite tirar cien copias y que éstas sean negocio no está generalizada. Falta poco, pero en este momento, sólo holdings como Amazon lo pueden hacer… incluso imprimiendo una o dos copias.
Nitro/Press, ese ejemplo de éxito empresarial con “escritores marginales” o del Lado B -para usar el nombre de una de las colecciones que Mauricio Bares lanzó en su editorial- está lejos de ser una hermanita de la caridad. Nada se le puede objetar porque el asunto de los libros -fuera de las instituciones que gozan de subsidios y presupuestos oficiales- es, primero, un negocio y luego un aporte a la literatura de calidad encarnada en buenos autores sin opción a “alfaguarizarse” (experiencia a la que muchos aspiran aunque no lo confiesen).
Hay empresas cuya bonhomía es tal, que una parte de las ganancias de un libro de superación personal (por ejemplo) financia el riesgo de dar a conocer un escritor desconocido.
Se los mencioné más arriba: imprimir un libro no es barato, pero tampoco es un gran problema. Lo hace cualquier imprenta. Lo complejo -además de muy caro- es distribuirlo, promoverlo, venderlo. Eso cuesta y todas las editoriales del universo conocido lo tienen en mente. Gustavo dice y lo parafraseo: quizás no veremos las comunidades editoriales rentables. Mmh… no coincido con él en ese punto. Sí las veremos. Él lo sabe. Su vínculo con Argentina y Uruguay se lo han mostrado. El escenario dantesco es michoacano.
Ya lo dijo un célebre economista hace décadas e incluso es el título de su libro más conocido: Lo pequeño es hermoso, de Ernest Schumacher. Ok. Está bien: sus tesis parecen impracticables en estos tiempos líquidos (su libro apareció en 1973) pero en algún reducto caben los pequeños mercados. Es más: viven su mejor momento y son bastante elitistas. Lo veremos más abajo.
Los escenarios desplegados por Schumpeter fueron “adaptados” al terreno mexicano por un ingeniero, poeta, ensayista e intelectual excepcional: Gabriel Zaid. En materia de libros, costos, distribución, posibilidades y temas afines lo expuso en dos o tres de sus libros, pero fue puntual en Los demasiados libros, una joya de imprescindible lectura.
Otro sujeto que dedicó páginas excepcionales al tema editorial y sus escenarios de producción, distribución, difusión y rentabilidad es Fernando Escalante Gonzalbo. Busquen A la sombra de los libros. Lectura, mercado y vida pública, lo editó El Colegio de México. No son libros sacados al mercado hace dos o tres años, pero su vigencia es incuestionable.
Nótese: he mencionado títulos como si se pudieran conseguir yendo a “la librería de la esquina” pero todos lo sabemos: el surtido en nuestras librerías es precario. Es necesario pedirlos por correo tradicional a otros lugares… a menos que tengamos el hábito de leer en formatos electrónicos -de preferencia en dispositivos diseñados específicamente para leer libros, como Kindle, Tagus, Kobo.
Otro aspecto a considerar a la hora de las eventuales soluciones o fomento de comunidades lectoras y editoriales, es el formato del libro.
Los libros en papel son lindos y cuando se tiene una cantidad considerable de ellos, se convierten en un papel tapiz prestigioso frente a las visitas (“¿has leído todos esos libros?”). Umberto Eco y Jean Claude Carrière se pusieron a cotorrear sobre libros. Sus charlas están contenidas en un volumen publicado en 2010. Se titula Nadie acabará con los libros. Lo sacó a la luz la Editorial Lumen. En el primer aparatado de ese libraco, Eco se pone punketo y decreta, humildemente, que la “forma libro” (en papel) es perfecta e imposible de mejorar. Es como las cucharas: nada puede mejorar la forma y función de una cuchara. Es perfecta. Igual el libro.
En 2010, los lectores de libros electrónicos apenas empezaban a invadir el mercado y las palabras de Eco eran ley… y quizás lo sigan siendo. Cada quien sus gustos. ¿Los libros en papel son insustituibles? Mmh… al mediano plazo, sí. Un “mediano plazo tradicional” puede durar cincuenta años, claro.
Luego de ese lapso sobrevivirán en un mercado similar al que usufructúan los amantes de los discos de acetato, cuya masa de consumidores ha permitido el florecimiento residual (pero bastante atractivo) de los fabricantes de tornamesas. ¿Será? ¿De plano los hermosos libros en papel, su olor, el placer del tacto y el perverso placer de subrayarlos y ponerles notas al margen, todo eso será parte de un mercado marginal?
Pos creo sí, pero encontrará su espacio de mercadeo de la misma manera en que los nostálgicos consumidores de discos de vinil lo consiguieron: su romanticismo ha reactivado el mercado de los tocadiscos y juran, “postrados de hinojos”, que la única manera digna de escuchar a King Crimson o a Dire Straits es en una tornamesa Rega Planar 2 o cuando menos una DenonDP 300F. Así de mamones son.
Leer en dispositivos electrónicos específicos para libros sigue siendo impopular a pesar de las ventajas que ofrecen. Es cierto: es una lata “dominarlos” en sus funciones y prestaciones, pero van mejorando cada dos o tres años y no fastidian la vista (leer libros en compu o Tablet sí la joroba y le da mucha chamba a los oculistas).
Al final, poniéndome acá, muy pitoniso, creo los libros electrónicos y los dispositivos específicos para leerlos dominarán el mundo. Es un asunto de economía: un libro electrónico suele ser hasta dos veces más barato que en papel y se trata, esencialmente, de leer, no de acumular. El libro en papel permanecerá y será rentable gracias a los nostálgicos. La alianza entre amantes de las tornamesas y de los libros en papel es promisoria.
Las comunidades lectoras mencionadas por Ogarrio giran en torno al papel (su amiga le manda, desde Argentina, “capturas de pantalla” para darle a conocer joyas de la literatura actual inaccesibles en suelo azteca) pero el camino menos engorroso es el formato electrónico en dispositivos adecuados y, claro, tirajes en papel pequeños para los “excéntricos”.
Cuando el consumista gusto por tener un lector de libros electrónico sea más popular, las comunidades lectoras y editoriales arribarán a una tierra promisoria. Antes de eso, las cosas serán complicadas.
Para terminar: las palabras de Gustavo reiteran las coincidencias que en este rubro ambos tenemos. Lejos de mi ánimo pretender rebatir sus puntos de vista. En muchas ocasiones lo he dicho: si algo me da hueva a estas alturas de mi vida es creer que a mis argumentos o divagaciones les asiste esa mamada de “tener la razón”.
No me interesa.
Si mi interlocutor me expone su visión de alguna circunstancia y hay argumentos fundamentados… pos cambio de punto de vista. Si a algo le tengo terror es a las convicciones (las políticas son las más nocivas).
Las comunidades lectoras/editoriales son la solución a la crisis de difusión con los autores periféricos, los del lado B, los del barrio, los que “no se han alfaguarizado” pero estarían encantados, felices de alfaguarizarse.
La misión que decidí aceptar (música de Missión: impossible, por favor) es apoyarme en la comunidad lectora de mis escritos a través del feisbuc y en la revista Revés: hacer reseñas de libros de nativos michoacanos. Parece poco, no lo es.
Falta mucho camino por recorrer, pero en este asunto las cosas son como el agua en el célebre poema de Gorostiza (Muerte sin Fin): sin el rigor del vaso que la aclara (o con su rigor), el agua siempre encuentra su camino y su forma… si no lo creen, démosle un poco de tiempo.
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