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La Sustancia: obviedades de un filme panfletario

La Sustancia

En El retrato de Dorian Grey, la única novela de Oscar Wilde, el personaje Dorian Grey menciona que «Cada uno de nosotros llevamos el cielo y el infierno». El segundo filme de la francesa Coralie Fargeat parece centrarse en esa idea, pero desaforunadamente la longitud del relato la llevó a explorar o a intentar explorar otros temas. Además de desviar la intención de la duplicidad, nos invita a querer odiar la industria del entretenimiento casi como lo hace ella (viviendo de ella). En realidad, nos centra en la lenta transformación de una moderna Doctora Jekyll en una monstruosa Mrs Hyde[1].

La premisa parecía interesante. Una presentadora y entrenadora de televisión en edad madura, Elisabeth Sparkle (encarnado por una excepcional Demi Moore), se encuentra en una crisis mayor al verse sustituida por un talento más joven. En desesperación y de manera prodigiosa, alguien le da un tip: una empresa que puede crear una versión más joven del usuario. El filme tiene guiños intertextuales a El resplandor, La Mosca, El Hombre Elefante y hasta Carrie.

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Es un thriller con tintes de horror y ciencia ficción que lentamente va llevándonos a la dualidad de Elisabeth Sparkle y su nuevo alter ego, Sue (Margaret Qualley), quien nace como Adonis. En vez de nacer de un árbol (que en realidad era su madre Mirra, transformada) nace de su propio cuerpo.

La película se regodea en las habilidades de montaje, en el uso de planos cerrados y ‘macros’ y en un diseño sonoro y musicalización que llega a ser más barroca que un ‘tableau’ sangrante barroco. Así, quiere provocar en el espectador algo más que un ensordecimiento y una reacción nauseabunda y termina por hacer una farsa tan fársica de la industria, que en realidad no hace más que darle una palmada y seguir adelante.

La sociedad agresiva que muestra Fargeat es replicada con ese montaje agresivo y una música igualmente agreste. A diferencia de un montaje lento y planos más generales, como lo ha hecho Nicolas Winding Refn, sobre todo en The Neon Demon, Fargeat tiene una gran necesidad de replicar y exponer lo que parece criticar. Sin embargo, esa réplica ha sido tan común y se ha hecho de formas más creativas y cómicas, como el capítulo de Family Guy llamado ‘Tres directores’, el episodio de Supernatural llamado ‘Changing channels’ o el ‘Critical Film Studies’ de Community.

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Las obviedades de La sustancia son (con perdón), tan obvias que se acercan mucho a cualquier filme panfletario, aunque por fortuna no pisa los talones de bodrios como Barbie. La obviedad como llamar al presidente de la cadena Harvey (en alusión a Harvey Weinstein) o la constante llamada a la sororidad que hace la propia empresa al decir «son una misma», solamente vuelven al filme un relato simplón que se perdió en su necedad y necesidad ideológica, cuando pudo haber explorado una exquisita misantropía y un acertado retrato horrorífico de la vanidad.

Hay filmes cuya enunciación ideológica es sutil. En otros es burda y en otros intenta ser sugerente, pero su propia forma cinematográfica termina desnudando su postura. En el caso de Fargeat, la postura terminó engullida por sí misma, como su propio personaje.

Es una propuesta donde las exploraciones de las dualidades, hoy tan comunes en una sociedad que ansía tener un alter ego virtual para escapar de la aburrida o mísera existencia, terminó en un divertido pero inocuo splasher en el que los malos siguen siendo poderosos y el gran «pecado» es la vanidad. Del mismo modo que la idea de Dorian Grey dice que todos tenemos el cielo y el infierno en uno mismo, lo dice también Dr. Jekyll: El alma de un hombre es una batalla campal de pasiones opuestas.

[1] En evidente referencia a la novela Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson.

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