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La Tormenta llega a Picos Iztacalco

Por Pata Maldita

Desde el hecho de haber elegido una canción de José Alfredo Jiménez para saltar al cuadrilátero parecía que la pelea de Juan Manuel Márquez no comenzaba bien; además, en esta ocasión no traía los calzones con el logo del PRI para darle fuerza, y era entendible: no había elecciones de por medio, aunque sí un país devastado por la tormenta y sin manera de responder a la catástrofe (por fortuna no eligió la canción de “La culebra”, de la banda Nachos).

marquez

Pero era entendible lo del desastre: ni siquiera con Catrina habían podido los gringos hacerle frente a la devastación en Louisiana; sí, había un chingo de soldados en Irak y después los Santos de New Orleans, léase de la NFL, serían campeones con un Drew Brees de récord. Dicen que ni con eso se recuperaron económicamente en Louisiana, y eso que es la única gente con comida decente en los Estados Unidos y una cultura no tan pop.

Tormenta de puñetazos la que Márquez se llevó. Por más que las tarjetas de Lama Lama Lamita indicaban que iba ganando el de México, arriba del ring se veía otra cosa: por cada cuatro golpes que asestaba Timothy Bradley (invicto, y el primero que derrotó al filipino Manny “Pacman” Pacquiao desde que se montó en su macho) Márquez sólo conectaba uno. Y a decir verdad, los moretones los traía también el mexicano.

El furor patrio no fue lo que me impulsó a apostar un cartón a favor de Márquez por ahí de la mitad del quinto round; fue que me contrario llevaba una chica morena de pelo largo, labios rojos y nalgas prominentes. “Los negros son superiores, son la verdadera raza cósmica”, comentó el otro apostador, pero yo la veía a ella y pensaba que la verdadera raza cósmica empezaba en ella.

Cuando iban en el sexto Márquez le dio un putazo de poder a Bradley; la algarabía que hubo en el bar puso a dudar a mi contrincante debajo del ring. “Mejor nada más un six, ¿no?”. Asentí, porque a pesar de andar ya ebrio, yo sí veía que Márquez no iba a ganar. “Dos sixes”, me hizo gritar mi entusiasmo cuando sentí las miradas de la acompañante de mi amigo en el octavo, cuando Márquez trataba de encontrar a Bradley.

Aunque no tenía mucha suerte, el que lo correteara por el cuadrilátero hacía que los connacionales (que la verdad no parecía que vieran mucho box) se pusieran eufóricos. “Lo está encerrando, ahorita le pega, debe ir ganando ya la pelea con este round” (no, la verdad es que así no funciona el asunto). Me perdí los demás rounds porque en la puerta encima de donde estaba la tele no dejaban de pasar, y de vez en cuando sentía la mirada curiosa de la chica.

Mi coetáneo aceptó el reto y mejor le hubiera dicho que nada más un six, pero ella también me estaba mirando. En el último round todavía Márquez lo estaba buscando porque se percibía que si no era por KO no le iban a dar la pelea. No vi las tarjetas. Márquez estaba chillando de rabia al final: dos jueces a uno a favor de Bradley.

“Son Las Vegas, ya no voy a venir a Las Vegas, en Las Vegas siempre pasa esto, siempre me roban, estoy analizando retirarme…”, y cosas por el estilo. Tuve que pagar los dos sixes y me quedé sin dinero. Al menos no fue el cartón. Pero de todos modos la señorita labios rojos, cintura pequeña y pantalones apretados se fue temprano a su casa.

En las peleas contra Pacquiao, la verdad yo también vi al menos dos desfalcos; la última que ganó el de Filipinas fue un robo en despoblado, y la penúltima estuvo más apretada (como la acompañante del que me apostó), aunque se la llevó Márquez con cierta claridad, como ahora Bradley se la llevaba. Pensé en la política, porque al fin y al cabo el negocio y la política son los otros dos nombres por los que se conoce al deporte, aunque nadie lo quiera aceptar. El poder es una puesta en escena y nada más escénico que los deportes: el héroe, el villano, el tocado por la divina providencia, el 10, D10S y “Dios es redondo”, y mamadas así.

¿Algo más claro que cuando el dictador Francisco Franco hacía que el Real Madrid ganara partidos en los que había salido vapuleado, por decreto solamente? ¿Perderían las cadenas de televisión miles de millones sólo porque el equipo no anda en su mejor momento? ¿Si se producen apuestas por millones y millones y las riñas ya están arregladas, hay posibilidad de que un boxeador al que ya se señaló como el derrotado pueda ganar?

El deporte, señoras y señores, mide el poder. Pero ya me estoy poniendo muy serio y eso, definitivamente, no es posible; aunque la verdad sí me dolieron esos dos sixes de Tecate Light, y quizá la chava no se fue conmigo porque perdí la apuesta.

La próxima vez, patrióticos amigos, apuéstenle ustedes a los peleadores mexicanos, consíganse un buen patrocinador como el PRI o algún dictador perpetuo, y si brincan al ring con una canción, que no sea de José Alfredo. ¿Por qué no mejor Javier Solís?, y nos chupamos todos tranquilos.

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