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La tortuosa preinscripción

Frío, hambre, sed, ganas de ir al baño, amistades de unas horas y todo por la descendencia. Aquí, el relato de un buen padre de familia.

Estudiantes de Primaria

Por Jorge A. Amaral

Cuando me preguntaron por qué no le buscábamos lugar a mi hija en el colegio que está frente a mi casa, mi respuesta fue en dos partes: uno, porque es católico, y dos, porque es de Legionarios de Cristo y no pienso dejar a mi hija en manos de personajes cuya reputación todos conocernos no sólo en lo que atañe a abusos sexuales, sino en tanto que consorcio religioso que permitió a Marcial Maciel y sus secuaces darse vida de reyes a costa de los pobres e incautos que caen en sus múltiples negocios, como los colegios Mano Amiga.

En fin que sabiendo la demanda que esa primaria gubernamental tiene, desde el domingo 1º de febrero llegamos a las afueras del plantel para apartar lugar, conscientes de la chinga que eso sería pues las preinscripciones serían hasta el martes 3 y, aprovechando un día de descanso extra, yo tenía que ir a apoyar a mi hermano con su mudanza, lo cual posiblemente me llevara todo el día.

En muchas circunstancias de diferente naturaleza mi esposa tiene una extraordinaria habilidad para involucrarse más de la cuenta y terminar de lideresa, y en esta ocasión no fue distinto pues ya para la tarde, con los demás padres de familia había organizado equipos de seis o siete personas a fin de nada más hacer guardias hasta el martes 3, por lo que, como buena lideresa que manda obedeciendo, me dejó como encargado del grupo que velaría de 02:00 a 06:00 de la mañana, justo el horario en que más sueño y frío se siente.

Yo había andado en la mudanza de mi hermano prácticamente todo el día, y es que con su mujer más embarazada que nunca, me tocó entrar al quite en la limpieza de la nueva casa para de ahí echar viaje tras viaje cada quien en una camioneta. En fin que fueron tres viajes, no sé cuántas cervezas a lo largo del día y la noche y un recorrido por el rap de costa a costa del gabacho a través de la memoria USB en el estéreo de la camioneta, desde NWA y lo más marginal de Los Ángeles, pasando por Bone Thugs ‘N Harmony y su rap de Oakland; Afroman y Scarface con el sonido sureño, 2 Live Crew y su encantadora vulgaridad muy Miami Bass, hasta Biggie Smalls, ese mítico MC neoyorkino (curiosamente, Notorious, siendo el icono del este en lo más álgido de la lucha entre costas a mediados de los 90, hizo rolitas como Big poppa, con un sonido tan G-Funk que parecieran producidas por Dr. Dre, de los iconos de la Costa Oeste).

Así pues, concluida la mudanza llegué a casa. Era la 01:00 de la mañana y a las 02:00 me tocaba la guardia, por lo que ya ni me acosté, sólo cambié mi pantalón por uno más grueso con pijama abajo, me quité los tenis y me calcé los zapatos, me puse una boina y otra chamarra, me preparé un café y me fui a la primaria. Al llegar, el jefe del equipo antecesor se fumaba un cigarro con tal placer y despidiendo un aroma tan exquisito que podía poner mal a cualquiera que estuviera tratando de dejar de fumar, tragué saliva y me acerqué. A partir de ese momento el cansancio se apoderó de mí, si estaba parado me dolían los pies, si me sentaba me invadía el sueño. Consultaba el reloj, caminaba durante algunas horas y volvía a checarlo sólo para darme cuenta de que sólo había cruzado la calle y regresado, todo, cuando mucho, en un minuto.

Tenía sed, una sed terrible, y es que mi ingesta de líquidos durante las últimas 16 horas había consistido en cerveza y refresco. Eran las 03:00 de la mañana y sentía una horrible resequedad en la boca así que me fui al Extra que está a tres cuadras de la primaria. Al doblar la esquina vi que frente a la puerta del local estaba un tipo hablando con el empleado. Un fulano de entre 34 y 35 años, flaco, cabello grasoso relamido hacia atrás, zapatos que, más que jodidos, estaban sucios y una vestimenta que ponía en evidencia la austeridad en la que seguramente vive; como aderezo, en una mano sostenía la cadena de un perro peludo blanco de origen, café a fuerza de mugre. Estaba rogándole al empleado del Extra que le fiara unos cigarros, que él iba en cuanto amaneciera.

–Sí te los pago, si me estás haciendo paro no te puedo quedar mal carnal.

–No es que no quiera, es que al rato llega la encargada, ya me ha tocado pagar por eso.

–Pero yo sí te traigo tu lana, canas.

–Sale pues, ¿cómo te llamas? –Y accedió, sabiendo que posiblemente el tipo insistiría para no irse con las manos vacías.

Previendo que aquello pudiera derivar en una bronca o que el fulano, al ver que iba a pagar con un billete por una botella de agua me pidiera “paro”, guardé mi distancia y él lo notó.

–Con confianza carnal, la gente le saca la vuelta porque se ve que es cabrón pero no –me dijo señalando al perro, aunque a decir verdad, el animal se veía completamente inofensivo, y es que un peluchín nunca infunde mucho miedo que digamos.

–No, lo que pasa es que no me conoce –le respondí para seguirle la corriente.

–No’mbre, mi Tyson es buen perro, como yo, y abandonado, como yo.

–Órale –respondí con lo que se podría traducir como “no me importa un carajo”.

–Sí, a mí me dejó mi nena y a él, su dueña, por eso somos perros sin dueño que andan a estas horas en la calle pidiendo fiado.

La historia era un poco interesante, sobre todo para saber si la dueña del perro y la “nena” del tipo eran la misma persona, o la dueña del perro era la hija de ambos. Un buen blues. Por un momento sentí pena por el tipo ese, quizá si no hubiera tenido que regresar a la primaria hasta hubiera comprado un seis para tomármelo con él, pero no, he aprendido a no confiar demasiado en los desconocidos, y menos en alguien tan desesperado que a las 03:00 de la mañana anda pidiendo fiados los cigarros, y en un Extra para acabarla de chingar.

Regresé a la primaria, faltaban quince para las 04:00 y me había espabilado un poco, así que decidí no sentarme para no sentir más el sueño y el frío. Por fortuna otro padre de familia se me acercó. Desde ese momento y hasta las 06:00 estuvimos hablando de carros, las culerísimas vialidades de Morelia y los escasos valores morales de los chavos de ahora; hasta estuvo de acuerdo cuando le comenté que los que ahora tienen 17 muchas veces han hecho cosas que yo hice hasta los 25 años. Dieron las 06:00 y nos despedimos, él se fue a trabajar y yo, a dormir un rato.

La segunda noche ya fue todo más tranquilo y breve, pues el turno era de 10:00 de la noche a 02:00 de la mañana, pero como yo salgo de trabajar a medianoche, pues en realidad sólo estuve en la guardia dos horas en compañía de mi esposa y los demás papás, todos metidos en una combi de la Ruta Amarilla para protegernos de la pertinaz llovizna moja-pendejos que no se quitó en toda la noche. En cuanto mi cabeza tocó la almohada me perdí.

Así, ya para el mediodía del 3 de febrero, entre gritos y alharacas de aquellos cuyos hijos no alcanzaron lugar y entre reclamos de los padres que sólo se anotaron pero no hicieron guardia (el único requisito para conservar el lugar) se hicieron los trámites. Una chinga, sí, pero eso garantiza para mi hija el acceso a la primaria, y mejor, educación impartida por el Estado, pública, laica y democrática, todo está en que los antorchos no lleguen a cagarla.

 

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