Por Francisco Valenzuela
Esta crónica inicia al revés, así que empezamos con el cierre: el show de Silverio, que muy pasada la medianoche salió como es su costumbre: con peluca, trajecito elegante y zapatos de charol. Media hora más tarde se acaloró y poco a poco fue desprendiéndose de todo, pero no quería hacerlo solo, así que gritaba: “¡Mucha pinche ropa allá abajo!” Algunos le hicieron caso y desafiaron al viento del monte, pero la mayoría se conformó con bailar y reír con el diabólico son electro con tintes high energy de quien por nombre real lleva Julián Lede y que años atrás fuera uno de los fundadores del colectivo Nuevos Ricos, de donde surgió Titán, reforzado por Emilio Acevedo y Jay de la Cueva.
Antes, Molotov salió previo a lo anunciado y provocó que la gente recordara que el Puto es un himno no contra los homosexuales, sino contra la clase política del país, por lo que en la pantalla de fondo un video mostraba imágenes de Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón, Carlos Salinas y Andrés Manuel López Obrador. La banda de tres chilangos y un gringo complació a sus fanáticos con lo más conocido de su repertorio, desatando la euforia en clásicos como Voto Latino, Frijolero, Chinga tu madre, Here we come y Más vale cholo. Su onda no cambia mucho; Molotov toca las mismas desde hace varios añitos, pero la gente los quiere así, con esa potencia que muestran en vivo.
Por el Festival La Yoshokura en su quinta edición también pasó Pato Machete, que aunque a mí me aburre es muy seguido por la banda hiphopera de ahora y de ayer, pues de pronto toca rolitas de Control Machete, el trío que formara en los 90 junto al hoy cristiano Fermín IV y el productor Toy Selectah.
En la carpa electrónica actuaba Disco Ruido, buena opción para resguardarse de una lluvia leve pero amenazante. Entre los visuales y las letras fáciles en voz Alejandra Moreno, los chavales bailaban con sus vasotes de cerveza en mano, que no estaban tan caros como se podría pensar.
Casi frente a ellos tocaban los Technicolors Fabrics en un escenario rodeado por pasto enlodado que hacía casi imposible el tránsito de los melómanos. Tache a los organizadores por dejar que sus fieles asistentes no disfrutaran el festival bajo condiciones estrictamente de calidad en todos los sentidos. Mismo lugar donde el Sonido San Francisco batalló para ajustar su audio, tanto, que entre prueba y prueba agotaron su tiempo y solo tocaron cuatro canciones.
Ese sábado, segundo día del festival, se caracterizó por un retraso de dos horas que alteró el orden de las presentaciones, pero en general cada banda tocó a la altura de lo esperado y dejó contentos a sus seguidores.
Antes, el viernes, el show se lo llevaron Los Amigos Invisibles, banda que tiene poco de rock pero mucho de desmadre y harta proyección en vivo. También valieron la pena las actuaciones de Chilaquiles Verdes y el casi moreliano San Juan Project.
¿Y los videos de la Uvaq?
Muchos días antes, La Yoshokura citó a los medios de comunicación para anunciar que en mancuerna con la Universidad Vasco de Quiroga habían realizado pequeños videos protagonizados por personajes de la ciudad, quienes darían pie a cada una de las presentaciones de cada artista. Según sabemos, fue más de un mes de trabajo de alumnos y ex alumnos de esa universidad que finalmente se despreció, pues las proyecciones jamás se llevaron a cabo.
Por si fuera poco, a algunos de los jóvenes que colaboraron con estos videos (sin cobrar honorarios) se les dio un trato indigno por parte de la organización, con desplantes, rudeza innecesaria y advertencias de «Yo no veo que estén haciendo nada» o «si siguen así, sácalas».
De esta forma transcurrió una edición más de La Yoshokura, reunión que supone un gran esfuerzo por parte de sus organizadores, que mezcla una interesante gama del actual indie-rock, pero que sigue presentando algunas fallas imperdonables y que, al menos por parte de su principal promotor, no soporta la crítica en los medios, aunque esta se haga con el puro afán de escuchar a todas las voces que se manifiestan alrededor del festival.