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Las campañas y el candidato santificado

Mientras voy en la motocicleta, el camión que va delante de mí se detiene de repente. Hay una fila enorme de pasajeros que subirán al transporte. Varios carros se ven obligados a también detenerse. No sería difícil rebasar al transporte público, otros motociclistas ya lo hicieron, pero hoy me siento moralmente correcto, dispuesto a respetar los semáforos y los señalamientos de tránsito. ¿Será porque es temprano?, apenas las campanas del templo anunciaron las ocho de la mañana.

Miro a mi alrededor, mientras los autos pitan y los conductores vociferan «ahí estás bien, pendejo», grita uno, «avánzale, baboso», dice otro. El chofer del camión, de lentes obscuros y camisa blanca, ni se inmuta. Solo mira al frente como un soldado japonés.

Detengo la vista en la parte trasera del camión, tiene rotulada una imagen completa del exalcalde que quiere reelegirse.

Ya he visto otras calcomanías de partidos políticos, pero esta, por alguna razón que intento descifrar, me llama más la atención. La imagen ilustra a un hombre caminando con paso firme, camisa blanca, pantalón de casimir y una aureola detrás de la cabeza, como santificado, y el slogan «volvamos».

Candidato

Sigo recorriendo la imagen y me detengo en sus zapatos, ¿serán italianos? ¿Cuánto valdrán? ¿Importa acaso?

Son muchas preguntas, pero los políticos ya están acostumbrados a tantos cuestionamientos, son, por lo menos en México, celebridades, divas que se presentan ante un público enorme que los mira debajo del escenario. “¡Buenas noches, Morelia!», gritan y el público ovaciona como lo harían con Luismi cuando canta.

No puedo decir que contestan con mentiras, decir que todos los políticos son mentirosos sería una paradoja de autoreferencia, yo al ser animal político también sería mentiroso, ¿cómo sabrían que digo la verdad?

No importa, por ahora solo importa ver cómo el candidato camina sobre el agua con unos zapatos italianos.

No sé si cuando gane quien gane, seguirán siendo nuestros amigos. No sé si volveré a verlos de frente cuando las elecciones pasen. Quizá sea una relación efímera.

Apenas ayer una camioneta promocional de un diputado pasó por el pueblo donde trabajo, y para que alguna celebridad de ese estilo se anime a venir desde la ciudad, debe tener mucho interés. El presidente municipal, por ejemplo, vino a grabar un comercial y nunca más volvió. ¿Tendrán miedo a la crisis del Covid?

Pero este candidato solo camina hacia el frente. Quizá el nimbo se lo ganó, quién más ha logrado reunir a un partido de “izquierda” con un partido de “derecha”, los demás solo polarizan y crean grupos que puedan pelear en su nombre.

Además, el mérito no solo es del color de su partido. Pienso a menudo que cualquier cosa se puede vender si se utiliza una estrategia de venta adecuada, una que sea constante y pegajosa. Por poner un ejemplo, aún sigo cantando la adaptación de la canción de los Tucanes de Tijuana «pala… pala… pala… Palafox«. Quizá no sabría de la existencia  de Movimiento Ciudadano si no fuera por la canción de un niño huichol «Na na na na ná» (estoy seguro que la tonada superó el «na na na na nanananaaa» de Hey Jude).

Hace poco vi un cartel promocional de una candidata que rezaba «No lo hagas con la morena, hazlo conmigo». Estúpidamente me pregunté si se podría ser racista y machista a la vez. La respuesta me la dio un partido político antiquísimo que respaldó a una mujer que pretendía atraer el voto de los hombres, ordenándoles a las mujeres que no les dieran «cuchi cuchi», a sus respectivos esposos, si no acudían a las urnas. En principio, está mal, pero ¿qué acaso no se dio así la guerra cristera?

Quién soy yo para generar juicios de valor. Y a fin de cuentas qué importa eso y también qué importa que más de la mitad de los mexicanos hayan recibido insultos por el color de su piel. Eran insultos graciosos, ¿verdad? ¡¿Verdad?!

Y así, cuando regreso de mis divagaciones, sigo viendo a un hombre que pretende ser un santo, caminando hacia adelante con un slogan que más bien parece amenaza. «Volvamos» suena peor que escuchar «volveremos».

El camión avanza por fin, logra librar el semáforo próximo, pero yo tengo que frenar ante la luz roja. Varios jóvenes con tambor y banderas apoyan al mismo candidato que aparecía en la lámina del camión.

Caray, ¿acaso solo hay uno? Es pregunta retórica, desde luego, siempre que hay elecciones es como cuando se levanta una piedra, salen todos corriendo, desordenados a buscar algo de presupuesto.

Que los jóvenes (desde luego me refiero a aquellos que no les pagan) pierdan tiempo vestidos de botargas o en un semáforo, quemándose por el sol, repartiendo volantes, todo con la intención de poder agarrar un puesto en alguna dependencia y así tener dinero para no verse obligados a estar parados en un semáforo, quemándose por el sol, vendiendo dulces.

Yo también lo hice a los 18, hay un vídeo que me tortura y me roba el sueño, donde yo estoy levantando el pulgar y diciendo «Yo voy con…», no quiero recordar quién era el candidato, y da lo mismo quién fuera, sería más fácil que dijera «Yo voy con el rojo», pero nada de eso está mal, lo que está mal en realidad es este texto que solamente se ha enfocado (y se ha quedado corto) en criticar el lodazal, cuando es más cómodo pedir que nos embarren tantito.

 

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