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Las manchas en el cine mexicano

Un thriller sin suspense. Una aventura que no tiene aventuras. Dos películas con manchas en el lente, que sería el equivalente en la literatura a tener faltas de ortografía en un libro publicado o en la arquitectura una puerta hacia el vacío en un edificio terminado.

El thriller es una película que se presentó en el Festival de Cine de Guadalajara del 2017. Rara avis, que una película mexicana pudiera estrenarse comercialmente apenas unos meses después, en noviembre del mismo año. La otra, una película anunciadísima por Cinépolis, empresa que se robustece diariamente y se convierte en cada vez más apabullante competidor en cuanto a salas cinematográficas se refiere. El thriller sin suspense se llama Los crímenes de Mar del Norte y habla del tristemente célebre Goyo Cárdenas, acaso el primer asesino serial (¿o el más famoso?) de la Ciudad de México quien en los años 40 asesinó a varias prostitutas, para después enterrarlas en su jardín. La aventura sin aventuras se llama Camino a Marte, una ‘dramedy’ romántica (¿comedia dramática, que no melodrama?) de dos amigas que viajan al sur de Baja California, una de ellas aparentemente en estado terminal, y se encuentran con un despistado motociclista que en realidad parece ser… sí, un marciano.

http://revesonline.com/2017/11/14/erongaricuaro-te-espera-para-que-escribas-un-guion/

En una entrevista reciente, Luis Gerardo Méndez declaró que había rechazado hasta 30 guiones por no encontrar algo original en ellos, porque «todo se repetía». No queremos imaginar cómo estarían los demás. Tampoco queremos imaginar si él mismo ha revisado sus interpretaciones (hablando de «originalidad») porque si de repeticiones se trata, Luis Gerardo es experto en eso: repetirse. El thriller sin suspense peca de un excesivo preciosismo de diseño de producción e iluminación. Aún cuando tiene una cámara balbuceante e incluso en momentos hay movimientos fallidos, la iluminación recuerda los ‘claroscuros’ de Figueroa y la estética film-noiresca en un filme que de noir no tiene nada. Sin embargo, el thriller sin suspense se dedica a pasear al siempre bienvenido Gabino Rodríguez con su de hermoso a insoportable sombrero por aquí y por allá, anotándose muertitas como si fueran hits de jonrón, pero sin preocuparse en decirnos por qué, de parte de quién o simplemente qué carajos pasa por la mente del famoso asesino. Eso sí, contextualizando con bonitos afiches y menciones en la radio y cine la lejana Segunda Guerra Mundial que don Ávila Camacho tuvo a bien traer a cuenta.

José Buil (El Cometa, 1999; Manos libres, 2005; La fórmula del Doctor Funes, 2015) no es precisamente recordado como un gran director y era difícil que a estas alturas de su carrera pudiera emular algún gran noir o thriller (que no es lo mismo), por lo que no extraña que su nuevo filme solamente busque contar una anécdota sin presentar un conflicto. Es por ello que la ausencia de amenaza y la falta del ‘ticking clock’ (cuenta regresiva) en Los crímenes de Mar del Norte nos lleven de la mano del asesino como quien lleva de paseo a su perro un domingo por la mañana, con la certeza de que volverá sano a casa, tarde o temprano. La justicia es lo de menos: (spoiler) nadie impidió que el Goyo hiciera lo que hizo, pero eso es lo que menos le preocupa a Buil.

La aventura sin aventuras, por otro lado, centra la historia en un espectro: no sabemos qué le pasa a la protagonista, pero lo intuimos; no sabemos si serán Thelma y Louise o Dumb y Dumber, pero lo imaginamos; lo que sí sabemos es que un marcianito tomó el cuerpo de un motociclista y, por lo tanto, entramos en una lógica pocas veces explorada en el cine mexicano, pero no por ello triunfante: cómo piensan, actúan, hacen o dicen los que vienen de otros planetas. Así, la comedia se centra en un viaje que creemos es hacia el interior, pero en realidad es hacia una (spoiler) última voluntad: ir a morir a la playa.

El final recuerda a Melancolía, de Lars Von Trier, pero sin clímax o con un clímax anticlimático, si es que tal cosa es posible: llega una tormenta anunciada, pero no sabemos si es el fin del mundo o solamente se viene un huracán de aquellos. ¿Qué más da? Lo bueno fue que los protagonistas aprendieron a amarse, aunque no sabemos si se casarán en Marte o vivirán la vida en la Tierra. Y, sobre todo, no sabremos al llegar los créditos si vimos una comedia o un drama, o qué carajos. Así, Los crímenes de Mar del Norte (Buil, 2017) y Camino a Marte (Hinojosa, 2017), comparten tres sellos característicos: ambas carecen de exponer el deseo explícito de un personaje para alcanzar algo y de una fuerza o personaje que se le anteponga. En Ambas la musicalización carece o se excede en los momentos «climáticos», echando a perder el «drama». Y ambas tienen manchas en la lente de la cámara con la que filmaron.

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