Por Lenin Cardozo
El grado de civilidad de una nación se mide por la capacidad de generar bienestar a sus ciudadanos, protección a la niñez, a las personas adultas y discapacitadas. También por la armonía con su entorno, incluyendo respeto a las otras formas de vida no humana. Otro indicador son las condiciones de sus ríos, la forma de cómo coexisten con esas arterias naturales del agua dulce.
En la región de América Latina, gobiernos nacionales y locales van y vienen más o menos con las mismas promesas civilizadoras. Adornadas con las frases características según la ideología que profesan. Pero lo que no han podido disfrazar o maquillar con aires esperanzadores son esas venas abiertas de la América Latina que están cada vez más taponeadas por los desperdicios que a diario reciben. Allí, la realidad, supera toda ficción discursiva.
De los 100 ríos principales del subcontinente, la mitad están altamente impactados por la contaminación que en ellos se depositan. Su común denominador: receptores de aguas cloacales o servidas, agroquímicas, residuos químicos o petroquímicos, movilizadores de basura, cementerios flotantes de animales muertos, permanentes depósitos de cauchos vehiculares, chatarra, escombros, entre otros. Los que aún son utilizados como transporte fluvial, reciben la carga de los lastres o combustibles que los barcos o lanchas a diario expulsan. Y las posibilidades de regenerarse o diluir con su caudal natural alguna de las sustancias que reciben, se imposibilita, debido a las múltiples represas que a lo largo de sus cursos son realizadas.
Los ríos que cruzan las grandes urbes son los más vulnerados. Terminan convirtiéndose en embauladas cloacas a cielo abierto de esos fashion lugares. Capitales supuestamente glamurosas, de imaginarias atmósferas “pacholí”, que ocultan su daño a la naturaleza al saturar inmisericordemente sus ríos interiores.
Cómo cuesta creer que ciudades tan especiales como Buenos Aires, Córdova, Santiago, Bogotá, Caracas, entre otras, son atravesadas por ríos históricos que hoy se han convertido en una especie de hijos no deseados, innombrables e ignorados, donde el colectivo de cada una de esas ciudades, en una repentina amnesia parcial, prefieren olvidar su existencia antes que actuar y hacer los esfuerzos requeridos para recuperar esos importantes ríos y de igual manera, reivindicar su real imagen de sociedad.
Mientras todo esto ocurre, el mundo cada vez está más lleno de sed. Con su mayor indiferencia, Latinoamérica se tapa los ojos y oídos ante el envenenamiento continuo de las pocas aguas dulces que aún disponemos.
Ríos severamente contaminados de América
México: Lerma, Rio Bravo, Suchiate
Argentina: Riachuelo, Reconquista, Suquia, Caracaña, Río de la Plata, Curaco, Colorado.
Chile: Maipo, Biobío, Elqui, Loa.
Colombia: Bogotá, Cauca, Magdalena
Brasil: Negro, San Francisco.
Paraguay: Paraná, Paraguay.
Venezuela: Guaire, Murillo
Perú: Ucayali
Costa Rica: Tarcoles, Virilla
EEUU: Mississippi, Grande, Tennessee, Ohio, Savannah, Delaware, Támesis, Rock, Amelia, Calcasieu, Ouachita, Mobile, Columbia, Genesee, Holston, Kansas, Brazos, Missouri, Hudson, Neches, Alabama, Wisconsin, Wabash, Blackwater, Cuyahoga, Patapsco, Kanawha, Susquehanna, Quinnipiac, Fenholloway, Cedar, Detroit, Androscoggin, Escatawpa, Pigeon, Cape Fear, Des Moines, Tombigbee, Willamette.
Canadá: Red
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