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Lupercalia, la fiesta del 15 de febrero

Por Edgar Chávez

Lupercalia, una antigua fiesta romana celebrada el 15 de febrero, representa una de las tradiciones más intrigantes y enigmáticas de la antigüedad. Sus orígenes, sumergidos en las profundidades de la historia y mitología tempranas de Roma, se asocian a menudo con las sociedades pastoriles y agrícolas de los primeros días de Roma.

La fiesta se llevaba a cabo en el Lupercal, la cueva donde, según la leyenda, la loba Lupa amamantó a Rómulo y Remo, los fundadores de Roma. Esta conexión con los orígenes míticos de la ciudad otorgaba a la Lupercalia un significado profundo en la cultura romana.

La deidad principal asociada con la Lupercalia era Fauno, el dios romano de la agricultura y la fertilidad, similar en aspectos al dios griego Pan. Los rituales realizados durante la Lupercalia se centraban principalmente en asegurar la fertilidad y alejar a los espíritus malignos.

Central para los ritos de la Lupercalia eran los Luperci, sacerdotes o jóvenes hombres generalmente de estatus patricio, quienes se sometían a un ritual de purificación. Sacrificaban cabras y un perro, animales elegidos por sus fuertes instintos sexuales, simbolizando la fertilidad. Tras el sacrificio, los Luperci cortaban tiras, llamadas látigos o februa, de la piel de los animales. Vestidos únicamente con estas pieles, corrían alrededor del monte Palatino, golpeando a quienes encontraban con los látigos. Se creía que este acto confería fertilidad, especialmente a las mujeres.

Las mujeres, lejos de ser participantes pasivas, a menudo se colocaban voluntariamente a lo largo de la ruta, creyendo que ser tocadas por las februa mejoraría su fertilidad y les asistiría en el parto. Este elemento de la fiesta, aunque aparentemente violento, era consensual y una parte integral de la celebración, subrayando el aspecto comunitario de los rituales.

Lupercalia también incluía elementos de una lotería de emparejamiento. Los jóvenes hombres sacaban los nombres de mujeres elegibles de un jarro, emparejándolos durante la duración de la fiesta, y algunas veces estas parejas llevaban a relaciones más duraderas.

La fiesta de la Lupercalia experimentó varios cambios e interpretaciones a lo largo de la historia romana. Sobrevivió al auge inicial del cristianismo en Roma, pero su naturaleza pagana y la falta de una reinterpretación cristiana clara llevaron a su eventual declive y abolición a finales del siglo V d.C. El Papa Gelasio I a menudo es acreditado con reemplazar la Lupercalia con el Día de San Valentín. El Papa Gelasio, en un alarde de devoción, transformó dicha celebración en honor a San Valentín, un mártir cuya historia se sumerge en los misteriosos abismos del tiempo.

Fue durante la Edad Media, bajo el celeste manto estrellado y en un ambiente repleto de lírica poesía, donde el Día de San Valentín encontró su esencia romántica. Los versos de Chaucer, cargados de amor y encuentros a la luz de la luna, propagaron la creencia de que en este día los pájaros eligen a sus parejas, enlazando así, de forma eterna, el 14 de febrero con el amor romántico.

Lupercalia

El incesante transcurrir del tiempo llevó esta celebración a través de los siglos, moldeándola bajo la influencia inadvertida de la industrialización. La era de las fábricas y el comercio vio el nacimiento de las tarjetas de San Valentín, medios por los cuales se transmitían los sentimientos con tinta y papel, en un periodo donde el amor comenzaba a adornarse con ropajes comerciales.

Y así, arribamos al siglo XX, donde el Día de San Valentín floreció en un vergel de obsequios: chocolates que derriten corazones, flores que destilan promesas fragantes, joyas que resplandecen como astros, y cenas que susurran palabras de amor. Las empresas, en su melodiosa danza, entonaron cantos que incitaban a celebrar este día con presentes y delicadezas, consolidando su aura de comercio y deseo.

Entre las historias que envuelven este día, resuena la de un poeta, quien, inspirado por el amor, dedicaba versos secretos a su amada cada 14 de febrero. Ella, ignorante de su admirador, acogía estas palabras como susurros del viento. Años después, al partir el poeta de este mundo, dejó un último poema, desvelando su identidad. Ella, entre lágrimas y sonrisas, atesoró esos versos en su corazón, recordando que el amor, aunque oculto, siempre había estado presente, tan cierto como las estrellas en la noche de San Valentín.

En el tapiz de la historia, donde se entrelazan los hilos del mito y la realidad, hallamos dos festividades: la de Lupercalia y la de San Valentín, ambas celebradas en febrero, mas bajo distintas estrellas del destino.

Por otro lado, la historia de San Valentín -o mejor dicho, las historias, pues varias son- tejen un tapiz de sacrificio, amor prohibido y valentía. Una de las más conmovedoras narra cómo un Valentín, en tiempos del Imperio Romano, desafió las órdenes del emperador Claudio II, quien había prohibido los matrimonios entre los jóvenes, creyendo que los solteros sin lazos familiares eran mejores soldados. Valentín, en un acto de rebeldía y compasión, celebraba matrimonios secretos para los enamorados. Su audacia lo condujo al martirio, pero su espíritu de amor y unión perduró.

Consideremos, pues, la ironía: Lupercalia, con sus rituales de fertilidad y su naturaleza terrenal, contrasta drásticamente con el sacrificio y la santidad asociados a San Valentín. Una celebración cruda de la vida y la fecundidad frente a un acto de amor sublime y altruista. El primero, una festividad de la carne; el segundo, un tributo al corazón.

Con el devenir de los siglos, estas dos celebraciones, tan diferentes en naturaleza y propósito, se fusionaron de manera insólita en el calendario. La Iglesia, en su empeño por cristianizar festividades paganas, substituyó Lupercalia con el Día de San Valentín, un cambio que bien podría interpretarse como un esfuerzo por sublimar los instintos básicos en un amor más espiritual y noble.

Mientras el 14 de febrero evolucionaba desde la carnalidad de Lupercalia hacia la devoción de San Valentín, uno no puede sino maravillarse ante la ironía de la historia: de carreras salvajes en las calles de Roma a intercambios de cartas de amor y chocolates. El amor, en todas sus manifestaciones, parece encontrar su camino a través de los siglos, cambiando de forma, pero nunca perdiendo su esencia.

Así como los ríos se unen al mar, estas celebraciones, en su confluencia, han dibujado un río de tradiciones que fluye a través del tiempo, llevando consigo los vestigios de un pasado que, aunque distante, sigue resonando en nuestras prácticas contemporáneas. El Día de San Valentín, tal como lo conocemos ahora, se erige como un testimonio de esta continua transformación, un espejo que refleja tanto la constancia del cambio como la inmutabilidad de ciertos sentimientos humanos.

Es digno de reflexión cómo, a lo largo de los siglos, el amor, en su concepto más amplio, ha sido celebrado y venerado de maneras tan diversas. Desde los rituales paganos que exaltaban la fertilidad y la vitalidad terrenal hasta las manifestaciones más espirituales y sacrificadas del amor, vemos la evolución de una emoción que ha sido, y sigue siendo, central en la experiencia humana.

En la actualidad, aunque ya no corren por las calles hombres vestidos con pieles de cabra ni se realizan matrimonios secretos en desafío a leyes imperiales, el espíritu de estas festividades pervive. El intercambio de regalos, las declaraciones de amor y la búsqueda de esa conexión especial con otro ser humano son ecos de un pasado que, de alguna manera, aún dicta nuestras acciones.

De esta manera, el Día de San Valentín se convierte en un punto de encuentro entre el ayer y el hoy, un puente tendido entre lo antiguo y lo moderno. En cada tarjeta que se escribe, en cada flor que se entrega, en cada mensaje de amor que se envía, estamos, quizás sin saberlo, honrando una tradición milenaria que ha sabido adaptarse a los tiempos, cambiando en forma, pero permaneciendo inalterable en su esencia.

Por ello, cuando celebramos el amor cada 14 de febrero, no solo estamos participando en un acto comercial o social; estamos, de hecho, perpetuando una historia rica y multifacética, un legado que habla de la humanidad y sus incontables formas de expresar uno de sus sentimientos más profundos. En cada celebración, en cada acto de amor, en cada gesto de afecto, reafirmamos la eterna presencia del amor en nuestras vidas, tan eterna como las estrellas bajo las cuales Chaucer imaginó a los pájaros eligiendo a sus parejas, en aquellos lejanos tiempos medievales.

En un futuro donde las interacciones virtuales dominan el paisaje social, el día de San Valentín, así como la naturaleza misma del amor y las relaciones, experimentará una evolución notable. Imaginemos un mundo en el que las aplicaciones y las plataformas digitales no solo son herramientas para iniciar relaciones, sino que también se convierten en espacios vitales para el desarrollo y mantenimiento del amor y la intimidad.

En este escenario futurista, las citas físicas se convertirían en acontecimientos más raros y, por tanto, potencialmente más significativos. Las conversaciones a través de apps y plataformas digitales se profundizarían, permitiendo a las personas conocerse en niveles más íntimos antes de encontrarse cara a cara. Este proceso de «cortejo digital» prolongado podría fomentar conexiones más fuertes y significativas, ya que las parejas tendrían más tiempo para explorar sus compatibilidades e intereses.

El Día de San Valentín en este futuro podría transformarse en una celebración que combina lo virtual y lo real de maneras innovadoras. Podríamos ver el surgimiento de tradiciones como intercambios de regalos digitales personalizados, citas virtuales en mundos simulados, o incluso experiencias de realidad aumentada que permitan a las parejas compartir momentos especiales a pesar de las distancias físicas.

Además, la tecnología avanzada podría permitir experiencias sensoriales a través de dispositivos de realidad virtual, donde las parejas podrían disfrutar de cenas románticas en entornos virtuales exóticos o experimentar aventuras juntos en mundos creados digitalmente. Estas experiencias, aunque mediadas por la tecnología, podrían intensificar los lazos emocionales y proporcionar una nueva dimensión al romance.

En el ámbito social y emocional, este cambio hacia interacciones predominantemente digitales también podría influir en cómo entendemos y expresamos el amor. Las declaraciones de amor y afecto podrían adoptar formas más creativas y diversificadas, utilizando medios digitales para expresar sentimientos de maneras que antes no eran posibles.

Sin embargo, este enfoque digital también podría presentar desafíos. La sobredependencia de la comunicación virtual podría llevar a malentendidos o a una falta de habilidades de comunicación en situaciones cara a cara. Además, podría surgir la necesidad de equilibrar la autenticidad y la representación de uno mismo en los mundos virtuales y reales.

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