Después de muchos meses de espera, hizo su presentación formal en la cartelera Marguerite (2015), el sexto largometraje del prolífico realizador Xavier Giannoli.
La cinta pudo verse previamente en la decimonovena edición del Tour de Cine Francés. Por primera vez en la ya larga historia del Tour, una de las películas del cartel debutó en México antes que en Francia, aunque antes se había exhibido en el Festival de Cine de Venecia, en donde formó parte de la selección oficial del certamen.
Marguerite Dumont forma parte de un monótono matrimonio por conveniencia (“él tenía un título nobiliario y ella el dinero para pagar las cuentas”). La historia se desarrolla en París a principios de los años veinte del siglo pasado, cuando la capital francesa era el epicentro de las vanguardias artísticas, de las asociaciones bienintencionadas que buscaban resarcir los daños provocados por la Primera Guerra Mundial y al mismo tiempo promover la cultura.
La adinerada Marguerite patrocina uno de esos clubes y utiliza su influencia para dar rienda suelta a su ingenua pasión por el canto. El problema no es solamente que sea una de las cantantes más desafinadas de la historia, sino que por conveniencia, compasión o simplemente malsana diversión, nadie se atreve a decírselo.
La cinta está inspirada en la vida de la soprano (es un decir), estadounidense Florence Foster Jenkins (1868-1944), quien dedicó su vida a torturar los oídos de todo aquel que osara escucharla. Jenkins estaba tan convencida de sus dotes musicales que se dio el lujo de hacer algunas grabaciones (resulta particularmente atroz su versión de La flauta mágica de Mozart). A pesar de todo, el público la adoraba por la diversión que proveía y las severas críticas de sus detractores paradójicamente aumentaban el interés de los curiosos.
La experimentada Catherine Frot es la encargada de dar vida a Marguerite, en una actuación que está a la altura del personaje reelaborado por el propio Giannoli. Frot transita sin problemas del humorismo inocente (en el estilo cómico de La diletante, de Pascal Thomas), al drama interno de la rígida pianista que interpreta en La cambiadora de páginas (La tourneuse de pages, 2006). Es para destacar también el trabajo de Denis Mpunga, como el fiel y correcto Madelbos, quien no duda en llegar hasta las últimas consecuencias para conseguir su peculiar objetivo.
Giannoli toma distancia de la historia de Jenkins, lo que le da una mayor libertad a la hora de elegir locaciones y personajes, es por ello que traslada la historia de Estados Unidos a Francia y agrega una serie de personajes que ayudan a recrear la vida parisina en los años veinte.
El filme logra equilibrar sus dos componentes: el drama (la necesidad de atención, el fracaso matrimonial, la hipocresía de la sociedad), y el humor (la manía de fotografiarse en poses ridículas, el recurrente paraje con la cruz y el omnipresente canto del pavo real). Giannoli va construyendo su historia a partir de la insumisión del personaje, de su búsqueda de libertad y atención a través del canto, aunque la verdadera tensión dramática recae en la posibilidad de que un día reconozca su evidente ineptitud vocal.
Marguerite conjunta de buena manera cada uno de sus componentes, una historia fluida y entrañable, personajes complejos y muy bien interpretados (de nuevo para resaltar el desempeño de Catherine Frot), un buen trabajo en la dirección para encontrar el tono adecuado de la película, además de una gran labor del área de producción. Es muy posible que la cinta de Giannoli deje satisfecha a la mayor parte de la audiencia debido a que puede tener varias lecturas. Lo que es indudable es que se confirma como uno de los grandes aciertos (otro más) de la más reciente edición del Tour.