Por Gabriel Andrade
Llevo años odiando en secreto la sonrisa de Katy Perry. La veía en la alfombra roja, en videoclips, presentaciones en vivo, portadas de revista, instagram, en todos lados. Odio muchas sonrisas pero más la de ella, pero ¿por qué esa en particular y no cualquier otra? No lo tenía muy claro hasta que en días recientes vi una sonrisa de verdad, genuina, libre, y por fin entendí todo: lo que me molesta de la sonrisa de Katy Perry es su falsedad perfecta. No sonríe, enseña sus dientes, blancos, perfectos, diseñados para vender y atraerte a ese paraíso de felicidad rosa impecable en el que viven los famosos y al que nunca podrás entrar porque tu boca no descansa en una cara simétrica, afilada, blanca, con cabello hermoso, porque tu rostro no posa en la cima de un cuerpo esculpido por el crossfit y cubierto por terciopelo de alta costura, porque tus pies no están separados del suelo por un calzado diseñado por un tirano metrosexual, porque no vives en un paraíso de eventos exclusivos y cenas preparadas por chefs millonarios, porque tu vida es real. A Katy Perry la enseñaron desde muy joven a domesticar el mundo con sus dientes. La acostumbraron a que sus incisivos son más útiles si se muestran sólo con la coordinación adecuada de sus músculos faciales y la apertura exacta de sus enormes ojos azules. Ahora tiene la certeza de que expresar alegría genuina está mal porque tienes que esperar a que te pase algo genial en tu día, algo que conmueva tus emociones y provoque una reacción química involuntaria en tu cerebro que termine con el movimiento involuntario de tus mejillas, con el brillo en tu mirada, con sonidos de la boca con vida propia, con el riesgo de perder el control de tu expresión, de tu simetría, de tu mejor ángulo, de tu fotogenia. La sonrisa de Katy Perry está muerta, es un reflejo de supervivencia en un mercado de muñecas coquetas programadas para despertar los impulsos básicos una y otra y otra y otra y otra y otra vez hasta la náusea. Es la misma sonrisa de Ariana Grande, de Britney, de Miley Cyrus. Fingir felicidad es su herramienta de trabajo, pero también el mandamiento que llevan como misioneras hasta tu puerta. Es la razón por la que sientes la necesidad de vivir en un eterno fin de semana, es la razón por la que odias los lunes, porque en los lunes no hay lugar para traguitos coquetos en la playa. Es la razón por la que practicas frente al espejo tus propios movimientos faciales, por la que estiras tu boca hacia los lados y levantas tu labio superior mostrando tus dientes, no menos, así pareces chimpancé, que no se vean las encías, un poco más abajo, sin que se vean los dientes inferiores, jala más los cachetes, no tanto, pareces psícopata ¿de lado qué tal te ves? perfecto, ahora las cejas, si las levantas das la sensación de sorpresa falsa, si las bajas pareces Sean Connery región cuatro, si no las mueves todo pierde crediblidad ¿cómo te ríes en verdad? ¿no lo puedes recordar? Ojalá tuvieras algún motivo para sonreír y no solo la necesidad de aparentarlo. Entrena más duro. Esfuérzate más. Cepíllate más fuerte los dientes. Ojalá te hubieras puesto braquéts de niño, a los adultos se les ven horribles. Busca imágenes en instagram con el hashtag hapinnes, no felicidad no, las sonrisas morenas no venden, no jalan likes. ¿Qué estás haciendo frente al espejo? Mejor ve al sillón a ver los post de Katy Perry, recuerda que naciste para ver y no que te vean. Comenta con un emoji sonriente, perfecto, vacío. Vacío. Lo lograste. Lo logró.