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Mia Madre, angustia y risa en una sola historia

Afuera, el huracán Patricia, el más potente jamás registrado en la historia, tocaba tierra en el vecino estado de Jalisco. Adentro, en la sala del Cinépolis del centro, comenzaba la proyección de la última obra del comunista, sensible e inteligente Nanni Moretti (Palma de Oro por La habitación del hijo, 2001; El caimán, 2006).

Como si la película fuera un corazón que se ha vuelto lento, Mia Madre hace sístole y diástole, levanta risas y nos reduce a discretas lágrimas entre una escena y otra. La maestría de un contador de historias es evidente cuando en la pantalla grande puede lograr esa contracción para luego soltar suavemente. La premisa: una directora de cine cincuentona, Margherita (excelsa interpretación de Margherita Buy) dirige una película cuyo argumento a su vez es la lucha obrera y el traspaso de una fábrica a un nuevo dueño, quien aparentemente representa el nuevo orden, el neoliberalismo o simplemente el capitalismo feroz que termina con todo, incluyendo derechos laborales.

Margherita es directora de día, hija de noche. Así, Margherita tiene que cuidar a su madre enferma, haciendo dupla con su hermano (el mismo Nanni Moretti interpreta a Giovanni) y juntos se acompañarán en esa pesada y lenta escalera que es la agonía de la madre hospitalizada. El drama se teje lento: la madre va perdiendo la vida y no hay agarraderas ni obstáculos para que puedan impedirlo. Paralelamente, la comedia se teje rápido: a Roma llega un actor estadounidense llamado Barry (aplaudible John Turturro, recordando sus raíces italianas) quien tendrá que interpretar al personaje que ha comprado la fábrica.

Angustia entretejida con risa, que por fortuna no tiene que buscar una palabra para definir, pues no es melodrama, ni tampoco es ‘dramedy’. En Mia Madre, el drama tiene su final anunciado desde las primeras líneas, incluso desde la sinopsis comercial; la comedia, por su parte, no anuncia nada y logrará que respiremos una y otra vez: Barry no puede recordar sus líneas, pronuncia mal el italiano o no puede manejar un coche porque lleva tres cámaras encima del cofre.

Moretti hace una posible crítica al modo de actuación de los actores de Hollywood, pero eso es lo que menos importa, porque no podemos olvidar que la madre está en cama. Margherita va perdiendo la calma, pero nunca las riendas. Tal vez como buena directora, quien recuerda con culpa los momentos que vivió con su madre.

Nanni Moretti apela a la sensibilidad pero no la sensibilería: apenas el espectador termina de enjugarse el ojo cuando hace corte. En la siguiente secuencia ya nos hemos reído bastante antes de que corte y así, su ritmo se hace llevadero, como una lenta canoa que va a su destino. Moretti no necesita grandes planos ni grandes composiciones, empero se acomoda a la luz en vez de que la luz se acomode a su plano. El final de la película se siente Verdiano: sorprende y no. La madre formula una pregunta y la respuesta de la hija aún sigue resonando en nuestra memoria. Bravo.

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