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Micro crónicas desde la FIL: La SelFIL o la feria de las propias vanidades

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-¡No mames… es Juan Villoro!-, diría alguien al ver pasar a tan sólo unos metros al connotado escritor mexicano cruzando los pasillos de la FIL Guadalajara, pero no, lo que suenan son las indicaciones de una joven que le pide a sus dos amigas que se muevan un poco a la izquierda, luego un tanto a la derecha, -espérense tantito-, dice, esperando que Villoro y otros andantes de la feria continúen su camino y no estorben la foto para que sólo salgan ellas frente a las portadas de libros impresas en gran formato que van desde novelas de escritores que la van rompiendo con todo en la literatura contemporánea hasta basura de títulos de superación personal o la farándula que se venden como pan caliente. Suena el obturador de la cámara, se acercan a ver qué tal salió y sonríen satisfechas porque Villoro no les estropeó la imagen. ¿Llorar o reír?

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Tengo el trasero entumido pues llegué a la inauguración del salón literario a cargo de Paul Auster con una hora de anticipación y no hay espacio para relajar los glúteos en esas sillas incomodísimas. Si me muevo un poco con la cadera o los codos golpeo a la gente de mi lado, al izquierdo una joven de alrededor de veinte años que no para de enviar Whatsapps y que no despega la cara del celular a pesar de que se escuchan las falsas alarmas de que el escritor norteamericano se acerca o alguno que otro autor destacado llega y se sienta en la línea delante de nosotros despertando la admiración colectiva. A la derecha una señora de algunos cuarenta años trae una gran tableta que se coloca frente a ella cada diez o quince segundos, volteo de reojo sutilmente porque no quiero sienta que la acoso, al principio creo fotografía el escenario en el que se postrará Auster, pero ante la insistencia del acto giro un poco la mirada y noto que se toma selfies en ese gran espejo tecnológico; no una, dos, ráfagas de fotos que ni siquiera permiten ver el fondo ni a los ansiosos lectores, sólo ella como si estuviera en cualquier lugar. Llega Paul Auster, lo admiro y escucho, pero el morbo no me permite desviar la mirada de vez en vez de la joven y la señora que continúan en lo suyo, una mandando mensajes, la otra tomándose fotos. Aunque esta última sí tomó un par al escritor casi estoy seguro que las que subirá no serán esas.

Fotografía: Feria Internacional del Libro de Guadalajara

 

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Un grupo de secundarianos, cuatro o cinco pasan corriendo a mi lado, se detienen unos metros enfrente y solicitan tomarse una foto con una escritora cuyo nombre no sé y cuyo rostro jamás había visto pero que la hacen parecer importante. Uno a uno, intercambiando cámaras y poses se la toman mas no le dicen nada a la autora, ni un cumplido, cualquier cosa que concuerde con esa exaltación por la fotografía que solicitan. Las fotos se capturan no sin antes repetirlas cuando ven el resultado y no les gusta, -otra, salí muy feo-, -ash, cerré los ojos-. La autora los mira de manera extraña pero no alcanza a entender qué pasó pues de pronto el grupo se va deprisa mientras bajan la cara al celular seguramente posteando la foto con un hashtag. Más tarde me los encuentro en otro espacio de la FIL haciendo exactamente lo mismo. –Son cazadores de autores-, pienso, esos “lectores” que presumen de haberse topado con la mayor cantidad de escritores los hayan leído o no y exponerlos como trofeos en sus muros.

Pero no estoy libre de pecado lector, lo confieso, apenas llegué a la FIL me tomé la foto en la entrada y la publiqué, después me fui al pabellón de Madrid y a algunos lugares más para documentar mi estadía en la feria, inclusive un amigo me tomó una foto y cuando la miré sentí tanta culpa como si hubiese cometido el peor de los delitos. La feria pasaba frente a mis ojos sin que yo la viviera por presumirle al cibermundo dónde estaba y qué hacía; afortunadamente reaccioné a tiempo y me dediqué sí, a tomar fotos y a compartir los momentos, pero en espacios adecuados donde no corriera el riesgo de perderme algo sustancial. No obstante es triste que esta feria, en concordancia con el cáncer de la vanidad devenida por las redes sociales, se haya convertido en la SelFIL, un lugar donde si no se escucha caer el árbol no existe, donde si no subes tu foto parece no estuviste allí.

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