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Muerte Infinita: la continuidad del ser humano

Muerte infinita

Cada vez es más común la existencia de complejos turísticos que ofrecen a sus clientes experiencias temáticas en espacios aislados. Separados por altos muros y vallas electrificadas, los turistas, casi siempre extranjeros, respiran una visión genérica e inofensiva del país que están visitando. Llámense Xcaret o Disney World, estos enclaves apelan al cómodo conformismo del visitante o ya de plano, al temor de enfrentarse a las culturas locales.

Esta reflexión parece ser el punto de partida de Muerte infinita (Infinity pool, 2023), el tercer largometraje que dirige Brandon Cronenberg. Después de un inicio titubeante con el thriller Antiviral (2012), claramente influenciado por el trabajo de su padre, el cineasta despuntó con Possessor (2020), en donde una peculiar organización controla la mente de potenciales asesinos por encargo. No debió ser fácil evitar las comparaciones y lograr el reconocimiento de su obra para este director que ha crecido a la sombra de un cineasta tan reconocido.

Todo transcurre en uno de esos complejos turísticos de los que hablamos al principio. El matrimonio protagonista está conformado por Em y James (Cleopatra Coleman y Alexander Skarsgard), ella es una rica heredera y él es un escritor mediocre. En este lugar conocen a una extraña pareja que los convence de salir del centro turístico, algo que está prohibido en un país que se describe como atrasado y peligroso. Un torpe accidente y la posterior averiguación judicial, descubren para James un mundo insospechadamente adictivo y sangriento, al que solo tiene acceso un selecto grupo de turistas adinerados.

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Cronenberg nos sitúa en una nación ficticia (lo notamos por su ambigüedad y su escritura ininteligible), en donde la pobreza rodea los enclaves turísticos y se valora ante todo el dinero que dejan los visitantes. Cuando uno de ellos comete un crimen, es juzgado con severidad e inevitablemente es condenado a la pena de muerte… o casi. Ya que mediante una fuerte suma de dinero se puede costear la creación de un doble, con la condición de que sea ejecutado frente al infractor.

La experiencia es desconcertante y adictiva, al grado que algunos vacacionistas se aprovechan del singular sistema de justicia del país para volver a pasar por este proceso de clonación y muerte.

Esta pandilla de turistas criminales está dirigida por una joven anárquica y caprichosa (interpretada por una sobresaliente Mia Goth), que espolea al grupo para poner al descubierto sus instintos más primitivos. Este empuje sensualmente persuasivo nos lleva a las escenas más extrañas de la película, enmarcadas en lascivia y violencia, las cuales hacen un interesante contraste con las personalidades insípidas de los protagonistas.

Cronenberg evita la salida fácil. Después de la primera ejecución presenciada, parecería que el camino natural sería jugar con la posibilidad de que el sobreviviente fuera el clon y no el original para establecer una narrativa a partir de ese punto. Sin embargo, esto no estaba en la mente del director.

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En cambio, vemos que busca expandir el significado de las palabras que forman el título de la película, una piscina infinita es aquella que produce el efecto visual de no tener una extensión definida, gracias a su posición y al diseño de sus bordes. Cronenberg traslada con eficacia este concepto hacia un grupo de personas vacías que encuentran en cada una de sus ejecuciones una continuidad hasta el exceso y sin un final a la vista de sus actitudes caprichosas y pueriles.

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