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Muestra de la Cineteca: sorpresas y decepciones

El próximo 17 de noviembre comienza la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional y aquí van algunos momentos fílmicos vividos por el cronista, durante las funciones para prensa de esta edición número 63.

Primer momento: Cartas de Van Gogh

Ella es Maira Hernández Ríos, chilanga animadora, quien fue una de las que le dio color a la película Cartas de Van Gogh (Reino Unido-Polonia, 2017), de Dorota Kobiela y Hugh Welchman, la cual cuenta los últimos días de vida del pintor holandés Van Gogh.

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Esta película está construida a partir de 65 mil pinturas al óleo, de las cuales se seleccionaron mil, basadas en 200 para darle movimiento a esta película que tiene a actores que personifican a todos los involucrados con este pintor cuando se suicidó, aunque en esta historia se abre la posibilidad de su asesinato.

Olvídense de Coco, aquí hay un trabajo artesanal mezclado con el trabajo digital. La misma Maira tiene un video musical sobre óleo llamado “Beautiful girl”, del Triciclo Circus Banda, que pueden encontrar en Internet.

Ella cuenta que viajó a Amsterdam antes de participar en la película, por su gusto entrañable en la pintura de Van Gogh.

Segundo momento: La cordillera

La cordillera (Argentina-España-Francia, 2017) de Santiago Mitre, trata sobre un supuesto presidente de Argentina que viaja a una cumbre política a Chile. Un filme bastante malito, con una de las actuación más flojas que le he visto a Ricardo Darín, encarnando al mandatario de ese país.

A Darín nada más le faltó hablarle a la cámara como esa serie que tanto adoran llamada House of Cards, porque sí, este largo que forma parte de la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional —según con la más alta calidad en cine internacional, es decir cine sin alambritos— sólo servirá para llevarla a Netflix y dominguear con ella —que ya es decir mucho. Por ahí Giménez Cacho es el presidente mexicano en esa cumbre, con su clásica actuación chocante, machorra, de las que difícilmente logran sacarlo.

Por lo visto Mitre contrató a algunos actores latinoamericanos con cierta trayectoria y los puso a hacer el papel del diario, sólo le faltó incluir a Damián Alcázar (el ajonjolí de todos los moles). Mucha producción para tan poca historia (creo que de hecho ni hay historia).

Ricardo Darín.

Tercer momento: Dulces sueños

Mientras muchos lamentaban que la selección italiana no va al Mundial de futbol, un servidor veía un sublime filme sobre la vida de un niño llamado Massimo en el que también hay futbol italiano, cuando su padre lo lleva a un estadio y al final éste se memoriza las jugadas y las narra al hartazgo en casa.

La película se llama Dulces sueños (Italia-Francia, 2016) del maestro italiano Marco Bellocchio y el nombre de Massimo recuerda al cantante Massimo Ranieri con sus “Rosas rojas” (Mi amor ya no se muere/ y yo no sé explicarme porque muero por ti) y al periodista Massimo Gramellini —de hecho la película está basada en la vida del este “giornalista” y lleva el nombre, como la inspiración, de su novela Fai bei sogni—, quien a la edad de nueve años pierde a su madre —ella es precisamente quien antes de morir le dice esas palabras a su pequeño hijo apunto de dormir: “Dulces sueños”. Después un estruendo y la ausencia eterna de la madre para él, que como es de esperarse, se vuelve una terrible pesadilla.

Massimo con su madre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La película comienza con ese momento funesto y de cómo Massimo es un escéptico a lo que le dicen sobre lo que pasó con su madre —dígase el sacerdote, al papá y todo lo que represente cierta autoridad vertical. El niño precisamente muestra parte del carácter del mismo Bellocchio quien en la infancia fue un hueso duro de roer —un alumno rebelde en una escuela católica— y ahora es un viejo que a escasos meses de cumplir ochenta anda teniendo dulces sueños de amor y muerte en el cine.

Así vemos cómo Massimo va creciendo hasta llegar a una edad adulta, un cuarentón en los años 90, y siendo periodista —con taquicardias paroxísticas— defiende su único asidero que es la curiosidad, reaccionando ante el dolor de la perdida temprana de su madre, tratando de responder la terrible duda: “y cómo murió mi madre”¿Fue un ataque fulminante como se lo dijo su padre? ¿O fue un suicidio ante una enfermedad terminal como lo lee treinta años después en un periódico?

Belocchio también sigue con sus obsesiones —que le dan más sombra al filme— y que ya vimos en su anterior película Sangre de mi sangre (Italia-Francia-Suiza, 2015) —la cual también es muy recomendable, y ojo, no es la de Mel Gibson—  que está conformada por dos historias que las entrelaza un convento/prisión/centro turístico de Bobbio; en la primera historia una mujer, en el siglo XVII, es torturada por seducir a un sacerdote que se suicida por el amor a ella; en la segunda en ese mismo lugar, pero en este tiempo, vive un conde que estorba para los fines económicos del lugar. Una de las cosas más chingonas, además de los paisajes lóbregos, es esta versión de la sobada rola de Metallica Nothing else matters, con piano y voces angelicales.

La figura de los vampiros de nuevo se hace presente en esta nueva obra fílmica: con ello la vejez, la eternidad y los demonios como el fantasma Belfagor, que miraba Massimo con su mamá en la televisión blanco y negro, quedándose como un personaje real para él, que es al único al que logra obedecer.

Hermosa Bérénice Bejo y el viejo-joven Valerio Mastandrea.

 

Por otro lado, están las mujeres —igual que en Sangre de mi sangre—: la madre, la nana, la mamá de su amigo, la hermosa doctora Elisa —interpretado por la ya recordable Bérénice Bejo en otros largos, yo la tengo en la memoria por uno de Asghar Farhadi llamado El Pasado (Francia-Italia-Irán, 2013). Los Dulces sueños de Bellocchio, en el ocaso de su vida son como los de ese niño Massimo diciéndole a su padre y a la familia “italiana” entera, reunida en su casa, que abran la caja para ver si realmente está ahí dentro su mamá.

Las terribles pesadillas en una película que se mira a través de la ternura de un niño triste y un adulto con mirada “inocente”, de un viejo joven Valerio Mastandrea —medio actor medio filósofo en la vida real—.

Así este dulce corazón asesino de Marco Bellocchio.

Estos son sólo tres momentos de la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional, porque son catorce películas las que la conforman. Ya contaré otros tres momentos, en otro momento.

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