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Muestra Internacional de Cine: crítica a Los ángeles visten de blanco

Sigue en cartelera la 65 Muestra Internacional de Cine, que como en cada edición, nos ofrece una selección arbitraria pero representativa de la cinematografía actual. Una de las más interesantes que se presentan esta ocasión es Los ángeles visten de blanco (Jia nian hua, 2017), segundo largometraje que firma la directora y ahora también guionista Vivian Qu.

Fuera del circuito de festivales, entre los cuales destacaron los de Toronto y Venecia, la película tuvo una distribución muy limitada, por lo que la Muestra es una buena oportunidad para conocer lo más reciente de esta cineasta china.

La acción se desarrolla en una ciudad costera del sur de China. A pesar de no ser particularmente atractivas, las playas atraen a una gran cantidad de turistas que saturan periódicamente los pequeños hoteles de la zona. Una noche, dos niñas son abusadas en uno de estos establecimientos. La única testigo del crimen es una adolescente empleada del hotel, quien no se atreve a decir nada por temor a perder su empleo.

El planteamiento inicial del filme desencadena una serie de reacciones diversas entre los involucrados, teniendo como telón de fondo la corrupción que permea cada uno de los estratos de la China actual. Los empleadores que contratan menores de edad para trabajos de adultos, los policías y médicos que aceptan sobornos, los padres que acceden a un acuerdo económico para no acusar al victimario de su hija y hasta la abogada de una de las menores que paga por obtener información importante para su cliente. Todos ellos forman parte de un entramado social en el que el dinero define la moral de los individuos.

Pero aunque la omnipresente corrupción sirve como telón de fondo de la historia, la directora enfoca sus baterías en las dificultades que enfrentan las mujeres chinas en una sociedad claramente machista. Para ello utiliza dos vertientes: la chica empleada del hotel, una menor de edad que huyó de casa y que debe sobrevivir con un trabajo mal pagado, así como la niña de doce años que es víctima de abuso sexual por parte de su padrino. En ambos casos, las chicas adolecen la desatención de sus padres y carecen de una figura femenina adecuada. No es casual que la única mujer fuerte e independiente del filme, la abogada Hao, tenga un claro parecido físico con la directora.

Aunque Vivian Qu logra exponer con cierta claridad sus intenciones, hay ciertos elementos en la estructura narrativa que no terminan de funcionar. La película es por momentos un tanto dispersa, abriendo situaciones que no termina de aterrizar (el destino de la madre indolente y la otra chica que trabaja en el hotel), así como una pequeña concesión a las autoridades chinas cuando se deciden por fin a intervenir para hacer justicia. Un par de fallas que no son menores pero que al hacer un balance final, no demeritan el conjunto.

Resulta significativo que Vivian Qu recurra a una enorme efigie de Marilyn Monroe en la famosa pose del vestido blanco de La comezón del séptimo año (The seven year itch, 1955), para representar al mismo tiempo la femineidad, el refugio y la inocencia perdida, la cual se va, al igual que la estatua de Marilyn en la escena final, para nunca más volver.

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