La recepción que ha tenido la más reciente adaptación cinematográfica de la emblemática novela de Louisa May Alcott ha sido francamente favorable. Cuatro veces había sido adaptada para la pantalla, la primera en 1933 con la dirección de George Cukor y el estelar de Katharine Hepburn. La más reciente, dirigida por Gillian Armstrong, llegó en 1994, con la que en ese entonces era una estrella en ascenso: Winona Ryder. En Mujercitas (Little women, 2019), segundo largometraje que escribe y dirige Greta Gerwig (si no tomamos en cuenta Nights and weekends, firmada en conjunto con Joe Swanberg), se retoma y actualiza, por decirlo de alguna manera, el contenido de una de las obras más conocidas de la literatura norteamericana del siglo XIX.
Para ponernos en contexto, es justo hablar un poco de la novela y de su autora. Mujercitas, publicada originalmente en 1868, sigue la vida de cuatro hermanas adolescentes que hacen su entrada a la edad adulta durante los últimos años de la Guerra Civil. Ubicada en el noreste estadounidense, refleja muchas de las costumbres predominantes en la época vistas desde el punto de vista de las mujeres. Louisa M. Alcott fue una conocida abolicionista y promotora del voto femenino, nunca se casó y se inspiró en sus recuerdos de la infancia para escribir su obra más conocida. Para el lector interesado es recomendable la edición de DeBolsillo, la cual se apega más fielmente a la original. Y hay que aclarar que ésta y la secuela, Aquellas mujercitas, normalmente se publican en un solo volumen.
Greta Gerwig ya había demostrado su enorme capacidad histriónica en estupendas comedias independientes como El plan de Maggie (Maggie’s plan, 2015) y Frances Ha (2012). El éxito que supuso Lady bird (2017), su primer proyecto personal en la dirección, así como su creciente activismo en las causas feministas, la convertían en la candidata ideal para realizar una nueva adaptación de la novela de Alcott.
La directora desechó la idea de una narrativa convencional. Decidió en cambio, avanzar y retroceder en el tiempo para apreciar en retrospectiva las decisiones tomadas por cada una de las hijas de la familia March: Beth y Meg, las más anodinas. Terminan una muerta y la otra casada, que para el caso es casi lo mismo. Más interesante resulta el choque entre Jo y Amy, dos versiones diferentes de feminidad. Ellas buscarán cumplir sus metas o aceptar la realidad, ya sea escribiendo una novela o renunciando a la pintura, dando de paso un discurso innecesario sobre la independencia financiera de las mujeres de la época. Innecesario no por su contenido, sino porque es justo lo que podemos apreciar durante casi todo el metraje.
El principal problema del filme es que no logra sacudirse del todo el tufo sensiblero de la novela. A pesar del innegable talento narrativo de Gerwig, es apenas una correcta adaptación salpicada de tintes modernistas. Sin embargo, deviene en un buen punto de entrada a la obra de la escritora, la cual resulta mucho más interesante de lo que hace suponer la saga de las hermanas March. En el fondo es más una historia sobre una autora y su libro.
Es eso lo que nos deja esta nueva versión de Mujercitas: la imagen de la Alcott mercenaria, dispuesta a cambiar el final de su novela con tal de ajustarse a las convenciones del mercado, para remarcar la obligación, aún vigente, del final feliz.
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