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Navajazo a la realidad

Sólo terminar la función de Navajazo, de Ricardo Silva, uno no sabía ni qué decir ni qué preguntarle al joven realizador mexicano, luego de haber visto tal número de miseria irónica en la pantalla.

Ricardo Silva Daniela Alatorre
Cortesía FICM

Por Omar Arriaga Garcés

«No era una película para el cine. Era un ejercicio de sociología para terminar una carrera», expresaría Silva sobre la serie de situaciones trágicas y absurdas que había filmado y que le habían dado un premio en Locarno, Suiza (como Mejor Cineasta del Presente); allá, con esos europeos que ven todas estas historias como folclor puro y que no entienden ni jota de lo que ven.

Ya lo decía en el El desbarrancadero el colombiano Fernando Vallejo de manera muy irónica también, algo así como, tú, amigo europeo que me debes estar leyendo en este instante en una traducción, no espero que entiendas nada.

No se equivocó el chico del público que comentó sobre Navajazo que u odiabas la cinta o la amabas; y fue comprensible la reacción de la muchachita que empezó a psicoanalizar en la sala al joven cineasta de presente y que le dijo que el mundo se podía cambiar para bien y que uno mismo podía hacer el cambio.

Uno no sabía ni qué preguntar ni qué decir, pero casi comenzar a responder las preguntas del público, Silva hizo un comentario por el que ya se podía tener una reacción: «no siento empatía con los actores; cuando filmábamos nos metíamos en la mierda y luego volvíamos a casa, lo que queríamos era volver a casa lo más pronto posible y bañarnos y quitarnos la mierda».

Este reportero notero pensó en ese instante: deja tú que este hijo de la chingada que se mete en los lugares más jodidos de Tijuana filme la miseria de todos esos perdedores que bien pudieron haber sido tu tío o tú mismo (todavía puedes serlo, en este país siempre se puede caer más bajo); deja tú que este cabrón no sienta empatía con los desheredados que grabó, pero que diga que es la mierda y que se la quiere quitar rápido y bañarse, qué ganas de preguntarle si él se baña en perfume y si cuando se tira pedos huelen a agua de rosas, qué ganas de preguntarle más y más sobre ya no sobre su película sino sobre su posicionamiento frente al cine.

El siguiente comentario que hizo fue que él conocía ese mundo desde el interior y que su hermano, ya muerto, había sido dealer (tirador de droga) y que conocía de pi a pa a los personajes, porque su brother se los había presentado. En ese momento, este reportero notero entendió por qué hablaba de mierda.

Más adelante, dijo que no sentía compromiso con esa gente y que les había pagado 20 ó 50 dólares para filmarlos y hacer secuencias para el Colegio de la Frontera Norte, para el cual trabajaba en aquel tiempo, que su finalidad no era hacer una película, pero como el colegio había decidido no usar sus registros algo tenía que hacer con ese material.

Refirió haber trabajado para Tv Azteca versión Tijuana y contó cómo es que inventaba historias o exageraba otras, haciendo luego shows para un programa tipo Laura Bozzo. «La nota roja era muy aburrida, y empecé a inventar notas…».

En cuanto a Navajazo, continuó: «No hay historia; llegamos a filmar, les dábamos el dinero y veíamos qué eran capaces de hacer. Vamos a ver que ocurre en este cuarto. Quizá eso nos haga éticamente malos realizadores, aunque sí hay una responsabilidad de nosotros, hay que ser responsables de lo que grabemos, si no estuviéramos ahí eso no pasaría».

Entre las secuencias que filmó Silva con un fotógrafo sin experiencia al que definió como un «turista» en ese mundo tijuanense, estaban la de «Happy face», un tipo que era mexicano pero no hablaba español, que se había tatuado una carita feliz en el pene y que salía fumando ice con una especie de foco en la pantalla.

Estaba también una pareja de junkies que tenían relaciones en la pantalla mientras fumaban y se inyectaban crack; estaba un hombre que rodeado de su familia se empezaba a agarrar a golpes con otro tipo, se echaba algo así como un «tiro de compas» en tanto la cámara rodaba.

Estaba una pareja a la que un realizador de cine porno había invitado para filmar su intimidad, «el nuevo porno debe ser de la intimidad de las personas, la gente quiere ver amor en la pantalla». Estaba un señor que no se moría y que quería morirse desde hace tiempo, que había levantado una especie de casa con juguetes viejos que había encontrado en el basurero…

Y estaba este joven cineasta del presente con sus amigos, filmándolo todo y atravesándose durante las tomas en la grabación misma (a la manera de las películas de El Santo, pero con plena consciencia de lo que estaba haciendo), manipulando de vez en cuando lo que pasaba, interviniendo, como una especie de director gonzo, burlándose de lo que veía.

«Crack… confessions» aparecía subtitulado en letras de arte pop cuando la mujer que fumaba crack le empezaba a hacer una felación la mujer al hombre que se estaba inyectando crack.

«Tu película es una oda al mal gusto; es técnicamente errónea, ¿por qué intercalas fragmentos de las películas de los Hermanos Almada? ¿Por qué no te conseguiste un buen fotógrafo si ya habías trabajado en medios», comentó un chico de entre el público visiblemente escandalizado. Escandalizar y escandalizarse es delicioso, y no escandalizarse es mojigatería, había escrito Pier Paolo Pasolini.

«No era una película, no me importaba hacer tomas técnicamente correctas; no sabíamos qué es lo que íbamos a filmar, no sabía lo que pasaría, sólo esperaba que pasara algo mágico frente a la cámara», respondió Silva.

Había una sensación de incomodidad en uno mismo mientras miraba Navajazo porque este reportero quería carcajearse en la sala cuando veía las situaciones tan absurdas que estaban proyectándose, pero de inmediato caía en la cuenta de lo triste y tremendo que era todo cuando estaba pasando, y entonces la risa que estaba a punto de salir quedaba ahogada en la garganta y una sensación de turbación emergía.

La cinta estuvo peregrinando de aquí para allá, siendo rechazada en diversos festivales, incluido el de la escuela donde estudió Ricardo Silva hasta que Ficunam lo seleccionó para proyectarlo.

Y pensar que tal vez si no hubiera sido por Ficunam uno se hubiera perdido de Navajazo, cinta post-apocalíptica basada en Mad Max según el joven cineasta y musicalizada por Albert Pla, motivo por el que las canciones estaban en catalán, dando un efecto de ridículo y absurdo aun mayor a situaciones ya de por sí absurdas y trágicas.

En Navajazo no se sabe qué es real y que no lo es; la ficción como realidad y la realidad como ficción van de la mano. No es posible hablar de un documental. Es un trabajo creativo; algo que personalmente no había visto a ese nivel en el cine, pero que ya en la literatura un siglo y medio antes Lautréamont hizo con sus Cantos de Maldoror.

Acabar con todas las convenciones del género, llegar al grado cero de la ironía hasta darle la vuelta y mostrar lo real, tomar al pie de la letra hasta lo patológico una situación y retorcerla mofándose de todos, de todo, pero de uno mismo particularmente.

Es el libro vaquero versión hard-core. Causa tristeza, risa, asco, como indicó la muchachita de entre el público. Es un escupitajo a los ojos de dios, como dice el filme; es algo que difícilmente creo que llegarían a entender los premiadores de Locarno. Es un shock y toda una experiencia.

Es una nueva manera de hacer cine, y en verdad que se vuelve mágico lo que uno ve: poner en duda toda lógica y no saber qué va a pasar en los próximos instantes; es un trabajo difícilmente etiquetable pero que se corresponde a la perfección con lo que Baudelaire escribió sobre lo cómico absoluto.

Que hay que salirse de uno para poder reírse de sí mismo, como cuando uno sabe lo ridículo que es y tiene consciencia de ello, alcanzando a burlarse. Navajazo comprueba de nueva cuenta que México es un sitio de círculos infernales y que está más allá de toda conceptualización racional, más allá de toda verdad y toda mentira.

No sé si esta cinta sea una obra maestra, pero lo que aparece en la pantalla por gracia suya es una realidad por entero distinta. Reencanta el mundo. Película no apta para aquellos que no sean capaces de llorar y de reírse de sí mismos, y de darse cuenta de lo ridículo que somos y de continuar riéndose de eso aunque casi nos destruya.

No debió titularse Navajazo, se trata de un verdadero golpe mortal a las convenciones de lo real y del cine tal como lo conocemos.

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