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Neruda: crítica a la nueva película de Pablo Larraín

Pablo Larraín inaugura por segunda ocasión el Festival Internacional de Cine de Morelia, ahora con la criticada y aplaudida Neruda, película basada en el escritor chileno en su época de senador y militante del Partido Comunista, protagonizada por Luis Gnecco y Gael García Bernal, situada en un Chile de finales de los años 40.

El filme de Larraín llega a la décimocuarta edición de este festival con muy buena respuesta en Cannes y Sundance, con varias nominaciones en los Premios Fénix y mucha expectativa para que sea acreedora a la nominación por el Oscar.

Más de hora y media en donde vemos la figura del hombre debatirse entre la política y su carrera literaria, sometiéndose a su propio ego y al de su coprotagonista, Óscar Peluchonneau, una relación donde se construye una especie de complicidad, de complemento, de la búsqueda de su propia existencia en el otro. Una persecución que se antoja más psicológica que física.

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El chileno nos muestra a un escritor burgués, estrafalario y a ratos egocéntrico, jamás cansado de su Poema Número 20, y a la par escribiendo la que se considera su obra cumbre Canto general. Un hombre perseguido pero que pareciera que no se da cuenta de la realidad que viven sus camaradas en los campos de concentración, como si en su cabeza hubiera una historia totalmente ajena al momento histórico.

Planos cerrados, íntimos, que revelan la asfixia del político por vivir en lo clandestino y que se contraponen al movimiento, a los campos abiertos que significan la libertad anhelada del poeta. La cinta nos permite seguir al protagonista de cerca, como si nos susurrara ese trillado poema.

Uno de los mayores aciertos es sin duda el guión, realizado por el también dramaturgo Guillermo Calderón, que se antoja como una mezcla de teatro y novela policiaca pero que a la vez dota de una dosis poética a la narrativa, sobre todo hacia el final del filme, en donde llega al punto cumbre complementándose con la impecable fotografía de Sergio Armstrong, donde la poesía de las imágenes recae en ciertos diálogos que cimbran al espectador.

Se trata de una historia en donde pareciera que el cazador se vuelve el perseguido, donde se cuestiona la existencia misma de los personajes muy al estilo literario de Borges, sin saber quién ha soñado a quién.

Una buena actuación de Luis Gnecco, en donde dentro de la exageración podemos creerle la imagen de un hombre adicto al alcohol y a las mujeres, que gusta de vivir perseguido. El personaje de García Bernal le otorga una vuelta de tuerca a la historia, pues de no existir, la película se hubiera convertido en un entrañable pero quizá simple documento biográfico.

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