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No hay espectadores inocentes

Por Armando Casimiro Guzmán

Una de las gratas sorpresas de la séptima edición del Festival Ambulante fue The Libertines: No hay espectadores inocentes (The Libertines: There are not innocent bystanders, 2011) del británico Roger Sargent, quien ha sido el fotógrafo oficial y confidente de la banda inglesa desde sus inicios en el ya lejano 1998. The Libertines está conformado por Carl Barât, el problemático Pete Doherty, quien durante varios años fue blanco de los tabloides sensacionalistas debido a su afición a las drogas, sus numerosos arrestos y su no menos escandaloso noviazgo con la modelo Kate Moss. La banda se complementa con el discreto bajista John Hassall y el baterista Gary Powell, quienes vivían en medio de la lucha de egos de sus líderes.

The Libertines alcanzó cierto nivel de fama en el 2002, mientras eran teloneros de bandas como The Vines. Sus poderosas presentaciones en vivo los llevaron a presentar su primer álbum Up the bracket, producido por Mick Jones, ex guitarrista de los míticos The Clash. La banda subió en las listas de popularidad y como suele suceder con la influyente revista NME (New Musical Express) en poco tiempo los cataloga como «the next big thing».

El dinero y la fama pronto hacen mella en Doherty. The Libertines se las arreglan para dar varios conciertos sin Doherty. Se cuenta que a duras penas logran mantenerlo medio sobrio para la grabación de su segundo y último álbum, el genial The Libertines (2004), que tiene perlas del tamaño de Can’t stand me now y Last post in the bugle. Los pleitos constantes entre Doherty y Barât, debido a la adicción del primero a la heroína y el crack, terminan en una serie de distanciamientos, robos (Doherty roba unas guitarras y una computadora de Barât mientras la banda está de gira por Japón, detalle que le costó dos meses de cárcel) y por supuesto tremendas peleas.

Después de un concierto en París, Barât declara al grupo oficialmente disuelto. Cada cual toma su camino: Doherty se rehace rápidamente con los Babyshambles, que a la fecha han sacado un par de buenos discos: el extraordinario Down in Albion y el no menos interesante Shotter’s nation (imprescindible escuchar Delivery). Barât y Powell lanzaron un par de discos con su nueva banda Dirty Pretty Things: Waterloo for anywhere y el discreto Romance at short notice. Mientras que Hassall hizo lo propio con Yeti, su proyecto solista.

El documental retoma a The Libertines cuatro años después de su último concierto, cuando se reúnen para hacer algunas presentaciones en lugares pequeños, justo antes de tocar en los festivales de Reading y Leeds, en Inglaterra. Roger Sargent forma el documental a partir del registro fotográfico desde los primeros conciertos hasta su auge y posterior separación. Intercala una serie de entrevistas con los músicos previas a la reunión oficial del 2010. Incluye escenas de los ensayos, el backstage y todo lo que rodea a los grandes festivales de rock: «alguien se está haciendo millonario con esto», se queja amargamente Doherty al ver la enorme cantidad de playeras vendidas en Reading.

La principal falla del documental es que puede ser totalmente intrascendente para la gente que no tiene el menor interés en la banda, sobre todo si consideramos que apenas tuvo un éxito discreto fuera de Inglaterra. Desgraciadamente Pete Doherty es más conocido por sus escándalos en la prensa amarillista que por su capacidad musical, y hay muy poco de lo primero en este documental. Lo opuesto resulta para quienes conocemos la historia de la agrupación (ahora mismo escucho en mis audífonos Can’t stand me now) y disfrutamos de verlos en una sala de cine. El mayor acierto de Sargent es la cercanía que con el grupo que muestra en la pantalla, no tiene problemas en obtener la personalidad abrumada y confusa de Doherty («quiero tocar de nuevo con la banda pero se que él no me tiene confianza»); y el temperamento ególatra y disperso de Barât, quien aclara sin dudarlo, que no ve una nueva grabación de los Libertines.

Con solo dos discos, The Libertines se ha convertido en una de las bandas más influyentes del rock británico de la primera década del siglo XXI, los constantes enfrentamientos y escándalos entre sus integrantes recuerdan al Oasis de los hermanos Gallagher. «The Libertines es un barril de pólvora con una mecha muy corta», afirma con desparpajo Carl Barât. No cabe duda, la música da de que hablar, pero se necesita algo más para dejar huella.

 

 

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