Por Jorge A. Amaral
En cierta ocasión, platicando con Mikele, llegamos al tema de la música, pues yo le argumentaba sobre las ventajas de escuchar de todo para así definir qué nos gusta, qué no nos grada y por qué.
Mikele es aficionado al canto y amante de la ópera por influencia del Club del Candingas, y me decía que a él ya no le entraban otros géneros; es raro que un tipo de veintitantos no conozca ni lo que escuchaban sus compañeros de escuela hace apenas uno o dos años, o lo que escuche su novia o sus padres o sus hermanas mayores. Así, pretendiendo ser muy cultos podemos ser completamente ignorantes.
Tengo 34 años y mi primer casete me fue regalado a los seis. Era 1986, Fiestas de Octubre en Cuitzeo del Provenir, mi hermano menor estaba prácticamente recién nacido y mi papá nos llevó a un jaripeo de esa feria, el último de la fiesta, en el que tendrían su participación estelar Carlos y José, ese fantástico dueto norteño al que le debemos, entre otras cosas, Flor de capomo y Las tres tumbas.
Terminó el jaripeo y acomodaron a las estrellas de la tarde al centro del ruedo de esa plaza móvil. Mi padre me hizo una seña aprobatoria y supe lo que tenía que hacer: sentarme en el suelo justo frente a ellos mientras los adultos tomaban cerveza, bailaban y echaban henchidos ajajayes producto del alcohol, la euforia y la música de aquel acordeón, cuyo sonido en El chubasco me marcó de por vida, sembrando en mí un profundo amor por la música. Así, llegué a casa con mi primer casete: Carlos y José. 15 éxitos 15.
A partir de ese momento comencé un acopio de música que aún no termino pues entre que me gustaban las tropicalosas y románticas gruperas que escuchaban las empleadas domésticas de mi casa, como Los Plebeyos, Mister Chivo, Los Bukis, Los Caminantes, Chico Che y La Crisis, Rigo Tovar y su Costa Azul, Los Baby’s, Los Bríos, Los Solitarios, Grupo Pegasso y un larguísimo etcétera, pasando por los gustos variaditos que mi madre me contagió, como Violeta Parra, Mercedes Sosa, El Pirulí, Los Panchos, Julio Iglesias, Tania Libertad, Bill Halley o Los Cridens (decía ella en aquel entonces); las norteñas y chicanas que traía mi papá de Estados Unidos y que me siguen fascinando, como Los Invasores de Nuevo León, Ramón Ayala, Cornelio Reyna, Don Freddy Martínez, Little Joe & His Latinaires, La Migra, Los Humildes, Los Barón de Apodaca, Los Tigres del Norte, incluso un Lalo Guerrero vestido de pachuco.
Por eso, cuando dicen que los niños son como esponjas, yo estoy plenamente de acuerdo, pues absorbí gustos de la gente que me rodeaba, tan es así que ya para principios de los 90, mi primo El Cholo en cierta ocasión llegó del gabacho cargado de casetes con “música de negros”, como decía mi tía. Entre esas rarezas tenía a MC Hammer, Melow Man Ace con Mentirosa, Latin Alliance y su Low rider, los maravillosísimos Fat Boys y su versión rap de Twist, que a la fecha me sigue gustando más que la original. Con esto se agregó una raya más al tigre.
Así pues, a lo largo y ancho de mi vida he venido escuchando de todo, incluso cosas que en ciertos círculos me apenaría admitir que me gustan, como el disco Amor en tiempos de guerra, de Régulo Caro; como me avergonzaría decir que yo también intenté del B-Boy al ritmo de Ice, ice baby, de Vanilla Ice, o que en la secundaria, años de quebradita, me sabía todas las canciones de la Banda Machos, hasta que conocí gente con otros gustos y entonces el centro de Morelia y sus antiguos puestos de casetes pirata se volvieron mi santuario, pues en la Plaza de San Francisco y en un puesto que se ponía frente a lo que algún día será el Teatro Matamoros compraba “lo más discutido” del rap (como decía el vendedor) y en otro que se tendía frente a lo que hoy es Cantera 10 adquiría trova, blues y rock clásico.
El tiempo pasó, los casetes se volvieron obsoletos y mi colección de 800 0 900 terminó en cajas que aún guardo en casa de mis papás, y con los discos compactos me ha pasado algo parecido: permanecen mudos en el librero, campanas y carpetas. Ahora hace casi un año que no compro un disco, ni siquiera en puestos callejeros de copias de respaldo, sólo espero que el disco duro de un tera donde almaceno música no termine convertido en la caja de los casetes.