Revés Online

Nuevo libro de Fadanelli: escribir para administrar el odio

A propósito de Desorden. Crítica de la dispersión pura

Los libros bellos están escritos en una especie de lengua extranjera. Cada cual da a cada palabra el sentido que le interesa, o al menos la imagen, imagen que a menudo es un contrasentido. Pero en los libros bellos todos los contrasentidos son bellos.

                                                                                                                                                                              Marcel Proust

Por Fernando Sanabrais

Explicarse suele ser, en la mayoría de los casos, un despropósito, una necedad. La reseña, una falta de tacto, una descortesía: nadie la necesita, nadie la ha pedido jamás. Sin embargo, están allí, como los virus, los manuales o las academias. No es que niegue la existencia de lectores sensibles, aquellos que pueden ofrecernos un panorama complementario de la obra leída. De hecho, en este momento recuerdo al gran maestro Huberto Batis, quien transfiguraba sus lecturas en textos con vida propia; poco importaba si tenía que ver con la obra misma, con la vida del autor o con ninguno de ellos. Lo fundamental era lo que la obra había engendrado, lo que había provocado en el avezado lector. En ese sentido, existen reseñas admirables que no me cansaría de recomendar. Lamentablemente, este no es el caso.

La dificultad empieza cuando se trata de un autor al cual se le profesa admiración, respeto e incluso amistad. Entonces, la única manera de abordarlo es mediante el decoro que proporciona el silencio. Lo contrario, la grandilocuencia, no es más que una evidencia del desprecio de la obra. Así que seré breve y retomaré lo que mencionaba hace unos momentos acerca de aquellos autores que actúan como un detonante, aquellos que te invitan a escapar de la obra misma. ¿No debería ser así todo el tiempo? Que la novela o ensayo te impulsen a abandonarlos rápidamente, a dirigir la mirada hacia otro lado; es justo en ese instante cuando sabemos que ha sido la obra adecuada.

Te puede interesar:

El futuro distópico de la República Sorjuaniana

Y con las obras de Fadanelli, eso es precisamente lo que ocurre. La invaden citas, manías, absurdos, fatalidades, malas decisiones. Desorden, no es la excepción: una novela poblada por filósofos, escritores, pasajes de la vida personal del autor e incluso personajes de sus propias novelas. Y es que para Fadanelli, la filosofía no es sino una rama de la literatura. Y Desorden fue concebida como una novela que abarca todos los géneros: ensayo, poesía, digresión. Porque la novela es el mundo. Las ideas o conceptos emergen como personajes, presentándose de manera arbitraria, sin pretensiones de imponerse o dictar cátedra. Se presentan para dialogar.

Desorden tiene, en ese sentido, un estilo peculiar. Donde el género es trivial, la identidad un error y el objetivo no es más que una desfiguración. Pero, ¿qué es el estilo? Ya lo decía Deleuze, el estilo no es una construcción. Es un malentendido, un hado. En el estilo, no son las palabras, ni las frases, ni los ritmos o las figuras lo que cuenta. Una palabra siempre podría ser reemplazada por otra. Lo único que existe son palabras inexactas para designar algo exactamente. Tener estilo es llegar a tartamudear en su propia lengua: ser como un extranjero en su propia lengua.

Guillermo Fadanelli

Es así como Desorden construye un estilo único, una estructura incomparable desde la cual podemos acudir sin rigidez, sin un orden preciso. La obra misma contiene una advertencia inicial que invita a leerla desde cualquier capítulo, desde cualquier página. Sólo la dispersión brinda certezas. El desorden como forma de supervivencia y la única manera de habitar el mundo.

Fiel al propósito de este texto, sea cual sea su género o naturaleza, mencionaré que hace unas semanas asistí a su primera presentación, desempeñando el rol de moderador. Moderador: el más aciago de los papeles en una conversación, presentación o en cualquier interacción entre seres vivos. Yo, el más desmedido e intemperante, ¿cómo podría moderarlos? En fin, si Fadanelli me invita a moderar, con gusto acepto ser el maldito moderador. Sea lo que sea que eso signifique. Está de más decir que fracasé; que conversamos mucho más allá del tiempo estipulado y que nunca aprenderé a callarme. Mucho menos a callar a los demás.

También lee:

Los padrotes de Tlaxcala: entrevista con Juan Alberto Vázquez

Finalmente, me considero un hombre decente. Bastará con decir que fue una buena conversación. Uno de los presentadores fue un joven de dieciséis años que hizo una lectura profunda y dispersa del libro, dialogando con nosotros y compartiendo las frases que lo habían conmovido. Para él, la obra es una serie de introducciones, un eterno retorno de prolegómenos. No se equivoca. Fadanelli me lo había advertido unos días antes: el presentador será una sorpresa, ya lo verás. Y así fue. ¿Cuántos de nosotros, en nuestra juventud, habríamos deseado compartir una mesa con el autor de El día que la vea la voy a matar? Yo lo conocí a los diecinueve años, siendo ya bastante viejo. Y puedo afirmar que, desde ese momento, fue un eficaz estimulante para continuar con una gran diversidad de lecturas.

Para Fadanelli, aquí reside una de las motivaciones de la escritura en sí: El vergonzoso propósito de que escriba -un escritor- particularmente sobre política, economía y penuria social, etcétera, en estos tiempos, posee una finalidad muy bien meditada: ¡deseo que me dejen en paz! Que cada quien siga su propio camino sin molestar al otro. Que mediante la escritura podamos invitar a la reflexión, al cuestionamiento. A discutir para hacer del mundo algo menos aterrador.

Y ahora una cita de John Fante, en La hermandad de la uva, incluida también en Desorden, donde precisamente Henry, alter ego de Fante, después de leer a escritores como Steinbeck, Dostoievski y otros se siente liberado de sus rencores: Descubrí que respiraba, que veía horizontes invisibles. El odio por mi padre desapareció. Amé a mi padre, aquel pobre diablo resentido y obsesionado. También amé a mi madre y a toda mi familia. Había llegado el momento de marcharme y entrar en el mundo. Quería pensar y sentir como Fiódor Dostoievski. Quería escribir. Escribir para administrar un poco el odio. Soportarnos. De esta manera, podremos encontrar una forma de convivir. La dispersión como posibilidad de encontrarnos con el otro. De hacer de este sitio un lugar menos inhóspito. De encontrar un lugar habitable.

Fernando Sanabrais. Nació en la ruinosa e infecta Ciudad de México. Seremos breves: a pesar de todo, a veces escribe.

Salir de la versión móvil