Cuando no estamos de acuerdo con alguien, no se puede hacer nada. Creemos que sí, pero no. Las conversaciones fueron inventadas para transmitir conocimientos de manera conjunta, yo te digo lo que sé y tú me dices lo que sabes, con nuestra sabiduría conjunta podremos deshacernos tanto de mis prejuicios como de los tuyos y al final, triunfantes podremos emerger como dos seres humanos renovados y más sabios que el día anterior.
Al menos eso escribió Charles Conversánchez, el inventor de la conversación moderna, en su manual de usos y aplicaciones. Pero al igual que los científicos que el siglo pasado estudiaban el átomo para la gloria y el beneficio de toda la humanidad para luego ver aterrados cómo sus descubrimientos eran aplicados para la creación de la bomba atómica, Charles también fue engañado y traicionado por el egoísmo de la raza humana.
Lo que Charles pasó por alto fue el instinto territorial del ser humano, y es que el humano defiende las ideas de la misma manera en la que defiende los territorios, no porque un territorio sea mejor que otro, sino porque es su territorio, es su idea, y por ello vale la pena partirse toda la madre. Así pues, del noble arte de la conversación surgió un nuevo, terrible y adictivo ser: la discusión.
En primera instancia, la discusión parece atender a los mismos objetivos que la conversación: instruir, quitar el prejuicio ajeno, deconstruir viejos vicios mentales, llegar a la verdad, mejorar la verdad, ayudar al prójimo, edificar y fortalecer amistades, pasar un buen rato, etc. Pero una vez que hemos sido engañados y que nos hemos dispuesto a invertir un tiempo a ello, la conversación toma su verdadera forma y empiezan a surgir los verdaderos objetivos: convencer, reafirmar nuestros prejuicios, denunciar y destruir contradicciones ajenas, preguntarle a los observadores si nuestra idea es mejor que la contraria, sentir placer por tener la razón, encabronarse en caso contrario, pelearse, aferrarnos a nuestras ideas aunque claramente estén agonizantes o muertas y gritar. Alv todo.
Discutir es como asistir a un partido de fútbol siendo fanático de uno de los equipos. No importa quién meta más goles en forma de argumentos y por lo tanto gane el partido. Podremos salir tristes o felices, pero nunca yéndole al otro equipo. Es decir, solo fuimos para apoyar a nuestra idea y vivir nuestras emociones al extremo, pero nunca con la intención de irle al mejor equipo.
Para entrar en una discusión solo hacen falta dos requisitos: existir y tener una postura respecto a algo. Uno podría pensar que también haría falta ser una persona necia y pendeja, pero uno de los hechos más fascinantes del virus de la discusión es que no discrimina nivel intelectual, puede infectar al más tonto de la cuadra o a un premio nobel. No olvidar el Faulkner vs Hemingway, el Sartre vs Camus o nuestro tropical Ibargüengoitia vs Monsiváis.
Tomar una postura es casi inevitable. Hay cosas que no terminan de existir hasta que no decidimos si nos gustan o no.
Otro hecho relacionado es la cantidad de esfuerzo y tiempo que hemos invertido en una postura. Supongamos que hay un niño que dice que no le gustan los gatitos porque en febrero escuchó a su madre decir que sueltan muchos pelos, pero en marzo visitó la casa de su mejor amigo que tiene gatitos y tuvo que replantear su postura. Ahora supongamos que ese niño era yo y que desarrollé la postura en contra de los gatos durante muchísimos años sin que nadie hiciera nada al respecto. Ahora no basta con que visite la casa de uno de mis amigos adoradores de estas bestias diabólicas y egoístas.
Mi postura tiene muchos argumentos porque he tenido tiempo de enriquecerla. Eso no significa que los gatos sean un animal menos valioso que otros animales domésticos, solo significa que estoy muy a toda madre con mi postura y ya la he anclado en interminables aspectos de mi vida, como el hecho de asociarlos con poetas mediocres que romantizan las fotografías en blanco y negro y que buscan palabras raras en el diccionario para meterlas de manera aleatoria en su poesía moderna, goei. Viéndolo objetivamente, no tengo ninguna buena razón para que no me gusten los gatos, solo es una necesidad irracional que ha crecido con los años.
A continuación, describo otras necesidades irracionales que crecen con los años en forma de posturas o decisiones. Estos no están basados directamente en mi vida, sino en observaciones de vidas ajenas o prejuicios.
Política
A veces nos sentimos bien chingones defendiendo nuestros ideales políticos como si hubiéramos llegado a ellos por nuestra propia cuenta, como si nuestra visión fuera objetiva y hubieras partido desde cero, desde un punto neutral en medio de la izquierda y la derecha. Pero a quién queremos engañar, es harto probable que seamos amlovers porque hemos estado rodeados del barrio y hemos escuchado que la culpa siempre es del gobierno, y nos ha dado coraje siempre ver a gente más privilegiada que nosotros solo porque así nacieron.
E igualmente probable es que seamos amhaters porque nuestros amigos tengan lana y sus papás siempre han odiado todo lo que suene a socialismo y ellos lo repiten y nuestros papás también lo repiten y nosotros lo repetimos; y estamos convencidos de que todos nuestros privilegios han sido ganados honestamente con puro esfuerzo y trabajo y que los demás son pobres por flojos. En ambos casos el punto de partida no fue neutral, nuestro trabajo no fue elegir sino defender y reafirmar nuestra postura con argumentos y memes cada vez más sofisticados. Hola Monsiváis, hola Paz.
Religión
Es que en Mateo 16:18 dice que tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia y por eso soy católico apostólico y romano, porque en la Biblia dice, suelen argumentar los católicos cuando se les pide una justificación de su afiliación religiosa. Pero no faltará el cristiano pentecostés que argumentará que en Hechos 2:3 se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos, para afirmar que solo mediante el don de lenguas se reconocerá el espíritu auténtico y que por eso su religión es auténtica.
Y así se pueden agarrar a escriturazos durante toda la tarde, obedeciendo a la religión que les inculcaron sus padres o a una institución en la que se la pasan a toda madre cantando y echando desmadre con el don de lenguas. La construcción de su fe será ciertamente una construcción personal a partir de una necesidad egoísta ajena a cualquier búsqueda auténtica de la verdad.
Futbol
Que si el chivas tiene puro jugador mexicano y es el que tiene más tradición. Que si el América es el máximo campeón de la historia del futbol mexicano y ódiame más y yo soy tu papá. Que si el Cruz Azul tiene tradición socialista sindicalista y además me identifico con todos los que fracasan siempre al final. Que si el Real Madrid es el mejor club de la FIFA. Que si el Barcelona solo promociona a la UNICEF. Quizá en ningún caso sea más notable la irracionalidad de una postura como en el deporte. El origen de un aficionado sucede invariablemente en la infancia y a partir de ahí se ganarán experiencias y recursos para pelear con aficionados a otro partido e irse encarnando los colores de una camiseta al grado de no poder disociarse voluntariamente de ella.
Cultura
Caso particular pero sintomático de nuestras posturas culturales fue el de ROMA. Conocí personas que incluso antes de verla ya estaban emputadas con Cuarón, las expectativas desbordadas, la poesía lenta, la temática social en blanco y negro y sentarse a verla era solo un requisito para poder ladrar con “conocimiento de causa”. O están los contrarios, quienes tenían tanta expectativa que ya habían definido inconscientemente que era una película buena, pues ya tenían todos los prejuicios a su favor porque habían visto opinar a personas respetables diciendo que era una joya del séptimo arte y cualquier síntoma de desagrado ante la obra maestra solo podría ser señal inequívoca de la propia incapacidad de apreciar el ARTE.
Para los segundos, ver la película ya solo era el último requisito para poder decir “pinche obra maestra, goei”. No quiero decir que todos hubieran formado su opinión antes de verla. Solo quiero hacer notar que las necesidades personales pueden ser tan fuertes que incluso pueden adelantarse al mismo momento de conocer al objeto que debe juzgarse. Con la música, la literatura, la pintura, arquitectura y danza suceden fenómenos similares. He llegado a aborrecer bandas solo porque las asocio con gente que me cae mal. Esto me recuerda cuando iba en la secundaria y una compañera me dijo que le caían gordas las mujeres llamadas “Paloma” porque le recordaban a una Paloma que les fastidió mucho la vida en la primaria. Sí la entiendo un poco.
Defender “nuestras ideas” puede ser molesto para quien tiene ideas opuestas, pero puede ser más molesto no tener una postura o cambiarla constantemente. No hay peor pecado en el fútbol que cambiar de equipo. Solo conozco una persona que lo ha hecho y me da pena su esposa, porque sé que en cualquier momento podría abandonarla. Yo no confiaría en él. Es por ello que entiendo lo irracional de casarse con una idea y defenderla a muerte.
Ojalá me gustaran los gatitos.