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Olinka, de Antonio Ortuño. La utopía transformada en corrupción

Olinka, de Antonio Ortuño. La utopía transformada en corrupción

Sólo en México podría ocurrir que la visión de un lugar utópico, en el que artistas, intelectuales y científicos habiten para crear, pensar y vivir en paz, lejos de la modernidad y lo vacuo; se transforme en un monumento a la corrupción erigido de monstruos de concreto. El Dr. Atl seguro se revolcaría en su tumba si supiera cuántos miles de metros cuadrados de imponentes bosques, tierras de cultivo y horizontes sublimes con su flora y fauna se han destruido en nuestro país, no para forjar aquel paraíso, sino para construir mansiones y rascacielos como parte de la inversión de dinero sucio de manos criminales.

Esa es la premisa del mexicano Antonio Ortuño en su nueva novela, Olinka (Seix Barral, 2019). Aurelio Blanco, protagonista principal de la historia, ha pagado una condena inmerecida de quince años, en la cual no sólo el desasosiego del cautiverio le azota, sino el peso del abandono de su familia y la posibilidad de que aquel sacrificio no reditúe la lejana promesa del suegro de forrarlo de dinero.

Guadalajara es la geografía donde se desarrolla la trama, y no es gratuito. De la lista negra del Departamento del Tesoro de Estados Unidos en la cual aparecen personajes y empresas acusadas de lavado de dinero en el mundo; en México, Guadalajara posee la mitad de los presuntos culpables. Tanto lujo, modernidad y vanguardia son demasiado bellos para ser verdad. Ortuño dice a esto irónico: “Un bonito lugar”.

Blanco llega a la familia de los Flores por circunstancias patéticas, es una especie de héroe mediocre que se convierte en tal, no gracias su valentía, lo es porque los demás ven en él la posibilidad de sacrificarlo. Primero para salvar del escarnio moral a quien se convertiría en su esposa, después para proteger el sueño de su suegro: Olinka (un Dr. Atl a su manera). Al final… bueno eso ya el lector lo descubrirá.

Aurelio sale de prisión hacia una ciudad distinta con el “síndrome del preso” aquel que padecen algunos individuos que evocan la seguridad del claustro ante el temor causado por la libertad. No sorprende, si bien no ha pasado tanto tiempo, la ciudad de Blanco ha mutado vertiginosamente debido al virus de los inversionistas y su deseo voraz por arrasar con todo en pro de ofertar hogares idílicos a la alta esfera social tapatía. Cuando digo arrasar es literal: con la tierra y con la gente -los menos favorables- que la habitan.

Como es común en Ortuño, sus personajes nos son revelados totales incluso conociendo parcialmente su vida. Cuán extraordinaria debe ser el manejo de la pluma para sentir empatía y hasta cariño por individuos como Blanco, a quien sabemos apenas las primeras páginas está en el fondo del abismo quizá sin posibilidad de redención. Olinka es gris a su manera, quienes pertenecen al universo de la novela parecen condenados, son herederos de los fracasos de otros y de sus propias decisiones; la trama lo ratifica: algo construido desde la corrupción y la sangre es poco probable termine bien.

Estamos ante una obra con su ya característica dosis de humor, ironía y crítica; que visibiliza lo desafortunadamente común: las formas torcidas de buena parte de la economía nacional, la corrupción de la que pocos se escapan y seduce a muchos; así como el deseo insensato por devastar aquello hermoso, en este caso el patrimonio ecológico, bajo el argumento de un progreso que no puede ser tal si es construido encima de vidas humanas.

@jaimegarba

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