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Oppenheimer, cuando la ciencia se convierte en política

Oppenheimer

En 2005 se publicó la que podría considerarse la biografía definitiva de Oppenheimer, con la que sus autores, Kai Bird y Martin J. Sherwin, ambos expertos en la historia de las armas nucleares, ganaron el premio Pulitzer en su categoría. 

Este libro fue el punto de partida para la nueva película de Christopher Nolan y recientemente se acaba de editar en español con el título Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer (se consigue en Debate, el sello de no ficción de Penguin Random House). 

De entrada, una cinta biográfica sobre un científico de tendencia izquierdista y defensor del pacifismo, no parecía material para este cineasta más dado a los artificios narrativos y visuales. Sin embargo, Nolan se empeñó en llevar a la pantalla a este personaje brillante y ambiguo, casi tan famoso como la que se considera su más grande y aterradora invención: la bomba atómica. 

Los autores Sherwin y Bird citan el mito de Prometeo, el que robó el fuego de los dioses para ofrecerlo a los humanos y su posterior castigo en lo alto de una montaña, para establecer un paralelismo entre esta historia y la trayectoria profesional de Oppenheimer, quien después de poner al alcance del gobierno estadounidense el primer arsenal atómico, pasó al ostracismo cuando advirtió los peligros de su propia creación. 

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El director británico-estadounidense sigue este mismo arco narrativo, pero para hacerlo más dinámico decide contarlo en forma fragmentada y avanzando paralelamente en dos vertientes. Una parte a color que cuenta la vida y los desafíos académicos del científico, mientras que la otra, en blanco y negro, nos muestra la conspiración del político Lewis Strauss, quien fue una figura clave en la campaña de desprestigio que llevó al científico a perder todo su capital político. 

Uno de los aspectos menos conocidos del famoso físico es el que se refiere a su vida privada. Quizás para ofrecer un panorama más claro de su personaje o tal vez para satisfacer la curiosidad de la audiencia, la película muestra de manera superficial algunos aspectos de su vida doméstica, así como sus relaciones extramaritales. 

Extrañamente, saliendo del tono general de la cinta, se nos presenta una escena sexual que la esposa engañada y alcohólica recrea en su mente durante el enjuiciamiento de su marido. Oppenheimer (interpretado por Cillian Murphy), es un científico brillante y pagado de sí mismo, pero a fin de cuentas es un ser humano imperfecto, como todos. 

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En la cinta se señala el desacierto de la política que siguió el gobierno de Estados Unidos, que al descubrirse como el único poseedor de un poder tan devastador, decidió no compartirlo ni utilizarlo para conciliar intereses con otras naciones. El resultado fue una carrera armamentística sin precedentes, que persiste hasta el día de hoy, cuando la amenaza de una guerra nuclear surge cada vez que un dictador sin escrúpulos decide afianzarse en el poder. 

Como en Dunkerque (Dunkirk, 2017), podemos ver como todas las acciones se precipitan a ritmo sostenido hacia un punto culminante. Pero el clímax no llega con el estallido de una bomba sorprendentemente silenciosa en el desierto de Nuevo México, sino en las últimas etapas del acoso gubernamental contra el científico, cuando es despojado de toda su influencia y poder. De esta manera queda claro que el protagonista está por encima del artefacto. 

Y es que en este punto, Oppenheimer ya no era más un físico teórico, sino una figura política. La tesis que sugiere Nolan, es que aterrado por su creación, el científico decide inmolarse con estoicismo ante los mal llamados representantes del pueblo, como una manera de expiar sus culpas. No está mal, incluso se toma tres horas para contar esta historia de penitente sacrificio, pero hace falta mucho más para estar por encima de una cinta biográfica convencional. 

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