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Paraísos Artificiales

Armando Casimiro Guzmán

Con la cinta Paraísos artificiales (2011), de la directora Yulene Olaizola, dio inicio la jornada más floja de largometrajes en competencia de lo que va del Festival Internacional de Cine de Morelia. De la joven directora conocíamos uno de sus trabajos previos, el documental Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo (2008), el cual se dio el lujo de incursionar en la prejuiciosa cartelera comercial de nuestro país.

Paraísos artificiales muestra la peculiar relación que entabla Luisa, una joven capitalina adicta a la heroína y al tabaco, con Salomón, el cuidador de unas destartaladas cabañas de la costa veracruzana, quien es además un asiduo consumidor de marihuana. Es decir, el punto de unión de ambos personajes es su natural afición a las drogas.

En palabras de la propia Yulene, quien nos acompañó vía Skype al finalizar la proyección (informaron que la directora se encuentra en Canadá), el proyecto surgió a partir de que una de sus amigas cercanas se hizo adicta a la heroína, ella la acompañó a varias clínicas de rehabilitación y después de la experiencia quiso hacer algo al respecto. Yulene comentó que deseaba presentar el tema de las adicciones de una manera realista y no sensacionalista: “Es común que en el cine se presenten a los adictos a la heroína como delincuentes, gente que se prostituye y vive en la calle, quería presentar el caso de una adicta que no llega a ese punto, todo sucede en un entorno natural”.

Aprovechando el espacio, la directora amplió su opinión sobre el tema: “En el país vivimos recibimos mucha información errónea sobre las drogas. Mucha gente piensa que las drogas son las culpables de los problemas, cuando en realidad los culpables son las propias personas. Al final, el propósito de mi película es despertar ciertas reflexiones sobre su uso”.

La propia directora aclaró que muy difícilmente la cinta se verá fuera de los circuitos de arte y festivales. Es muy probable que así sea, ya que Paraísos artificiales ronda peligrosamente en el género del cine contemplativo: ni los personajes terminan de ser del todo interesantes ni hay realmente una historia como tal que sustente los casi cien minutos de filmación, lo que puede provocar un horrible aburrimiento si se ve sin almorzar en la función de las nueve de la mañana.

 

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