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Parásitos: la joya surcoreana que ganó Cannes

Como ya es tradición en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), se estrenó la más reciente ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Parásitos (Gisaengchung, 2019), séptimo largometraje del surcoreano Bong-Joon Ho. El director ya se había destacado con El expreso del miedo (Snowpiercer, 2013), lo mismo que Okja (2017), una película que abrió un serio debate sobre el papel de las plataformas digitales frente a las salas tradicionales. Debate, por cierto, que aún no termina.

La familia Kim habita un sótano en una de las zonas populares de Seúl. Sobreviven haciendo trabajos menores y robando el internet de sus vecinos. De acuerdo a los altos estándares surcoreanos podría considerarse una familia de fracasados. La suerte empieza a cambiar cuando un amigo del menor de los Kim, le pide que lo sustituya en sus clases particulares de inglés mientras él sale a estudiar al extranjero. Es un trabajo sencillo, las clases son para una adolescente cuyos padres son un tanto despistados, pero están en una posición desahogada. Valiéndose de toda clase de artimañas, todos los integrantes de la familia Kim lograrán enquistarse en la lujosa mansión sin preocuparse de las consecuencias.

El guion del propio Bong-Joon Ho se traduce en una película muy atractiva desde los primeros minutos. Elegante y con un sentido del humor muy bien dosificado, el relato avanza con ligereza y permite al espectador asumir cierta identificación con la familia. La pobreza en la que viven no es necesariamente su culpa, los padres están desempleados y los hijos no consiguieron ingresar a la universidad, en un país sobrepoblado y con una gran desigualdad económica.

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Este es precisamente el elemento más interesante de la cinta. Exhibe con cierta comicidad al principio y con violencia brutal después, las tremendas diferencias entre los segmentos de la sociedad surcoreana. Los empleadores hablan todo el tiempo de compras, de marcas y productos. Así ven a sus empleados, los catalogan, los usan y los desechan (“considéralo como parte de tu trabajo”, le dice el patrón al chofer mientras lo tiene disfrazado de indígena americano en una fiesta infantil).

Pero a toda acción corresponde una reacción. Los empleados pronto pasan de víctimas a victimarios. Queriendo cobrarse los agravios, estafan, controlan y enamoran. Terminan incluso violentando a otros desposeídos en algunas de las escenas más descabelladas de la cinta. Pero si bien Bong-Joon roza el absurdo con bastante frecuencia, lo cierto es que nunca pierde de vista la confrontación entre clases sociales como eje central de la narración.

Parásitos merece los buenos comentarios que ha recibido hasta ahora. De alguna manera recoge los mejores elementos de los trabajos anteriores de Bong-Joon Ho y los resume en esta lucha de clases, en la que las sutilezas como el olor de una persona, se convierten una barrera insuperable entre pobres y ricos. Al menos por esta ocasión, la credibilidad regresó a Cannes, definitivamente hay que verla.

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