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Pobres Criaturas: la vida sin culpas ni ataduras

Pobres criaturas

Hollywood ya le ha tomado el gusto a Yorgos Lanthimos y Pobres criaturas (Poor things, 2023) fue nominada a once premios Oscar. Al margen del escaso valor intrínseco de esta estatuilla, no se puede negar que estas premiaciones involucran varios aspectos que van más allá de lo puramente estético, pues son determinantes para la comercialización y el financiamiento de futuros proyectos. No olvidemos que la tardía nominación de Canino (Kynodontas, 2009) fue la que impulsó al cineasta griego a buscar nuevas oportunidades fuera de su país.

Bella Baxter es una joven mujer sometida a un peculiar experimento. Su cerebro ha sido sustituido por el del feto que llevaba en el vientre y después de un periodo inicial de comportamiento errático, se ve impelida por la curiosidad, al grado que decide abandonar la mansión de su protector para descubrir el mundo por sí misma. Al ser una mujer con la mentalidad de una niña, no podrá evitar romper con las convenciones sociales de un mundo que no conoce y en el que aprenderá valiosas lecciones sobre el comportamiento humano.

La película está basada en la novela homónima del escritor y poeta escocés Alasdair Gray. A decir del cineasta griego, éste le otorgó el visto bueno para realizar la adaptación cinematográfica (el libro fue editado recientemente por Anagrama con el título ¡Pobres criaturas!). El escritor falleció en 2019 y Lanthimos encargó la escritura del guion al australiano Tony McNamara, con quien trabajó en La favorita (The favourite 2018). Como era de esperarse, varias cosas quedaron fuera en la versión cinematográfica. Probablemente, la principal es que, a diferencia de la novela, se aborda el relato desde el punto de vista de la protagonista.

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Es evidente el eco del Frankenstein de Mary Shelley, sobre todo en el primer tramo del metraje. Ahí se presenta a un científico ambicioso y amoral, el doctor Godwin (Willem Dafoe), a quien su protegida llama God. El hombre experimenta con la aplicación de electricidad en los cuerpos de personas muertas, además de incurrir en otras crueles aberraciones biológicas. Pero la narrativa pronto se enfoca en Bella (Emma Stone), cuya presencia física y comportamiento infantil, se traducen en admiración y deseo por parte de los hombres que la rodean.

El descubrimiento fundamental de Bella es el de su propia sexualidad. Es a partir de sus primeras sesiones de autoerotismo cuando decide emprender este viaje iniciático instigada por un abogado sin escrúpulos, que con su carácter inicialmente despreocupado, aporta las principales dosis de humor del filme. No obstante a la postre sucumbirá ante el encanto y la apabullante lógica de la mujer.

La historia alude a lugares conocidos y a una época aproximada: la Europa de finales del siglo XIX. Pese a ello, el cineasta juega con un entorno fantástico y atemporal que mezcla elementos de época y ficticios. Así, la capital portuguesa, la ciudad de Alejandría y París, son lugares estilizados, irreconocibles y coloridos, al estilo de los decorados de algún clásico hollywoodense. Lo mismo pasa con el futurístico vestuario de Bella, que parecen una fusión de la moda de las últimas dos centurias.

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En el metraje somos testigos de la manera en que Bella absorbe todo el conocimiento a su alcance. Una etapa de impulsividad cede paso a la conformación de una mentalidad práctica con algo de cinismo (entendida como la corriente filosófica que impulsaba Diógenes de Sinope). Pero el recorrido de la protagonista no solo es mental, también es físico, cuando inicialmente decide  experimentar con su sexualidad para después tomar el control de ella.

Bella logra cambiar las dinámicas de poder y salir victoriosa en esta lucha de voluntades en donde inicialmente se le percibía como una víctima. Además, logra hacerlo sin las culpas ni vergüenza que impone la sociedad de su época.

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