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Por la raza hablará el tex-mex

 

Allá lo que rifa es El Komander, me dijo un migrante cuando le pregunté qué música en español se escuchaba actualmente entre la mexicanada asentada en el gabacho.

The Hometown Boys
The Hometown Boys

Y es que recuerdo cuando en los años 90, en el esplendor de El Show de Johnny Canales, la música tex-mex gozó de mayor auge. El otro día le comentaba a un amigo, hablando de Los Relámpagos del Norte, que más allá del movimiento alterado y los narcocorridos, hay toda historia que contar sobre la música norteña, historia que está pasando al olvido porque, hasta donde sé, las estaciones de radio de Estados Unidos que antes se especializaban en tex-mex, ahora, con tal da cazar radioescuchas, dedican un gran porcentaje de su programación a la música norteña mexicana, como los narcocorridos, y de banda, dejando una pequeña parte de su programación a lo hecho por músicos que tienen toda una vida creando en Estados Unidos, en especial esos que han seguido la tradición de los conjuntos.

Por lo anterior es muy común, y lo he comprobado, que los mexicanos que regresan del gabacho, aunque hayan estado allá durante años o incluso los que han vivido toda su vida al otro lado de la frontera, con sus excepciones, conocen de pe a pa el repertorio de El Komander o Los Inquietos pero no ubican ni por nombre a The Hometown Boys, David Lee Garza o el Grupo Mazz; que saben de memoria cada canción de Jenny Avionetaslocas Rivera pero no saben quién cabrones son Jennifer Peña o Culturas (un interesante proyecto con músicos de diferentes ascendencias culturales unidos por el tex-mex, ampliamente recomendable).

Todo lo anterior viene a cuento porque el otro día, después de andar buscando mucho, me encontré algunos discos de ese maestrazo del acordeón llamado Mingo Saldívar, a quien, por su virtuosismo, yo lo pondría en Salón de la Fama del Acordeón (si existiera tal cosa) junto a Flaco Jiménez, Steve Jordan, Jaime de Anda y Ramón Ayala. Conocido como The Dancing Cowboy, Mingo Saldívar es un músico con una gran personalidad; a la hora de tocar, el acordeón no es un instrumento musical, ni siquiera una expansión de sus manos, no; cuando Mingo Saldívar hace sonar su Hohner, ambos se fusionan, son uno solo, y como muestra de ello basta escuchar su versión de El sinaloense, una verdadera joya del tex-mex, o en Me piden, de esas en las que su virtuosismo se hace patente, y ni qué decir de sus versiones de Folsom Prison blues y Ring of fire, del gran Johnny Cash, dos de mis gustos musicales juntos en una sola canción. Pero bueno, esas son mis filias y quizás hasta esté en el error, ¿quién soy yo para juzgarme?

Y es que de verdad que no alcanzo a entender cómo es que muchas veces la gente se llena con tan poco, con el primer pendejo que viene y les dice dos o tres groserías en un corrido y listo, miles de seguidores coreando las pendejadas que cantan.

No entiendo cómo es que una mujer que no tenía ni una gran voz ni composiciones magistrales pudo tener tantos fans, por lo regular mujeres. No me atrevo a afirmar lo que no me consta, pero si todas esas señoras, lobas y buchonas se sienten identificadas con lo que Jenny Rivera grabó, estamos ante una sobrepoblación de mujeres enojadas con los hombres e insatisfechas sexualmente, lo cual no habla muy bien del género masculino, pues si no hubiera tanta gente malcogida por ahí, cantantuchas como Lupita D’Alessio, Paquita la del Barrio o La Narcopiñata Rivera no tendrían auditorio.

¿Por qué digo lo anterior? Hace tiempo me tocó ir a una comida para la que contrataron una rocola, aparato que al anfitrión le tocó regresar para que le llevaran otra.

–Pero si yo la oigo que trabaja bien –le dije.

–Sí, pero no tiene canciones de Jenny.

–Cómo.

–Sí, no tiene ni una sola canción de Jenny Rivera.

A mi esposa y a mí nos dio pena retirarnos enseguida así que acordamos irnos a las ocho de la noche. La música empezó como a las cuatro. Nunca había tenido una tarde tan larga, cuatro horas ininterrumpidas de Jenny Rivera. De lo que uno es capaz por educación. Otro caso: atrás de mi casa, en una privada, una vecina todos los días pone a esa pinche vieja a todo lo que da.

Curiosos que viva en un huevito de sala, cocineta, recámara y baño y le sube al volumen como si viviera en una puta mansión. “Ya empezó esta hija de la chingada”, es mi frase acostumbrada.

Ahora bien, analizando perfiles, recuerdo que en aquella comida, quienes cantaban a todo pulmón esa de “¿qué me vas a dar si vuelvo?, yo también quiero putear” eran la anfitriona, cuyo esposo la engañó y ahora tiene que ir a terapia, otra señora cuyo marido trabaja fuera, lo que ella aprovecha, una vez que sus hijos se duermen, para irse de loba a los bares buchones de Morelia, y una pareja gay que simplemente la estaban pasando bien entre señoras mientras los esposos, al otro lado de la reunión, nos dedicábamos a simplemente beber fingiendo que no escuchábamos hasta que fui a donde mi esposa estaba y le dije “ya no aguanto, vámonos”, “sí, sácame de aquí”.

El Flaco Jiménez

El otro caso, la vecina ruidosa. Esta señora tiene tres hijos seguiditos uno de otro, a leguas se le ve el descuido, la fodonguez, el valemadrismo gordo vestido con mallones. Su esposo es un alcohólico a quien ya no podría reconocer sin una caguama en la mano. El gusto del fulano es llegar a las doce de la noche, estacionarse afuera de su casa, abrir las puertas de su Chevy desvencijado y pararse junto a él mientras escucha música y le toma a su eterna compañera, una caguama Indio. Ella escucha a Jenny Rivera de diez de la mañana a dos o tres de la tarde, ya después no sé porque me voy al trabajo.

Viendo esos casos es posible hacer estimaciones sobre el perfil de quienes escuchan a la señora esa; mientras tanto, tecleo esto y en la computadora suena esa belleza titulada She’s about a mover, del magnífico Doug Sahm, de esos músicos que, como los Texas Tornados, Mingo Saldívar, Flaco Jiménez, Steve Jordan o Freddie Fender, han sabido conjuntar tex-mex con el rock, el blues o incluso el jazz. Así que yo invito a las huestes gruperas (aunque dudo que un grupero me lea) a dejarse de tonterías: más tex-mex y menos alterado, más norteño y menos narcocorridos, por salud mental y el futuro de sus hijos.

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