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Purgatorio, lecturas desde la frontera

Por: Gonzalo Trinidad Valtierra

En las sedes abiertas al público (Aula Magna del Colegio de San Nicolás, Casa Natal de Morelos) se han presentado filmes del ciclo Cine Sin Fronteras. Estas producciones se encuentran fuera de competencia pero abordan temas que pretenden crear consciencia en el público. Lamentablemente es un ciclo al que se le ha dado poco impulso, por lo que su alcance en términos de audiencia es mínimo comparado con las funciones comerciales.

Purgatorio-Fence

Las sedes son muy pequeñas y ha sufrido de cambios de último momento que dejan al espectador decepcionado. A pesar de ello, el disfrute arquitectónico de un recinto como el Aula Magna compensa al espectador atento a todos los detalles. Los otros simplemente se van enfurruñados.

Una de las películas que se presentó fue Purgatorio (México-Estados Unidos, 2013), un viaje al corazón de la frontera, del director Rodrigo Reyes. Aborda, una vez más, la vida en la frontera. El documental es un crisol de historias transversales. Tratado con la pericia suficiente para darle al espectador una idea del Páramo desolado en que se ha convertido la frontera de nuestro país.

El título de Purgatorio le viene bien. Relata la vida dura y las condiciones despiadadas que atraviesa aquel que intenta cruzar la frontera norte. Las historias que se presentan son, a veces, opuestas: un samaritano que ayuda a los inmigrantes, vagando en el desierto con agua y comida. Y por otro lado, un hombre que se dedica a borrar las señales que los viajeros de avanzada hábilmente han dejado para guiar a los que vienen detrás. Un conflicto moral se desparrama de cada lado de la frontera.

Nadie quiere cruzar. Nadie quiere irse de su tierra. Nadie quiere lidiar con el otro, el desconocido, el extranjero, el indocumentado. Y así, la frontera se vuelve un campo minado. Tal vez en el futuro esta comparación se vuelva cierta. Y un día la frontera se llenara de jóvenes mutilados, inválidos, que odiarán aún más a ese enemigo invisible: el poder egoísta e inmisericorde.

El documental, lamentablemente, se extravía en una serie de historias que pueden crear confusión en el espectador amateur. Sin embargo, las historias que se narran aportan cada una a crear ese sentimiento de desoladora maldad que persiste en la frontera. Los paisajes desérticos se suman a un hombre que fue asesinado como un pequeño chapulín. Lo mismo un asilo de locos. O una perrera que en un año encierra 20,000 perros.

Y entonces llega el sacrificio de uno de los animales. Escena que por su dureza es fundamental en la narración. Pues los perros se han vuelto tantos que es imposible controlar la población. Han de ser sacrificados. Puestos a dormir. El terror de un animal invade la pantalla y algunos espectadores no lo soportan. Se van. Son los amateurs. Para ellos está lo “comercial”.

Al final, me pregunto si nosotros, si todos los humanos, no vemos acaso a los migrantes como perros que invaden nuestras calles. Que amenazan a nuestros hijos. Nuestras rutinas. Y por eso los apartamos. Los deportamos.

A final de cuentas todas las fronteras son indescifrables.

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