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Que caliente El Mudo, ¡chingadamadre!

Un momento

Es una noche sofocante y calurosa. En la esquina entre Lago de Pátzcuaro y Vicente Santa María, en Morelia, beben tres morros. El Mocho, El Cuatro y El Mudo. Ninguno rebasa los 15 años de edad. Prenden un cigarro de marihuana. Lo rolan. Fuman en silencio. Sueltan risitas. El Cuatro desparrama un cigarro de tabaco, lo retaca de marihuana y le agrega un poco de coca. Vuelven a fumar. Sienten una descarga de energía. El ánimo se expande. Sienten el espíritu libre. Es una noche quieta. Sólo se oye el rumor de los coches. El Cuatro piensa en los muslos de su prima Antonia. El Mocho piensa en su próximo asalto. El Mudo tiene los ojos cerrados, imagina muchas cosas. Imagina que domina un balón en un callejón oscuro. Que celebra un gol olímpico. No sabe que algunas alucinaciones llegan a cumplirse. En unos años, El Mudo, ese chico moreno, tímido y tartamudo, se va a convertir en una leyenda de un modesto club: el Atlético Morelia.

Antihéroe

Le falta inspiración para ser un 10 y carece de carácter para ser un 8. Es un 7 extraño, no tiene el oficio para ir y venir, su virtud es arrastrar el balón hasta la esquina derecha y enviar pases filtrados y milimétricos al 9. Mientras El Mudo esté en la cancha, otros serán los ídolos. Él no. Él nunca.

Breve e injusta historia

La historia del futbol moderno ya no es de los triunfadores, la historia reciente la hace la televisión y la mercadotecnia. Crean personajes plastificados, guapos, sonrientes, limpios y carismáticos. La historia del Mudo dista mucho de encajar con ese perfil. El Mudo es moreno, feo y medio jorobado, su corte de cabello no es del futbolista de aquella época, es más bien la de un pandillero de la colonia Ventura Puente. Tampoco es carismático, ni sonriente. Nadie da un peso por el muchacho. Constantemente los cronistas deportivos le cambian el nombre, algunos otros, simplemente lo olvidan. Sin embargo, el número 18 tiene una técnica correcta. Parece tonto, pero no lo es, posee una inteligencia inusual a la hora de leer el juego; casi nunca erra un pase. Es un jugador sobrio, sin ser espectacular. También es irregular, gris, apático.

Es la temporada 80-81, El Mudo es uno de los principales partícipes de una tarde gloriosa, el Atlético Morelia logra por el fin el anhelado ascenso a la Primera División. El Atlético Morelia junto a El Mudo narran una historia donde la derrota también es parte del juego. Es ir en picada sin pisar el piso. Es vivir sin reconocimientos, de forma modesta, sin comodidades. Es jugar siempre al borde del abismo. Irle al Morelia es estar sentado del lado del mendigo y no del rey.

Minuto 94

La vida es injusta para unos a pesar de sus victorias. “El Mudo para gobernador”, gritaron los aficionados cuando eliminaron al América gracias a sus goles. “El Mudo es un pendejo”, dijeron los mismos que lo postularon por no haber derribado al Tilón Chávez en aquella semifinal contra Chivas.

Una anécdota

Estadio Azteca. Las Águilas del América golean por 4-0 al Atlético Morelia. El Tirano Carbajal pide al Biuri González, su auxiliar técnico, poner a calentar al Mudo –justiciero fiel de las Águilas–.

–Biuri, dile al Mudo que acelere el calentamiento –ordena La Tota.

–¿Al Mudo?– pregunta incrédulo El Biuri.

–¡Chingadamadre, sí, al Mudo!– contesta enfadado El Tirano Carbajal.

El Biuri respira hondo, no es la primera vez que al “cinco copas” se le van las cabras.

–Oiga, Tota –dice con paciencia el auxiliar–, El Mudito no está en la banca, usted lo mandó la temporada pasada a los Venados de Yucatán.

–¡Puta madre!, ¿quién lo vendió? ¡Entonces que caliente otro! ¡El que sea, carajo! Mete al Pelé Chávez, ¿qué no ves que vamos perdiendo? –rezonga La Tota Carbajal.

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