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¿Qué es lo que nos causa tanta risa?

Esa pregunta puede abordarse desde varios flancos. Habrá quien afirme que se trata de un sistema de defensa donde el cerebro genera, de paso, hormonas placenteras. Otros lo verán desde una perspectiva social, y dirán que la risa es una especie de código de comunicación entre miembros que comparten un mismo contexto.

Pensadores que no eran tan entusiastas de la risa, como Schopenhauer y Hobbes, lo veían a partir de niveles del intelecto, desde la risa primitiva y de superioridad donde una persona se ríe de las desgracias ajenas, hasta una risa originada por situaciones incongruentes. Asumo que ambos tenían razón desde sus áreas de estudio. Eso explicaría por qué los chistes de pastelazo son tan populares en algunos entornos específicos y el humor confuso de premisas muy elaboradas son celebrados en otros.

Pero esto no pareciera ser una regla generalizada, pues de lo contrario un chiste de superioridad no podría ser gracioso en un entorno cultural acostumbrado a chistes complejos, y, al contrario, un chiste largo y elaborado resultaría aburrido para un público que busca las groserías como remate fijo.

¿Hay entonces otro factor que determine la expresión catártica que llamamos risa?

Desde el sillón que habita en la casa de una persona que jamás ha hecho comedia, me animo a decir que sí.

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Pero antes de llevarlo hacia el complejo arte de la comicidad, he de comentar que este otro factor que determina la risa puede observarse en grupos laborales. Digamos que si dos personas vieron una película de acción, donde el diálogo final fue lugar común, algo como “así tenía que ser”, o cualquier otra frase tonta que escriba un guionista sin los estupefacientes necesarios para ejercer su arte, cuando uno de los dos repita esta frase luego de atender a un cliente difícil, el colega no dudará en reír, ¿pero en realidad rio porque la frase encajaba en la situación?

Si un tercero que no vio la película llegase y escuchara el chiste tendría dos opciones: reír, lo que sería un buen indicio de que el chiste es gracioso, pero si no ríe, quizá el chiste no era tan gracioso (excluyamos otras variables como el estado de ánimo o la necesidad de encajar en un grupo). Si no era tan gracioso, ¿por qué rio el segundo sujeto? Tal vez lo hizo solo porque había visto la película, porque el chiste traía en sí un subtexto que se expresaría como “estamos juntos en esto”. Estaríamos entonces ante la presencia de un chiste no de superioridad, ni de incongruencia, sino de burbuja de eco.

Recordemos que las burbujas de eco (o cámaras de eco), esas donde una persona se vuelve muy selectivo sobre la información que percibe para asegurar que esta se encuentre alineada con los razonamientos, creencias y valores que ya tiene, se han vuelto muy populares hoy en día. De esta forma, un chiste cristiano puede parecerle gracioso a cristianos, pero no a ateos.

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¿Un chiste es solo un chiste?

En esencia, si el humor se toma demasiado en serio, se podría convertir en terror. Así, por composición, el chiste debería tomarse siempre a la ligera, pero ocurre un fenómeno extraño con el humor de burbujas de eco.

Por ejemplo, con la creación de micronichos, facilitada por redes sociales, podríamos observar que un chiste misógino es gracioso entre misóginos que son cuidadosos en sus relaciones públicas, mientras un chiste misándrico disfrazado de feminista es popular entre feministas, aunque la premisa sea la misma “un género oprimiendo al otro”, los públicos aplauden aquello que les parezca más acertado con respecto a sus paradigmas.

Otro ejemplo se vio durante el proceso electoral en Estados Unidos, donde los grupos que apoyaban a las dos principales posturas utilizaron el mismo chiste para burlarse del grupo contrario. El chiste era muy simple y se utilizó a través de memes donde acusaban de NPC (los personajes no jugables de un videojuego) para hacer mofa de que se trataban de personas sin criterio. El chiste no parecía gracioso en ninguno de los casos, pero es porque no tenía que ser gracioso, sino ofensivo.

De esta forma, parafraseando a las profesoras Eva Aladro y Paula Requeijo (2023), de la Universidad Complutense de Madrid, el humor a través de memes y tweets se convierten acciones sectarias para consolidar un grupo y focalizar el odio.

En este tipo de humor un chiste no es solo un chiste, sino que navega entre las aguas del discurso sectario.

 

Bibliografía utilizada: Vico, E. A., & Rey, P. R. (2023). Capítulo 3. Memes, humor y odio. Derivación simbólica y pensamiento grupal en las bisociaciones del humor de los memes en cámaras de eco. Espejo de Monografías de Comunicación Social, 13, 57-86. https://doi.org/10.52495/c3.emcs.13.p99

Foto superior: Manel / Flickr

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