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¿Qué escorpión se suicida?

No voy a hacer la apología de los normalistas ni de quienes se manifiestan y presionan a las autoridades. O mejor, ahora que caigo en la cuenta, creo que sí la voy a hacer.

Ayotzinapa
Imagen: Jazbeck

Como dicen en los estudios culturales hoy día, primero debes centrarte en tratar de explicar el punto desde el cual hablas para justificar lo que estás expresando. Este no es un estudio cultural, apenas una opinión, pero aun así haré lo que pueda en un párrafo.

Nieto de un purépecha -indígena- de la zona lacustre del estado, nieto de una citadina de la Ciudad de México que pronto vino a radicar a provincia; hijo de una profesora de secundaria; sobrino de burócratas universitarios o del gobierno. Mexicano, michoacano, moreliano, poco menos que clasemediero, pero poco más que pobre; estudiante de escuelas públicas y asalariado.

Ni tengo empresas ni soy militante político de partido alguno ni me sumo a marchas para tratar de obtener prebendas de ninguna clase, actividad esta última tan satanizada y criminalizada desde los medios de comunicación y por el Estado mexicano durante los años más recientes. Me parece que mi país sufre una crisis severa en todos los aspectos, dando inicio por la forma en que se “gobierna” (esta palabra no puede escribirse aquí sin comillas, por trillado que parezca).

Esa forma en que se gobierna no se suscita a partir de leyes mal redactadas, principios inequitativos o una formulación deficiente del deber ser; en suma, no parte de lo teórico. Se genera por nuestra propia idiosincracia, que desde los primeros años de vida premia con atención y cierto grado de capital cultural y político a quienes son capaces de no dejarse de los otros y en cambio sí de someter a los propios designios su voluntad, sin importar los medios.

Esto no quiere decir que seamos maquiavélicos, ojalá supiéramos un poco de política para saber cómo dar respuesta a todos aquellos que se quieren aprovechar de su situación de privilegio. En este “sistema” -si se le puede llamar así a este maraña de conflictos y poderes que luchan entre sí-, quien tiene una posición de privilegio es susceptible de aprovechar con mayores alcances y beneficios el someter a los demás a sus propios designios.

Imagen: Nopal Media

Es más que evidente que los gobiernos en turno y los partidos políticos -que alternan una y otra vez las sillas, pero no plantean una forma democrática para administrar los bienes del pueblo-, son los más beneficiados de ese aprovecharse de las circunstancias de privilegio que ostentan. Pero sería un victimismo simplista afirmar que no existe otra clase de fuerzas o que el propio pueblo y aquellos con menor estatus de privilegio no son un poder que también lucha.

Nunca como ahora en México había sido tan evidente la descompensación entre los poderes que luchan por los privilegios, ello porque a pesar de la pobreza parece que había un equilibrio entre distintas fuerzas que permitían cierta organización para que la balanza no cayera de un solo lado. Lo que en los últimos tiempos ocurre es que hay menos oposición y contrapesos, y los que existen no tienen que ver con la ciudadanía sino con intereses corporativos, así sean de mercancías no reconocidas como canónicas o legales.

En este escenario, en el que desaparecen las fuerzas que podrían hacer contrapeso -llámense medios de comunicación, conductoras de radio, estudiantes, instituciones educativas o grupos de civiles organizados, que por lo demás siempre han sido atacados en este país-, los medios masivos y el gobierno a través de ellos llaman a criminalizar las protestas y los movimientos que hacen un mayor contrapeso a los intereses corporativos. Con celeridad, esos grupos se satanizan y pronto nosotros mismos los tenemos como vándalos.

Y ahí tienes que un día, un candidato o candidata de un instituto político que persigue los intereses corporativos en sus estatutos ideológicos más que ningún otro -aunque todos estén corrompidos y busquen sólo aprovechar su situación de privilegio- propone destruir un espacio educativo que forma a miles de ciudadanos que no tienen ni dinero ni otros medios para hacerlo; encima, ese espacio es una conformación articulada que realiza acciones de protesta y crítica por las malas administraciones de gobiernos.

Imagen de Nopal Media

Empero, en sus acciones de crítica estos ciudadanos parecen afectar a otros ciudadanos que realizan sus labores diarias. Y así, de pronto, la ciudadanía que debería permanecer unida para ser un solo bloque que haga frente a los intereses de los privilegiados se divide y pronto se ve a los que se manifiestan como si fueran delincuentes, cuando lo cierto es que delinque y atenta contra la ciudadanía aquel que acepta un contrato y no lo cumple. El contrato social, por supuesto, que se basa en dotar de libertad, seguridad y bienestar al pueblo que se sirve.

Podría no estar de acuerdo con el modus operandi de las Escuelas Normales, pero la verdad es que sí lo estoy y que prefiero que se manifiesten a que todos nos quedemos callados y no hagamos nada mientras dejamos de ser contrapeso para que los privilegios no caigan de un solo lado y la vida, cotidiana, humana, humanitaria, humanista, pueda ser. Mi propia formación, mis circunstancias, mi familia, quizá me hagan observar con esta mirada lo que ocurre.

Pero es que no tengo empresas, no me interesa el sistema político actual ni sus partidos -aunque sí la política- y si bien no acudo a marchas ni manifestaciones en las que se vandaliza y criminaliza a quienes levantan la voz, lo cierto es que no puedo creer que haya personas, como yo, con circunstancias harto semejantes, que se alegren cuando los culpan por un país en pleno naufragio, cuando los satanizan, cuando los agarran a golpes, cuando desaparecen a un muchacho estudiante que podría ser familiar suyo, cuando los matan; que ante la amenaza de cerrar las escuelas en las que se forman esos que levantan la voz por todos -aunque no se dé cuenta el resto- aplaudan y digan que es lo mejor, como si la educación gratuita fuera un don que hubiera caído del cielo y que no le hubiese costado al propio pueblo obtener ese que ahora aparece como un derecho que el privilegiado obsequiara.

Me cuesta trabajo creer que el pueblo se alegre de que maten al pueblo y que encima no se den cuenta que esa inconformidad que manifiestan ante poderes demasiado amplios es la suya propia; y sus circunstancias, las mismas; aplauden la violencia que ejerce un Estado que debiera tener el monopolio de la violencia, pero ese Estado es incapaz de mantener la seguridad, el bienestar y la libertad y, por tanto, incumple el pacto y genera más violencia que no abona sino al desorden.

No espero que algo tan simple como palabras cambie a estas alturas alguna circunstancia, sería utópico pensar en eso; y quizá no nos hayamos dado cuenta pero hubo un siglo XX en el mundo, y la utopía murió hace ya décadas, por mucho que haya quienes cierren los ojos para no darse cuenta. Claro que, eso no implica que no pueda hacerse algo, y ese algo que se haría con educación y sin violencia, por supuesto, tardará con certeza distintas generaciones; en tanto, asombrémonos de que ya no nos asombramos de desear la muerte de nuestros propios hijos, hermanos, padres; de lo antropófagos que somos y que en realidad nunca dejamos de ser.

Dicen que el escorpión, viéndose acorralado, rodeado por el fuego, opta por el suicidio; leyenda urbana. Es el ser humano, de los pocos animales, que eligen suicidarse una vez que quieren alcanzar un ámbito superior, en un instante de angustia y desesperación o cuando se resignan ante aquello que no pueden cambiar.

En Slide, foto de Ivan Galíndez/Somoselmedio.org

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