Un cuento mundialista de Adrián González Camargo
El partido terminaba 2 a 0. Los costarricenses bajaron la cabeza, casi en automático, como si fueran parte de una coreografía que les dictaba: miren el piso, suelten las lágrimas, mojen el suelo. No era para menos. Habían visto a un héroe aguantando el fuerte que era la portería durante tantos tiros que al final el dique terminó por romperse. Los brasileños castores hicieron el trabajo de seguir vivos y los costarricenses no pudieron mantenerse a flote. El grupo dejó el bar. Rogelio Navas, quien presumía ser primo de Keylor, pidió una cerveza más.
Abrió una app en su celular. Miró la pantalla con detenimiento. El partido casi se acababa. En un rebote, Venegas recibía el balón. Se lanzaba con estrépito, sorpresa y ansiedad hacia la portería. Un balazo certero, de esos que van al corazón, evadía a Alisson y dejaba herida la portería. Era el 2 a 1. Rogelio brincó de emoción, aunque dentro de él sabía que era justamente lo que esperaba. Había pagado 2,000 dólares por la app y el hacker mexicano le había asegurado lo que veía en la pantalla. Rogelio vivía una doble emoción. Los ticos que habían salido no se enteraron. Rogelio quiso llamarlos para que volvieran, pero los segundos se agotaban más rápido que nunca. Rogelio apretó un botón de su app. Miró la pantalla, donde todos los brasileños pedían que el árbitro pitara. Estaban en el minuto 98. Casemiro pierde el balón y Venegas lo roba. Los brasileños reclaman, vociferan, pero el árbitro extiende las manos dando a entender que el juego sigue.
Venegas llega al arco y prodigiosamente hace un recorte que nadie, mucho menos Alisson esperaba. El balón vuelve a dañar el tejido y la portería humea. Costa Rica empata. Rogelio avienta su cerveza, sosteniendo el vaso y baña a los rusos, eslovenos y croatas que acompañan al único tico. Nadie lo puede creer. Todos han cantado el gol como si hubieran nacido en Latinoamérica. Rogelio mira su app y el resultado es el mismo. El árbitro pita el final. Neymar, Coutinho, Alisson, todos los brasileños se lanzan fúricos al árbitro, que ha pitado en el minuto 99. Rogelio sigue temblando de emoción y alegría pero guarda rápidamente su celular, un oasis de razón en medio de una erupción de éxtasis. Rogelio deja unos rublos en la barra y sale corriendo a la calle. Se encuentra con un nuevo grupo de ticos que festejan haber empatado, como si fuera un triunfo. Seguimos vivos, gritan. Un grupo de islandeses les toman fotos y los felicitan.
Rogelio deja la tarjeta de su habitación en el buró de la cama. Mira un cuadro que descansa encima de una silla. No sabe de quién es, pero tampoco se lo pregunta. Su celular vibra y mira el nombre de Sara, su esposa. Responde. Sara le pregunta sobre una compra de 4,000 dólares. Rogelio corrije y dice que son 2,000. No Rogelio, responde Sara y le envía una fotografía de la pantalla de su computadora, donde el reporte del banco muestra un retiro por 4,000 dólares. ¿Qué es esta empresa, S&W?, pregunta Sara pero Rogelio no responde, dice que le llamará después. Rogelio revisa su cuenta y efectivamente encuentra que son 4,000 dólares los que faltan. Rogelio ingresa a la app y busca el apartado donde puede comunicarse con la empresa. Encuentra un correo de contacto y les escribe. Espera. El partido de Islandia contra Nigeria comienza. Rogelio siente los ojos pesados. No sabe en qué momento se queda dormido. Despierta en el mediotiempo y el partido sigue empatado a ceros. Sabrina, una chica argentina que conoció la noche anterior, le envía un mensaje: ¿dónde estás? Rogelio sonríe y responde: en mi habitación del hotel.
Sabrina viste una mallas azules y una playera corta blanca. Aún tiene una mueca de tristeza por el partido del día anterior. Rogelio le extiende una cerveza. Su celular vibra y mira de reojo. El ID dice «Sara» pero Rogelio ignora la llamada. ¿Por qué no fuiste al Krestovski?, pregunta Sabrina pero Rogelio no quiere admitir que le vendieron un boleto falso y dice que su amigo en silla de ruedas no tenía boleto y prefirió cedérselo.
Ay, que lindo, dice Sabrina y le acaricia la cara. Rogelio siente un hormigueo que le recorre la espina dorsal y el inicio de una erección. Sabrina sonríe y Rogelio instintivamente se acerca a besarla. Sabrina le responde el beso abriendo los labios y deslizando suavemente su lengua al interior de Rogelio.
Los cuerpos desnudos de Rogelio y Sabrina descansan sobre la cama como dos tablas flotando en el agua. El sudor se quedó pegado a su piel. Sabrina mira su celular y Rogelio mira el techo. El celular de Rogelio vibra insistentemente. Sabrina pregunta si va a responder y Rogelio lo ignora. Sabrina dice que le hubiera encantado que Argentina ganara. Rogelio se recarga sobre su codo y la mira fijamente. Le pregunta si puede hacer algo por ella. Preguntarle le da otra forma de placer, no como el orgasmo que acaba de tener, sino una sensación de protección, de salvar a la que está en peligro. Sabrina cambia su tono de voz, por un momento pareciera que podría llorar y le dice a Rogelio que si pudiera ayudarle a Argentina, aunque sabe -dice ella- que eso es imposible. ¿Qué harías si cambiara el resultado?, pregunta Rogelio con una voz ufana, como si fuera el general que derrotó al ejército enemigo, y ella jugando el juego, haciéndole creer que le cree de verdad, le dice con una voz rasposa al oído: lo que quieras, mi amor.
Rogelio duda pero piensa rápidamente que vale la pena el esfuerzo y mientras empieza el segundo tiempo del Nigeria-Islandia, Rogelio se excusa para ir al baño, toma su celular y aprieta el icono de la app. Hace tiempo en el baño y cuando escucha el grito de gol, sale como si ella estuviera cayendo de un cuarto piso y el la fuera a sostener en sus brazos. Sabrina desencajada se lanza sobre él. Rogelio vuelve a sentir los pechos de Sabrina en su pecho y la erección es inmediata. Mientras se acuestan, él de espaldas y ella se sienta sobre él, cae el segundo gol y la emoción es tan rápida que Rogelio no sabe si es orgasmo o alegría, pero Sabrina grita como nunca y afuera en la calle todos parecen hinchar por Nigeria.
Sabrina cae, empapada en sudor y con el poco aliento que le queda dice que jamás imaginó que gritaría un gol por Nigeria. Rogelio va nuevamente al baño y mira el celular que vibra insistente. Cuando deja de vibrar, un mensaje de Sara dice: ¡Nos quitaron 4,000 dólares más! Rogelio da un grito que pega desde el interior del baño, un grito que suena a un muerto despertando en el fondo de un mausoleo. Sabrina no puede dejar de ver el partido, el corazón le late más rápido que cualquier polvo que ha tenido en los últimos meses. Rogelio sale de la habitación vistiéndose, su primer impulso es ir a una oficina de VISA para pedir una aclaración o encontrar alguien en alguna oficina que le ayude a entender cómo perdió ese dinero. En su celular, la App manda una notificación y en la televisión, el partido termina y Nigeria gana, dándole un respiro a Argentina. Sabrina recoge su ropa y piensa que tal vez es hora de comer algo.
Foto superior: Flickr / Apollo Scribe