Por: Odín Vega Millán
@odinazo
Existen momentos en que noto cómo se han trasformado mis sentimientos por algunas personas. A veces tardé en reconocerlo o simplemente dudé en asumirlo. Pero no puedo evitar que mis emociones cambien y mis actitudes y comportamientos evolucionen con ellas
Lo que siento por ti es algo muy especial y resulta lógico después de tantos años de conocernos: algún día alguien nos presentó en algún bar y aquel primer encuentro fue simple casualidad, entonces jamás hubiéramos pensado en que esta relación duraría tanto tiempo, ni mucho menos que el destino nos unía, los astros se alineaban o cualquiera de esas cursilerías… Después comenzamos a platicar, reímos, conversamos y nos conocimos poco a poco; al transcurrir apenas un breve tiempo nos fuimos volviendo más y más cercanos, hasta que un día, sin sospecharlo, ya no pudimos separarnos y fue como una bizarra fusión…
Después de un largo tiempo a tu lado, he llegado al punto en que ya no soporto callarme más lo que siento por ti… de antemano disculpa si te sorprendo y te resulta un poco extraño, pero debo confesártelo ahora:
¡Te odio!
Así, te odio. No es sencillo hacer una declaración de este tipo, me cuesta bastante decirlo y además, ni siquiera podría decirte en qué momento comencé a sentir esto por ti, son como esas cosas que simplemente pasan. Jamás lo hubiera anticipado, y lo he analizado bastante… incluso he intentado dejar de sentirlo, pero es imposible y ahora estoy más seguro que nunca de que te odio.
Puedo presumir (y tu puedes sentir orgullo) que mi odio por ti, no es cualquier tipo de odio, no. No es ese odio estúpido que a veces generamos hacia cosas o situaciones que nos enfurecen, como la mala ortografía, los mosquitos, el hipo o la burocracia; o aquel odio tan común hacia personas como los jefes, los gobernantes, los japoneses, aquellos que te deben dinero o incluso algún grupo social. Tampoco es aquel odio moralista por cosas como la injusticia, la infidelidad o la traición.
No, mi odio por ti es único, es el más puro y sincero odio que uno puede tener hacia una sola persona, un odio especial, y particularmente delicioso.
Te odio. Odio cada centímetro de tu existencia: odio todo tu físico, me molesta ver tu cabello, oír tu voz, tus ojos tan comunes e incluso tu penosa forma de vestir. Tu cuerpo es como una mala broma y deben existir pocas cosas peores que sentir cuando me tocas por accidente… una de ellas debe ser tu aroma.
Me irrita cómo bailas, esa horrible forma de tararear canciones y la ridícula forma en que te comportas cuando (según tú) te diviertes. Es mucho peor si algún día te atreves a cantar…
Detesto tus absurdas conversaciones, oírte decir tus puntos de vista y tus tercas convicciones políticas, religiosas y hasta ecologistas.
Odio la música y las películas que te gustan, y todas ellas se han vuelto referencia para detestarlas. Odio aún más todos esos libros bobos que ni siquiera terminas de leer… si por mí fuera quemaría todos.
Odio a tu familia y a todos tus fieles e idiotas amigos, odio que creas que te sientas popular. Odio que hables de tu trabajo y de tus absurdos planes y metas… detesto tus pretensiones artísticas.
Recuerdo la alegría que me causa cada vez que te veo pensando, con la mirada perdida o tan ausente de un lugar lleno de personas, todos esos momentos en que no puedes ocultar tu tristeza. Pero todo aquello se vuelve mejor cuando tengo el “privilegio” de observarte llorar cada vez que te abandonan y sufres; después vienes buscando que te escuche y todo se vuelve divertido para mí, me confías aquello que te atormenta, buscas consuelo y consejos, que siempre, procuro, te harán sufrir más.
Afortunadamente, me he vuelto un experto en aquello de fingir y aguardar las emociones (así como cuando retienes un bostezo y sutilmente derramas una lágrima) de lo contrario soltaría una carcajada cada vez que percibo que estas triste.
Y bien, te preguntarás cuál es la necesidad de decirte todo esto. Pero prefiero decirte primero cuáles no son las razones para decirlo: no es para lastimarte (estoy seguro que ese trabajo lo seguirán haciendo otras personas para mi regocijo), tampoco es para que cambies algo de tu personalidad y mucho menos es un paso previo para hacerte una declaración de amor (del odio al amor… qué ridículo). El motivo no es nada de eso.
Te escribo esto porque simplemente quiero que sepas que te odio, quiero que me dejes odiarte y quiero seguirte odiando. Odiarte me apasiona.
Quiero estar cerca de ti y odiarte aún más. Quiero que sepas que puedo odiarte por siempre. Y aunque mi odio no sea correspondido por ti, solo te suplico que me permitas seguirte odiando, y sé que así lo harás, pues ambos sabemos que odiar y ser odiado es un arte.
Y que es aún peor la indiferencia.
Te odio
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