Mientras más nos separemos de Televisa, mejor. Así me confesó un muy cercano amigo guionista de series. De series, no de telenovelas. Porque la industria de las series televisivas es muy nueva en México. Porque Televisa, como fuente de la juventud del entretenimiento audiovisual, ha muerto. Porque Youtube. Porque los influencers y las web-series. Porque Internet. Porque las redes sociales. El mundo no cambia del todo pero sí la percepción. Y se segregan más los grupúsculos. Y es más fácil echar abajo lo que sea, solo porque lo digo yo. Así nació la nueva mala palabra: telenovela.
No hay estudios académicos serios que analicen el fenómeno del consumo de las telenovelas. Eso lo digo yo. Lo asevero. Contundente, con esa contundencia de la que presumía Anaya. Pero por fortuna el otro yo, sí investiga. Al menos poquito. Y ese otro yo se encuentra un puñado de tesis, así de botepronto, que han investigado a las telenovelas. Universidades respetadas como la Complutense de Madrid; «La industria de la telenovela mexicana: procesos de comunicación, documentación y comercialización.» que presentó para recibir su doctorado Leticia Barrón Domínguez. Así empieza su tesis: «En México, la telenovela constituye uno de los productos audiovisuales que mayores ingresos ha generado a la industria audiovisual del sector, tanto por sus ventas nacionales como por sus exportaciones.».
Otra Universidad, la Universidad de Chile en donde Ricardo Ismael Aguilera Cordero, para recibirse como maestro en Comunicación Social, presentó la tesis «Personajes femeninos de Pasión de Gavilanes y la identificación posible con ellos de un grupo de telespectadoras chilenas». Una más, la Universidad de Alicante: “Teoría y Evolución de la Telenovela Latinoamericana”, de Laura Soler Azorín. Y así, encontramos decenas de tesis, ensayos, artículos, libros sobre la telenovela no solo mexicana, sino latinoamericana. ¿En qué momento se convirtió entonces en mala palabra?
Seguramente ya hay un libro en cuestión, o al menos un ensayo o artículo. Probablemente sea el uso en estos grupúsculos de redes sociales lo que nos hace verlo así. Un artículo de la revista VICE justamente señalaba lo mismo que usuarios de redes sociales: Casa de las Flores, la nueva serie del mexicano Manolo Caro, era justamente eso, una telenovela. La palabra telenovela, evidentemente, no se utiliza para clasificar o re-clasificar la obra de Manolo Caro. Au contrarie, se utiliza para desdeñarla. Y sirve para todo. Hace unos días, un amigo decía que Game of Thrones era una telenovela. No era una discusión, sino un simple post de una red social, pero justamente contribuye al uso de la palabra. Telenovela tiene ahora la acepción de … ¿De qué? ¿De melodrama? ¿De producción barata? ¿De resoluciones fáciles? ¿De actuaciones pobres?
Ojo, no busco defender la Casa de las Flores, pero tampoco considero que sea una telenovela como tampoco creo que cualquier serie de televisión pueda ser una telenovela, sobre todo si está en una network como HBO. Los espectadores la tenemos fácil, porque decidimos ver o no ver. Esa es nuestra función y calificar, para reproducir la serie o hacerla que muera. De eso viven las series, desde la popularidad. Por fortuna no necesitan premios o festivales para existir, tan solo que el público las vea.
Clasificar las series, finalmente, implicaría entender el enramado completo, hacer una profunda observación y evitar reducirlas a cuatro adjetivos antes del veredicto. Hacerlo, tal vez, significaría que hay una percepción selectiva y un prejuicio que antecede al juicio. El que odia a una serie, probablemente lo haga desde antes de verla. Porque, ¡Qué horror ser parte del todo! En esta época de tanta individualidad, ¿cómo seré yo parte de lo que todos dicen? Soy interesante porque a) no veo lo que ustedes ven ó b) detesto lo que ustedes ven.
Así, la ilusión de la diferencia nos busca constantemente, día a día mientras nos enfrentamos a nuestros cientos, decenas de seguidores que estarán de acuerdo o no. En uno o dos días dejaremos atrás la discusión y la telenovela habrá ganado una nueva acepción. Personalmente no tengo problema en que la palabra telenovela sea sinónimo de basura, incluso le pondría a varios ex-presidentes, presidentes, políticos y hombres de estado eso: señor telenovela. Pero sentenciar que una serie que se cuece durante años, que está ceñida a 8, 10 o 12 episodios por temporada, que se produce con formato cinematográfico y que incluso narrativamente encuentra arcos de personajes que ningún formato audiovisual encontró hasta la fecha es solamente una telenovela, es como sentenciar que la tierra es plana, que los niños no deben vacunarse, que Shakespeare está sobrevalorado o que los feminicidios son una exageración. ¿Por qué? Simplemente porque lo digo yo.