Tuvieron que pasar dos años desde su estreno en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) para que Territorio (2019), segundo largometraje que escribe y dirige el regiomontano Andrés Clariond, llegara a las salas. En una edición previa del FICM, el director presentó su ópera prima Hilda (2014), en donde los personajes no saben actuar fuera de las convenciones que impone la rígida estratificación social en la que se desenvuelven.
En Territorio se aborda el tema de la masculinidad, una construcción social que suele estar caracterizada por su rigidez. Los protagonistas son Manuel y Lupe, una pareja joven que desea tener un hijo. Cuando descubren que él es infértil, prueban con distintos tratamientos que resultan infructuosos o de plano están muy lejos de sus posibilidades económicas. Como último y riesgoso recurso acuden a Rubén, un compañero de trabajo de Manuel. Pero esta decisión, planteada inicialmente como algo transitorio, tendrá serias consecuencias para la pareja.
Apenas en años recientes ha ganado aceptación la idea de que la sexualidad tiene varios matices y querer confinarla a dos polos opuestos es cuando menos cuestionable. Todavía hay mucho trabajo por hacer en este país en donde sigue siendo una práctica socialmente aceptada vestir a los niños de azul y a las niñas de rosa.
Así como existen diferentes maneras de ejercer la sexualidad, también podemos hablar de varios tipos de masculinidad. Algunas de ellas se representan de distintas maneras por los personajes. Manuel personifica una más racional y responsable, mientras que en Rubén se manifiesta de una manera más física y sexual. Lupe aprecia la estabilidad emocional y económica de su esposo, pero muy pronto termina atraída por el físico y la personalidad dominante del amigo.
Contrastes
Dejando de lado cierta dosis de obviedad, es interesante observar detenidamente el contraste entre los personajes masculinos. Rubén (Jorge Jiménez), tiene un aspecto tosco y fornido, mientras que Manuel (José Pescina, a quien vimos en Carmín Tropical), es más bien bajo, delgado y luce un discreto bigote. Las diferencias se remontan al pasado de los personajes, como en el caso de Manuel, quien careció de una figura paterna durante su infancia. “Aprendí a jugar primero con la máquina de coser antes que con el balón de futbol”, confiesa a su compañero, mientras que el padre de Rubén era dominante y agresivo.
El título hace referencia a esta característica animal de marcar el territorio. Manuel cuida su espacio, su casa y su relación de pareja. Mantiene a raya a terceros. Pero en el momento en que permite que ingrese Rubén, los roles se invierten, de tal manera que el protagonista se ve definitivamente desplazado del espacio que creía defender.
Todo se canaliza a través de un enfrentamiento de masculinidades en el que no hay un claro ganador. Hay cierto nivel de absurdo en la historia planteado de manera intencional por el director. Este absurdo es el que permite tejer las relaciones insanas que desembocan en una resignación del protagonista ante la imposibilidad de ser padre biológico y al mismo tiempo, la aceptación de su propia y distinta masculinidad.
Vale la pena acercarse a esta obra que se aleja de los temas habituales del cine mexicano que suelen fluctuar entre la comedia fácil y la violencia generalizada, es una interesante aproximación de Clariond a un tema en el que aún no se ha dicho la última palabra.
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