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The Devil in Miss Jones: porno de altos vuelos

Miss Jones

Es cierto, a inicios de los años dos mil las películas para adultos volvieron a los orígenes del género. Se tornaron en escenas de sexo explícito sin mostrar una historia o por lo menos un intento de ella, igual que en los años veinte cuando estas obras llamadas blue filmes todavía se mostraban en burdeles y servían para alimentar la concupiscencia especialmente varonil.

No obstante, y sin ser de aquellos nostálgicos que creen que la bruma del pasado vuelve azul un recuerdo que no fue perfecto, hubo una época en la que el cine pornográfico se mostraba en salas convencionales y generaba enormes ganancias sin tener que ocultarse en salas solitarias o en un baño con un celular.

Existió una gran variedad de películas, desde Blue Movie donde Andy Warhol inauguraba una nueva era en la pornografía, mostrándonos diálogos profundos sobre la guerra de Vietnam y luego mostrando penetraciones igualmente profundas.

Ir de lo básico a lo artístico fue una consigna que varios directores asumieron, entre ellos se encontraba Gerard Damiano. Su película Deep Throat (1972) se convirtió no en la más taquillera del momento (se estaba compitiendo contra El Padrino, hay que reconocer) pero sí fue una de las más rentables. Se estima que el gasto de producción fue de 47 mil dólares, con una recaudación de 600 millones. Así, Gerard decidió crear una película que sería catalogada en su momento como “obra maestra” y quizá fue un acto exagerado, sin embargo, su película The Devil in Miss Jones ha pasado a ser un clásico en la historia del cine.

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El argumento se centra en Justin Jones (interpretado por Georgina Spelvin), una mujer de 40 años que se ha comportado bien durante toda su vida. Pero me refiero a moralmente, no éticamente, porque su objetivo era no cometer ningún pecado capital, una bondad que ofende. Su obsesión con no pecar la lleva a abstenerse de cualquier tipo de actividad sexual y a cargar la piedra de Sísifo en una vida monótona. Esto le trae como consecuencia la depresión, misma que en su peor momento la invita a quitarse la vida.

En el Limbo, una especie de sala del registro civil o el despacho de un abogado, le explican que su currículum es perfecto, digna de ascender al Paraíso sin pasar por aduana, pero el suicidio simplemente no lo pueden aceptar en el Cielo, por ello conviene mejor irse al infierno, sin embargo, sería injusto enviarla al infierno, pues nunca violentó algún pecado capital, algo como un dilema migratorio. Luego de negociaciones verosímiles, convienen en que Jones regrese a la Tierra con una sola intención: saciar su apetito sexual.

Luego de esto se muestran una serie de escenas donde el trabajo del maquillaje resalta para ofrecernos visualmente la caída en la lujuria de Miss Jones. Quizá no buscando la excitación del público, sino una suerte de condescendencia; secuencias -justificadas por la trama- de exploración sexual incluso herejes se presentan en pantalla, el simbolismo, por ejemplo, de tener sexo con una manzana y una serpiente va más allá de simples parafilias de los espectadores.

En la película de apenas 62 minutos hay un interludio, una nueva conversación entre Acad (el oficinista del Limbo) y Miss Jones, donde se explica la irrelevancia que tiene un ser humano en la Tierra.

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Cuando por fin es condenada al Infierno, ella entra a un cuarto iluminado, donde se encuentra a solas con un hombre. Ante su sorpresa, el hombre, interpretado por Damiano, le explica que en el infierno no hay ratas que te coman los ojos ni demonios con trinchetes sacándoles las tripas. El tipo aparentemente tiene varios años en ese sitio y hasta entonces su única compañera había sido una mosca con la que se obsesionó antes de la llegada de Miss Jones.

Ahí se encuentra el verdadero infierno, pues la protagonista ya era una adicta, había caído en la locura, pero su colega no pensaba cooperar, supongo que Damiano creyó que el onanismo no era una respuesta satisfactoria para el final.

Así, luego de una travesía de poco más de una hora, los trasnochados podrían irse a dormir no satisfechos en su panorama corpóreo, sino creyendo que vivir no vale la pena, y morir menos.

Puede ser que este tipo de películas sean estigmatizadas, y con justa razón. No es propiamente para ver en familia un domingo por la tarde, pero el caso de The Devil in Miss Jones es particular. Es una trama interesante, y respecto a lo obsceno, no es nada que alguien que haya visto cualquiera de Gaspar Noé no pueda soportar.

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