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The Revenant y el ego de Iñárritu

En una entrevista con Indiewire, Alejandro González Iñárritu comentaba que él no se imaginaba a David Lean siendo cuestionado por ir a filmar Lawrence de Arabia al desierto. Y tiene razón.

Imágenes: Fox Movies

Su última película The Revenant fue cuestionada, criticada por la dificultad de rodaje. O sencillamente se destacaron las proezas y altibajos de la producción de 135 millones de dólares por filmar en condiciones bajo cero, contra-nieve, contra razón. Iñárritu se desdibuja del ‘vendevilezas’, como lo llamó Ayala Blanco. O se quita un poco esos colores.

Desde Birdman, donde decidió rendirse homenaje a sí mismo, elaborar una oda al ego, ha nacido, tal vez, un nuevo Iñárritu. Empero, el también locutor-publicista continúa la bonita tradición de (¿homenajear o plagiar?) cómo lo hizo en el inicio de Biutiful (copycat de Los amores de una rubia, de Milos Forman) o Birdman, que puede ser (¿homenaje o plagio?) de Balas sobre Nueva York, de Woody Allen. Con The Revenant no sabemos bajo la sombra de qué árbol se ha cobijado el nuevo Iñárritu: ¿Werner Herzog, Terrence Malick, incluso Joe Wright?

En The Revenant el mundo tiene un final, un límite, un lugar donde se termina la civilización y empieza la blanca virginidad de la tierra. Ahí, los árboles, los atardeceres, el cielo, la luz han sido intocables, desconocidos para el hombre. ¿Herzog o Malick? Iñárritu, que no puede desprenderse de su ego y posiblemente ese es el combustible que lo lleve a donde lo lleva, tiene el deber como autor de mostrar secuencias impresionantes, pero también se sienta a contemplar, como pocas veces lo ha hecho.

Copas de árboles, eternos y gélidos paisajes que recuerdan a Ansel Adams, Iñárritu filma el frío que no nos pudo mostrar Robert Flaherty. Se recompone, se reinventa, pero algo no anda bien. Con The Revenant, el frenesí de Birdman quedó en el pasado. El barroquismo dramático de Biutiful también. El maniqueísmo melodramático de Babel, 21 Gramos y el tarantinesco-faulkneriano post-telenovelesco ímpetu de Amores Perros ya huelen a viejo. Empero, la obra de Iñárritu sigue oliendo a que algo está encerrado, a que hay un corazón delator escondido en alguna parte, como si dos hombres dentro de un mismo autor no supiera ser felices y no pudieran mostrar una obra honesta, pero también con la obligación de ser grandilocuente. Como Birdman.

En The Revenant vemos a la humanidad diminuta frente a sus creencias, frente al hombre mismo, frente a la muerte, frente a su descendencia, frente a los animales salvajes. ¿Dónde están todos los salvajes? – reza un cartel escrito a mano, frente a un acto salvaje en sí mismo. Se cuestiona la civilización y la conquista, pero muy de prisa. En idioma indígena Pawnee, Iñárritu intenta recuperar una espiritualidad que jamás tuvo; en cristalino 6K intenta que habitemos en el límite de la supervivencia humana. Le queda muy bien y le queda muy mal. Una mujer flota. ¿Manoel de Oliveira, revisitado? Una voz en off susurra frente a la impotencia del cielo, el invierno, la luz: Insisto: ¿Terrence Malick, revisitado?

El genio (que se repite) Emmanuel Lubezki fotografía casi igual, pero no podemos dejar de admirarlo. Es obligación ver la película en la pantalla grande solo para admirar su fotografía. Sin embargo, Iñárritu y Stephen Mirrione (editor) una vez más insisten en el frenesí contraponiéndose a las (también) grandilocuentes secuencias. ¿Necesitábamos constatar la capacidad de filmar de Iñárritu? Sí, porque es Iñárritu. Es un autor que busca demasiado en la intelectualidad y deja muy poco espacio a su instinto, que llena su poética de retazos. Es un autor que no tiene frescura o sorpresa, lo cual es evidente en todas sus películas… y es que la estructura sobrepasa al relato.

Y es justo en The Revenant cuando importa más el relato que la estructura, que curiosamente Iñárritu ha hecho su primer adaptación de una novela (homónima de Punke). El resultado es hermoso pero catastrófico: una lucha de clases que no debía existir, naturalismo contra maniqueísmo. Un maniqueísmo que ahora no es estructural, sino narrativo. Iñárritu DEBE mostrarse como un gran director y por ello la puesta en cámara es una danza rota que se levanta una y otra vez. ¿Qué queda, entonces? El ególatra autor frente a su falsa obra.

Épica pero deshonesta, The Revenant es un enorme cuadro, de magníficas dimensiones, que se ha pintado sobre un bastidor robado.

 

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