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Tierra de Cárteles: el círculo vicioso de la violencia en Michoacán

CARTELERA RETROSPECTIVA

Con estreno simultáneo en Estados Unidos y México (como debía ser, faltaba más), se presentó Tierra de cárteles (Cartel Land, 2015), tercer largometraje documental del estadounidense Matthew Heineman, filmado principalmente en localidades de la Tierra Caliente michoacana y el desierto del sur de Arizona.

Cartel Land
Imagen: Facebook oficial de Cartel Land

La cinta debutó con éxito en Sundance (ganó los premios de Mejor Dirección y Fotografía), al grado que la directora Kathryn Bigelow se unió al proyecto como productora ejecutiva. En tanto que en México inicia su corrida comercial con poco más de veinte copias en las principales ciudades del país.

Rodar Tierra de cárteles tomó nueve meses de trabajo en Michoacán y casi otro tanto en la frontera sur de los Estados Unidos. La cinta abarca desde los primeros meses de expansión del movimiento de “autodefensas” en los municipios de Tepalcatepec, Tancítaro y Apatzingán, cuando el doctor José Manuel Mireles era el líder claro de la organización; hasta su institucionalización indiscriminada con la intervención directa del tristemente célebre comisionado federal Alfredo Castillo (con todo y sus risibles declaraciones de que ya no existían grupos armados en Michoacán).

Heineman cuenta que acudió a México atraído por la noticia de que civiles se habían levantado en armas como respuesta a los atropellos de los cárteles del narcotráfico, que sumados a la pasividad o plena complicidad de las instituciones de seguridad pública, hacían la vida imposible a los habitantes de varios municipios michoacanos. En un principio parecía una historia simple y heroica, la de los chicos buenos peleando contra los chicos malos, pero con el paso del tiempo, el cineasta se dio cuenta de que la situación era mucho más compleja y peligrosa.

La cinta se centra en la figura de Mireles. Escenas familiares se mezclan con reuniones en plazas públicas, con pobladores que inicialmente se suman sin pensarlo al movimiento encabezado por el famoso médico de una clínica local. Da cuenta también del curioso accidente de aviación que casi le cuesta la vida, su lenta recuperación (durante la cual Estanislao Beltrán, alias “Papá Pitufo”, toma el control de las autodefensas), así como sus constantes devaneos amorosos, los cuales no se molesta en ocultarle a su abnegada esposa.

Como contrapunto, Heineman toma el ejemplo del Arizona’s Border Recon, pequeño grupo paramilitar (con un claro matiz racista), liderado por Tim “Nailer” Foley, quien considera como un deber patriótico impedir la actividad de los cárteles mexicanos en la frontera estadounidense. Equipados con gafas de visión nocturna, rifles automáticos, indumentaria militar y escáneres radiales, sus dudosos éxitos consisten atrapar pequeños grupos de indocumentados rendidos por el agotamiento y el desconocimiento del terreno.

Heineman no logra construir con éxito una analogía entre los grupos de civiles armados en ambos lados de la frontera, sobre todo porque la complejidad del problema en Michoacán rebasa a propios y extraños. Tierra de cárteles es la historia de una serie de gobiernos que le han fallado a la gente, del vacío de poder que ha permitido el surgimiento de nuevos grupos armados y el reciclaje de otros, como parte de un círculo vicioso de complicidades y violencia. Es un documental imprescindible, incómodo pero necesario.

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