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Timbuktu: crítica a la cinta de Abderrahmane Sissako

CARTELERA RETROSPECTIVA

 Por Armando Casimiro Guzmán

Como parte del concepto Sala de Arte de Cinépolis se estrenó en Morelia Timbuktu (2014), cuarto largometraje de ficción que firma el cineasta nacido en Mauritania, Abderrahmane Sissako.

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La cinta tuvo un gran recibimiento en la Selección Oficial del Festival de Cannes, además de que fue una de las nominadas al premio Oscar como Mejor Película Extranjera (con el plus financiero que otorga). En México recorre las salas del país con apenas veinte copias.

Timbuktú (oficialmente Tombuctú), es una ciudad del norte de Malí, en el África Central, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988, gracias a una buena cantidad de edificios históricos, rodeados de estrechas y sinuosas calles de arena. Sin embargo, una serie de vaivenes políticos, el dominio del islamismo radical y el avance de la desertificación, han mermado desde hace años los ingresos turísticos de la región.

Inspirándose en la nota de un diario parisino, en la cual se detallaba la lapidación de una pareja que había tenido dos hijos sin haberse casado, uno de los habituales crímenes cometidos por las milicias islámicas que dominaban la zona, Sissako coescribió el guión de su más reciente filme. En Timbuktu nos presenta a la familia de un pastor que vive en las afueras de la ciudad, su vida transcurre con normalidad, mientras al interior de la urbe se viven toda clase de abusos perpetrados por los grupos armados.

Imágenes cortesía de Cohen Media

Sissako nos presenta, con cierta dosis de humor, a unos extremistas violentos, intolerantes e hipócritas: obligan a las mujeres a usar guantes y también controlan la vestimenta de los hombres, prohíben la música, el fútbol y hasta el cigarro, aunque ellos mismos son ávidos consumidores de tabaco, fanáticos de los clubes de fútbol europeo y seducen infructuosamente a las féminas casadas.

El director busca de entrada generar una empatía con sus personajes, hacerlos ver como personas que trabajan y viven el día a día acompañados de su familia, mientras soportan estoicamente las agresiones de los autodenominados defensores de la fe. Uno podría pensar que debido a su temática encontraremos altas dosis de violencia gráfica, sin embargo, éste es un tema que está muy bien controlado por Sissako, quien afirma que “hablar sobre la violencia o mostrarla de una forma muy espectacular la hace más común y por lo tanto, aceptable”.

La parte visual de la cinta, en la que destaca la escena donde un grupo de chicos juega al fútbol sin balón, debido a la prohibición del deporte, se ve un tanto opacada por el endeble entramado de la historia central, el cual debe reforzarse con una serie de viñetas que hacen alusión a la barbarie de pretendidos matices religiosos, así como su contraparte, la resistencia digna de la población.

Timbuktu es cine de tintes políticos y humanistas, con sencillez y sin florituras, Sissako ofrece la mirada de un musulmán reflexivo e indignado sobre los conflictos que vive la región que lo vio nacer. Hay que decir que es cine más necesario que entretenido, ya que encontramos algunas secuencias en las que resulta una cinta francamente monótona.

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