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Todos están muertos, tragicomedia española

Entre las películas que encontraron un lugar en la cartelera este agonizante 2015 se encuentra el largometraje debut de la española Beatriz Sanchís, Todos están muertos (2014), tragicomedia fantástica que ya pudo verse desde el año pasado en el Festival de Cine de Guanajuato y que en la más reciente edición de los premios Goya (que se entregan cada año a lo más destacado del cine español), estuvo nominada en la categoría de mejor ópera prima.

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El guion es obra de la propia Beatriz Sanchís y ubica el relato en la España del año 1996. Lupe es una mujer que se dedica a hacer tartas de manzana, desde hace años vive encerrada en su casa acompañada solamente por su madre de origen mexicano y por un hijo adolescente con el que lleva una pésima relación. Pocos saben que en los años 80 fue integrante de un famoso grupo de rock y que debió retirarse abruptamente debido a una temprana tragedia. Pero tiempo después, tras una peculiar celebración del día de muertos, las cosas empezarán a cambiar.

La directora cuenta que fue una vivencia personal la que sirvió de inspiración para redactar el guion. Cuando Beatriz era muy joven murió su mejor amigo y no tuvo la oportunidad de despedirse de él. Después de años de cargar con ese peso, se propuso escribir a modo de terapia lo que hubiera sucedido si pudieran reencontrarse en la actualidad. Otro punto de partida fue el amor de la cineasta por la música (en sus propias palabras: “su vocación frustrada”), de todos géneros y épocas, la cual está presente a lo largo de todo el filme y nos trae algunas de las mejores secuencias de toda la obra (imperdible la presentación de los créditos iniciales).

Para el difícil papel de Lupe, la antigua estrella de rock y ahora madre agorafóbica, Sanchís recurrió a una antigua conocida, Elena Anaya (la chica enfundada en vendajes de La piel que habito), con quien hace algunos años sostuvo una larga relación amorosa. Un poco menos inspirados lucen Nahuel Pérez Biscayart como el rockero fantasma, así como las mexicanas Angélica Aragón y Patricia Reyes Spíndola, en papeles más bien cortos y poco delineados.

La película funciona bien en cuanto a que es capaz de crear una atmósfera lo suficientemente sólida como para contener un relato tan peculiar. Es para resaltar que a pesar de sus tintes fantásticos logra salir adelante con una utilización mínima de tecnología digital. Además de la pérdida física de un ser querido, la cinta toca temas comunes como la auto aceptación y los vínculos familiares, además de otros más espinosos como el incesto, que le dan un tono distintivo.

Todos están muertos es una aproximación melancólica a la “Movida madrileña” de los años 80 y una mirada lúdica al tema de la muerte. Es una apuesta que tomó algunos riesgos y no siempre salió bien librada: algunas de sus líneas llevan a verdaderos callejones sin salida (el repentino enamoramiento de Víctor, rubio a lo Kurt Cobain), así como los oscuros orígenes de Pancho. A lo anterior habría que sumarle también un sonido demasiado difuso en algunos diálogos, algo que no adquiere tanto peso como para restar méritos a los aspectos positivos de la obra. Al final, pese a sus tropiezos, el trabajo debut de Sanchís es aceptable y ha generado el suficiente interés como para esperar un segundo largometraje de la joven directora.

 

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