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Tres puntos sobre la lectura, los libros y los poemas

Los hay que escriben para conseguir los aplausos humanos,
gracias a las nobles cualidades del corazón
que la imaginación inventa o que pueden poseer.
Yo, por mi parte, me sirvo del genio para pintar
las delicias de la crueldad.

Lautréamont

Por Adán Echeverría

Sobre la poesía mexicana los apuntes necesariamente son varios en los terrenos de lo estético, y con la pretensión de abarcar toda la literatura se ha intentado contenerla mediante límites e imposiciones que no ganan nada en importancia, pero suman a la tradición lectora.

Fotografías de Ernst Jürgen Schwarzmeier

Estos aparentes límites en que se intenta agrupar, tienen todo de visiones sociales, enfados políticos, y pretensiones de inclusión, y poco de valor más allá de la consecuente aspiracional de llegar a un mayor número de lectores, para lo cual siempre servirá el presupuesto, el mecanismo de los contactos sujetos en el tiempo, y las instituciones en que se demarquen. La poesía es mucho mayor —toda la literatura— a estos parabienes de los autores y antologadores. Lo estético es apenas un sujeto comunicativo, que no deja de ser un reflejo de las lecturas y experiencia de cada autor. El avance tecnológico con fines de comunicación ha prendido, desde los noventas del siglo XX, las posibilidades para que el alcance lector tenga solo una limitación: las ganas de quien quiere buscar información. Su precaria conciencia de qué quiero encontrar y sobre qué quiero validar mis búsquedas. De esta forma la poesía —como muchos otros temas que quieran estudiarse— ya no depende de los grupúsculos que quieran apropiarse las verdades absolutas. Estas torceduras generacionales, y sus consabidas tomaduras de pelo, no son más que ejercicios superfluos, en los que las convenciones vigentes pretenden acomodarse de acuerdo a los muy diversos factores que representen a una generación: por edad, las décadas de su nacimiento, o por las posibilidades y figuraciones de eventos o sucesos, trágicos o mercadológicos; y entonces poder hablar de generaciones X, Atari, del Terremoto (en México refiriéndose al ocurrido en 1985).

Todas al final, en esta vigencia, han dejado de apuntar sobre el divergente discurso en el que se asienta la obra de los autores que se van leyendo y releyendo. Porque precisamente en este releer los trabajos de los poetas mexicanos y extranjeros afincados y editados en México, es en donde se puede reconocer si se está entrando o no a la tradición literaria de nuestro país. La multiplicidad de talleres literarios, encuentros de escritores, premios de literatura, ferias de libro y la lectura, portales de internet, blogs —bitácoras electrónicas— páginas en redes sociales, revistas virtuales; en fin, desde cualquier medio uno se va enterando de las producciones literarias, y éstas han dejado de ser pocas, aunque mantienen algunos vicios, que lejos están de lo literario, y nada tienen que ver con la estética sino con la simple banalidad que rodea, como un aura, a los autores que se lo permiten.

En la literatura mexicana, en la poesía, el discurso viene a ser lo que menos conoce la gente que gusta leer. Haga usted este ejercicio: Hábleme del libro más importante de Julián Herbert, cuál es la temática principal de Alejandro Tarrab, de Maricela Guerrero, de Manuel Iris, Nadia Escalante, Daniel Bencomo o Daniel Saldaña Paris, de Dolores Dorantes, Amaranta Caballero, Lucía Yépez, o Alexandra Botto. ¿Es posible agrupar las poéticas de Ángel Ortuño, Luis Alberto Arellano, Álvaro Solís? ¿Cuál es el mejor poema que ha dado a la tradición Karen Villeda? ¿Cuál es el estado de la poesía escrita por mujeres en las primeras dos décadas del siglo XXI? ¿Cuáles pueden ser las preocupaciones de las poetas mexicanas en esta actualidad, si con Susana González-Aktories señalamos que: ‘es ya en si un hecho indignante que a estas alturas de la historia literaria se sigan elaborando antologías exclusivamente femeninas’?

Porque a la poesía sólo se acercan los poetas (hombres y mujeres), pero muchos poetas se acercan más a otros poetas que a los poemas que estos desarrollan. Los poetas no se acercan a la crítica, la soslayan, no se dejan atrapar sobre ella, no se dejan recibir en sus versos, no conocen a sus colegas, sus fórmulas, sus texturas, sus inclinaciones, cuáles son y han sido sus lecturas, cuál su evolución, escriben poemas, ensayos, cuentos, novelas, o sólo poemas. Los poetas de este año 2016, en México, tienen cientos de contactos poetas en las redes sociales, muchos de ellos becarios, premiados, editados en la enorme diversidad que existe, y ni aun así se leen, ni escriben sobre sus obras nada más allá que unas palabras de presentación de libro, las reseñas halagadoras, algunas diatribas si no somos compas, pero pocos son los estudios profundos sobre sus poéticas, visiones, posturas, y además, sobre aquellos que —quieran o no los académicos— forman parte de su misma generación de escritores. El tema es amplio y los textos pocos.

Ya en 2009, los promotores culturales que gustan de la poesía mexicana Rubén Falconi y Romina Cazón lanzaron el Panorama de la Poesía Mexicana, en la que agrupan la obra de 69 autores. Y desde 2008, yo tuve la oportunidad de reunir en el proyecto Del silencio hacia la luz. Mapa poético de México, la voz de al menos unos 600 autores publicados y premiados en el país; en las páginas de estas obras, los temas son tan variados, incluidos los temas que pueden causar escozor, lo que habla tanto de preocupaciones vigentes como de posturas críticas sobre la época en que se escribe. Porque los autores retratan ese fragmento social que les toca mirar, pensar, criticar además de vivir; y hay que validar lo dicho por González-Aktories: «la poesía mexicana actual se ha vuelto inabarcable».

El académico Mario Calderón (como le gusta que le digan) señalaba en un pequeño texto publicado en la revista de una universidad, que poetas de «la generación de los 50» del estado de Puebla no eran considerados en los diccionarios de escritores del país, y apunta, dándose los dotes de ingeniero vial, que «a pesar de que Puebla se halla a dos horas de distancia de la Ciudad de México». Pero Mario Calderón, más allá de su constante quejerío de: ‘háganme caso o les mando a mi hijo’, tampoco discute propuestas poéticas, visiones, ni el desarrollo de la crítica sobre la poesía. Es decir, no hace crítica, retrata, muestra, se queja, pero no hace crítica ni profundiza jamás en los textos. Hablar y quejarse, poco escribir sobre los autores, es la tónica de siempre, y cuando alguien escribe sobre las obras, se acusan de Resentidos, de Provincianos, de Renegados, de Oficialistas, de…

¿Existen libros sobre la poesía mexicana? Claro que existen. Existen libros, existen prólogos, existen artículos críticos, pero no son del todo abrevados por los lectores; no se difunden, no se discuten, no se cuestionan. La discusión es la misma. Son muchos los poetas, pocos los que leen la obra, pocos los que critican, pocos los que profundizan, pocos los que se acercan a estos estudios de manera concienzuda. Una de las formas de acercarse a la Poesía Mexicana, considerando entonces el amplio número de obras, autores, premios, becas y demás, es hacerlo por medio de las Antologías.

Las antologías que han recogido aquello de lo que líneas arriba hemos dicho, esa intención de poner límites para poder congregar y retratar un espacio de tiempo de la creación poética. «Los años más fecundos en la elaboración de antologías poéticas comienzan en la década de los setenta, con la publicación de treinta y seis antologías.» dice Susana González-Aktories, y luego intenta ser más clara y señala que Zaid además de poner al día un ejercicio crítico-estadístico de poetas, desarrolla la «antolometría» es decir, «la evaluación de los poetas mediante estadísticas y taxonomías de diversos tipos.» Cero profundidad sobre el pensamiento a través del tiempo que viven los autores. Nunca puede ser más importante la vida del autor sino el sentir de su discurso dentro de sus obras.

Malva Flores, en el prólogo de su La culpa es por cantar (precisamente un libro en el que se busca discutir sobre poesía mexicana) nos recuerda que «Ser incómodo» ha sido la función de los poetas pero, además de pellizcarle el culo a la presentadora, o levantarse en el foro, y hacer el performance de tipo(a) rudo(a) «o de protagonizar escándalos en las ferias y pasillos literarios, los poetas eran incómodos porque eran críticos (no sólo de poesía). Eso también ya está pasado de moda, al menos en la forma como acostumbrábamos.» Y es lo bastante castrante. Las lecturas de poemas vueltas espectáculo: «¡Me desnudo y que me bañen con sangre! ¿Escuchaste el poema?, No, pero qué buenas tetas de la chava.»

Aún recuerdo un encuentro de escritores en Mexicali, el turno de leer al poeta Óscar David López, quien se levantó de la mesa, se acercó a una esquina del entarimado, sacó de una bolsa dos maracas, y comenzó a agitarlas mientras iba declamando los poemas del que era su más reciente libro. El compañero a lado mío, se inclinó para decirme: «Supongo que las maracas vienen con el libro, para que tenga sentido el performance.» El romanticismo del poeta aún nos queda a algunos, y se nos tacha, como atinadamente define Malva Flores, de ‘poetas de mantel’: «poetas que no practican gimnasia en el escenario, no disponen de un aparato pictórico-esotérico- musical que los acompañe y leen sentados frente a una mesa cubierta con un paño verde o azul».

Pero el escándalo ahí pervive. Las redes sociales han dado valor a los miles de millones de individuos e individuas que leen poemas, y escriben textos para ponerse a discutir con los poetas. No tengo por qué esperar que una editorial diga que soy poeta. «¿Y dónde publicas tus textos? En un blog que está súper genial, hay buenísimos poetas, excelentes, y mis textos gustan mucho. No creo necesitar el premio Aguascalientes, ni que me publique Tierra Adentro para saber que mis poemas son mejores que los de muchos que están antologados por todos lados.»

Pensar en aquello del autodidactismo, pero de manera irresponsable: «Qué hueva estar comprando libros en las librerías, si uno puede obtener lo que quiera del internet.» O el post que recientemente leí en la red social: «Me decían que vaya a talleres de literatura, me decían que tome clases de literatura, que busque becas, que busque ganar premios, pero acá les dejo la carta de la editorial Po… que ha decidido publicarme sin todas esas jaladas que me dijeron que haga y no hice. ¿Cómo les quedó el ojo?». Y no cabe en el orgullo. Para publicar un libro en papel, deja que alguien invierta en ti, no seas tan soberbio, que alguien valide tu trabajo: un jurado, un especialista, un editor, un grupo editorial. En vez de validarse con un: “T.S. Elliot, publicaba sus propias obras. No tiene nada de malo que tú mismo seas gestor de tu obra, y creador”. Y el único lector, añadiría.

Segunda parte: Del Wereverfresa a la noche triste de Castro-Chimal

 

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