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Turning red y las nuevas paternidades

Turning Red

Esa mañana, luego de un sueño intranquilo, y sobre todo sugestivo sobre la menstruación, Mei despertó siendo un enorme panda rojo.

Quizá ese pudiera ser el inicio de la nueva película de Pixar: Turning Red. A través de evidentes analogías y momentos mágicos, la directora, Domee Shi, nos cuenta el paso de la niñez a la adolescencia.

La probabilidad de que Domee nos narre su vida por medio de un personaje animado es muy alta. Existen muchas similitudes entre ella y Mei. Por ejemplo, ambas son de origen chino y nacionalidad canadiense. Además, llevaron su adolescencia durante el 2002.

Incluso, la idea del desapego natural entre padres e hijos es ya una idea tópica para Shi. Una de las notas más llamativas en medios fue que Red es la primera película de Pixar escrita y dirigida exclusivamente por mujeres. Sin embargo, previamente Shi había obtenido el título de la primera mujer en dirigir un cortometraje en Pixar: Bao (2018). Curiosamente habla sobre el apego emocional de una madre hacia su hijo, al cual preferiría llevar a casos de antropofagia antes de perderlo ante una rubia canadiense. Desde luego, se victimiza a un miembro de la historia.

Lo mismo ocurre en Red (lo del apego, no lo de la antropofagia). Los niveles de victimismo son altos, pues no presentan antagonistas personificados, sino solo personajes con sesgos de percepción ante el mundo. Eso es algo que Disney viene descubriendo desde Coco, Luca y Encanto. La lista continúa, como si se tratara de una afrenta a sus padres bajo una ola de nuevas paternidades. Como diciendo “se trata de romper los ciclos de crianza que dominan nuestra estirpe”.

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Desde luego, las referencias sexuales que todo adolescente vive como resultado de su despertar ante el desorden hormonal son sutilmente introducidas desde que Mei se descubre a sí misma en fantasías con un dependiente de un minisúper que no cumple con las expectativas de la idolatrada belleza que la televisión otorga.

Por su puesto, la elección de un panda rojo no fue una casualidad, pues la propia directora declaró que estos mamíferos son muy parecidos a los adolescentes: ambos duermen mucho, son extremadamente olorosos, se alimentan de golosinas con poco valor nutrimental (bambú para los pandas, cualquier cosa con dos sellos de salubridad para los adolescentes).

Es notable también la adaptación de un panda que mide apenas medio metro en la vida real, hasta un mamífero que va desde dos metros hasta una montaña. Claro, si Gregorio Samsa hubiera despertado siendo un mediano o pequeño insecto poco hubiera sorprendido al lector, quizá Shi tomó la misma premisa.

La película es lenta, con un arco predecible, hasta cierto punto resulta aburrida, sin embargo, en los detalles se encuentra el goce, pues esta es una historia para pegar en la nostalgia, en la de todas aquellas personas que fueron adolescentes en una época donde los celulares tenían el nivel de radiación suficiente para volvernos verdes.

No será sorpresa que la película, como la gran mayoría de Disney, no triunfe en China, ni siquiera censurando momentos lésbicos o creando un panorama muy detallado sobre platillos típicos orientales (como el baozi el cual es una constante en las obras de Shi), pero, por lo menos, en el poco tiempo que lleva, en occidente ha sido bien recibida.

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