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Un adelanto de la nueva novela de Raúl Mejía

En exclusiva para nuestros lectores, compartimos un adelanto de la nueva novela del escritor Raúl Mejía, la cual saldrá en los próximos meses en formato impreso y digital. El autor de publicaciones como Ni se molesten, conozco la salida, nos llevará por páginas de reflexión personalísima que desnudan capítulos de su pasado que ahora mira con cierta ironía, pero que es fundamental para comprender su actual visión de la realidad avasallante.

AMUSED TO DEATH

Raúl Mejía

Por más de una década, desde la ventana de mi recámara disfruté de una linda vista de la parte sur/oeste de la ciudad. Terminó siendo un vil recuerdo cuando algún despacho de ingenieros, empresarios y especuladores, decidieron que era hora de fraccionar ese enorme terreno para construir un nuevo asentamiento humano, otra colonia en el código postal 52095.

No más vacas pastando tranquilamente en esa planicie. Apenas despuntando el 2022 empecé a escuchar los ruidos extraños pero conocidos del progreso, de la urbanización. En cosa de días, las máquinas transformaron la topografía natural. Hasta ahí llegó el bucólico paisaje que por quince años me regaló bellas imágenes de alegres árboles hospedando pajarillos cantarines y vacas pastando en el verano. Todo se convirtió en cuatro rectángulos fraccionados.

Ver trabajar esas máquinas es un espectáculo por el cual algunos pagaríamos, pero como es gratuito, por varios días me quedé embobado viendo a la motoconformadora cuando se enfilaba y -sin detenerse ante nada- levantó todos los huizaches, todas las irregularidades del terreno dejándolo plano, listo para ser pavimentado y ponerle casas para la clase media. Los trabajos de reconfiguración de la superficie campirana se hicieron en menos de cuatro semanas.

En algún momento me pregunté cuántos meses se hubiera tomado uniformar el campo a pico y pala, con cientos de personas acarreando “lo que sobra” para efectos del proyecto ingenieril. Usar mano de obra hubiera dado cientos de empleos, pero a un costo carísimo, inabordable. Con las dos máquinas en acción, sólo se necesitaron dos operarios para el trabajo directo sobre el terreno.

Luego, de manera subsidiaria, docenas de “camiones de volteo” se llevaron el escombro para ser comercializado de otra manera.  Así ha sido con las máquinas. Con ellas se liberó al ser humano de trabajos esclavizantes. El costo fue dejar sin chamba a miles o millones de peones, chalanes y macuarros pero se ganó en algo que se llama productividad, rendimiento, beneficios y abusos. Volveremos a estos conceptos más adelante.

SEGUNDA PARTE

Este texto no se trata de abordar el asunto de la economía en el mundo o las consecuencias del capitalismo salvaje en mi colonia. La escritura se fue por ese rumbo y cuando me percaté de mis ya preocupantes desvíos del tema central, me controlé; una vez lograda la contención, concluyo: hubo una revolución industrial ¿cómo la ven? En su seno y desarrollo, máquinas como la locomotora, los hornos de fundición, los telares o la inefable máquina de vapor, fueron los generadores de riqueza social y particular.

Pues bien, amigos, amigas y amigues, esa “etapa industrial” dejó de tener el peso que tuvo hasta un poco antes de terminar el siglo XX.

Hoy, lo que genera riqueza social y particular es el tipo de conocimiento que dio por resultado una “revolución cibernética” y ésta reparte todos los atropellos y ventajas que, en su momento, repartió la revolución industrial. Si repasan algunas novelas de Charles Dickens se darán una idea de las condiciones “de la masa” en la cuna de esa Revolución. Muchas páginas en Oliver Twist muestran a los miserables londinenses a principios del siglo XIX quienes, como paisaje, pueblan varias de las historias del famoso escritor nacido en la pintoresca ciudad de Portsmouth, en Inglaterra.

El proletariado, en los tiempos del buen Dickens, no se parece al “proletariado global” del siglo XXI porque a las masas de desposeídos actuales suele alcanzarles para un smart phone en su versión austera y con eso se sienten (nos sentimos) partícipes de los beneficios no solo de la revolución digital en general, sino del capital en particular.

Ilusos que somos.

TERCERA PARTE

Les contaré algo de mi querido amigo Carlito Caetano (muy popular en el Jardín de la Nueva España y regionalmente conocido como CC). Carlito es un amigo que acumula papeles como si el siglo XXI digital no estuviera en plenitud. Con él, hace dos años y medio, abordamos el asunto de la ciber revolución y las nociones de progreso en este tiempo dominado por las redes sociales. A ambos nos une el gusto por la lectura y, por varias décadas, la papiromanía.

Además de un gran lector, CC se asume como una persona formada en la izquierda preparatoriana cultivada amorosamente en los famosos CCH (colegios de ciencias y humanidades, para entendernos).

Esa educación setentera le ha refinado varios rechazos a la cultura burguesa. Por ejemplo, se le dificulta confiar en los procesos de bancarización digital y prefiere seguir yendo a hacer fila en los bancos para pagar la luz, el agua y el Netflix. Carlito prefiere sacar un rollo de billetes asegurados con una liga para pagar todo al riguroso cash. No confía en los teléfonos celulares salvo para mandar mensajes o recibir llamadas y se siente intrínsecamente ligado a los procesos sociales.

Considera que la experiencia política, cultural, comunal y económica de Cherán es algo digno de replicarse hasta donde la densidad demográfica lo permita y observa con profundo respeto cómo llevan a cabo el novedoso proceso democratizador los habitantes de esa población bajo el imperturbable esquema de los “usos y costumbres”.

Alguna vez le dijeron “escribe algo sobre Cherán” y, con la humildad sólo dispensada a deidades, CC se excusó diciendo que no podía escribir nada sobre ese pueblo, su cultura y cotidianeidad porque no era indígena y cualquier cosa que publicara podría ser intrusiva.

¿Intrusiva?

Para mis limitadas entendederas, eso es poco comprensible pero bueno, casi todos saben de mis pocas luces respecto a las exquisiteces políticas y culturales. Considero, eso sí, que las prácticas del “experimento Cherán” son interesantes, pero de eso a que sea algo llevado a la práctica bajo lineamientos, códigos o prácticas sólo accesibles a la inteligencia indígena e inaccesible a los mestizos me parece una exageración universitaria, snob y políticamente muy rentable… pero ni se les ocurra tomarme en serio. Doy por hecho el carácter primitivo de mis puntos de vista en este tema sacro, críptico e inaccesible a tozudos.

CC tiene otras fijaciones: nunca coloca su teléfono celular en el bolsillo izquierdo de la camisa por temor a que algún día le explote si los impulsos eléctricos de su músculo cardiaco se contraponen al de su teléfono (o viceversa). Y ambos compartimos, ya lo mencioné, una pasión por la papiromanía, un hobbie al cual renuncié cuando resolví deshacerme, sin sentimentalismos, de cientos de libros y de casi todas las colecciones de revistas invaluables.

Sólo conservé lo esencial: unos tres mil libros (háganme el cabrón favor) y una parte de los ejemplares de la revista Vuelta de Octavio Paz. Todo lo demás se fue a la basura, sobre todo los libros de marxismo porque, aunque no están ustedes para saberlo, yo sí estoy para confesarlo: por algunos años me creí marxista y hoy me arrepiento de no haber conservado al menos unos papeles sueltos de Marx conocidos como Los Grundrisse.

Study Karl Marx

Mi marxismo fue como el de prácticamente todos los marxistas con quienes conviví -debe haber de otro tipo, pero no los conocí- y cuya característica es básica: éramos simples payasos que no avanzamos más de cien páginas en la lectura de El Capital marxiano, pero discutíamos sobre el tema como si lo hubiésemos leído completo.

Como ya se habrán dado cuenta, formo parte de esa infecciosa mayoría que, en la praxis real e insobornable, no pasamos de los best sellers a cargo de Martha Harnecker, de los manuales de Rius y un librito de un tal Nikitin. Algunos vejetes actuales con memoria de elefante, recordarán las dos líneas iniciales del texto del ruso aludido: “La Economía política marxista-leninista es parte de la ciencia íntegra del marxismo-leninismo”.

Clávense en las texturas: “la ciencia íntegra del marxismo leninismo”.

¡Uy, qué miedo!

CUARTA PARTE

Pero esto tampoco trata de esas vainas, sino del recuerdo de una actividad amorosa practicada por varios contemporáneos que bien podemos considerar la semilla germinal de un portento científico: Google.

Me refiero a las carpetas en donde archivábamos los recortes de periódicos acomodándolos en folders con solemnes etiquetas: Economía, Historia, Crónicas, Literatura, Deportes, Política, etcétera.

Esas carpetas preciosas tenían por objetivo facilitar las búsquedas de citas, sentencias y párrafos para documentar nuestras imaginarias publicaciones en revistas de postín. En realidad, pocas veces consultábamos esos acervos y menos publicábamos nuestras ocurrencias. Nos bastaba con saber que algunos artículos sobre Ingmar Bergman estaban en la carpeta titulada “Séptimo arte”. Mi archivo llegó a tener, en su momento climático, seis cajas de Leche Nido en polvo con decenas de folders a los cuales rara vez acudí.

Esa práctica organizativa de papelitos llegó a su fin cuando los “buscadores cibernéticos” empezaron a popularizarse. Mi última ocasión como pepenador de recortes fue allá por el año 2006 cuando a través de alguna versión primitiva de Google pude compilar las letras de canciones inmortales en inglés. Las encontraba y enseguida imprimía. El último folder de esa etapa rupestre -pero postmoderna- fue titulado simplemente como “Canciones”.

Pero todo tiene un ciclo de vida útil o pertinente y en el 2009 mis archivos empezaron a ser una monserga sólo conservada por nostalgia. Tres años después (2012) mis amadas colecciones de revistas en papel dejaron de ser joyas de coleccionista y empecé a regalarlas. Al final las tiré a la basura casi todas menos -ya lo dije más arriba- unos ochenta ejemplares de Vuelta.

Algo había cambiado de manera irreversible en el mundo divertido de la postverdad porque a partir del 2018 dejé de comprar libros en el formato físico. Fue un asunto de pertinencia económica: ¿por qué gastar quinientos pesos por un libro en papel si podía gastar sólo doscientos en uno electrónico? Se trata de leer. Sólo de eso. No de acumular.

Así las cosas, los buscadores cibernéticos hicieron cada vez más exótica la confección de archivos tradicionales clasificados en cajas de Leche Nido Instantánea llenas de recortes de periódicos y ya se los dije: un buen día me deshice de todo eso. Fue triste. Incluso CC me hizo llamadas a la cordura y cuando supo que la decisión era indeclinable me pidió las dos cajas etiquetadas como “Séptimo arte”. No puse objeción. CC es un acumulador compulsivo. Para que se den una idea, les informo: guarda, además, los archivos de su padre, muerto hace más de veinte años.

No puedo decir “extraño esos recortes”. La relación entre el trabajo empleado para conformarlos y el uso que les di es desproporcionada. Bien pude dedicar ese tiempo a aprender algo de mecánica automotriz, tomar cursos de inglés o de computación.

Menciono lo de mis archivos clasificados porque Vicente, otro amigo acumulador compulsivo -pero, en su caso, de fotografías, cámaras, perros y chucherías de toda laya- me comentó su experiencia como pepenador: a la muerte de su padre y cuando se dio la repartición de bienes, él se apropió de una colección de Life en español. ¿Quién no recuerda esa revista mítica y la calidad de su material fotográfico?

Hasta hace unos treinta años sólo los apóstatas ignoraban la relevancia de esa publicación mensual, pero el tiempo todo lo pone en su lugar. Hoy, sólo la recuerdan quienes tienen un interés profesional o curricular en materia de publicaciones del pasado o algunas de aquellas personas medrando entre los sesenta y los noventa años -y cada vez somos menos.

Vicente, inmerso en una crisis de quincenas no cobradas, me llevó al rincón donde atesora negativos y fotos en tonos sepia. En varias cajas envueltas en plástico estaban las revistas. Me dijo, con los ojos anegados en lágrimas, “te las vendo”. Me quedé reflexionando mientras hojeaba algunos ejemplares clásicos: el reportaje con las fotos de Abraham Zapruder, la portada con los Beatles, la de Fidel Castro, la de Armstrong y Aldrin en la luna. Esas cajas tenían (tienen) un indudable valor, pero ¿a quién le importan si todas esas fotos se pueden ver a través de Google y en alta definición? Rechacé la oferta de Vicente Buzz Guijosa.

QUINTA PARTE

Les diré algo más sobre la revista Life: pienso en el talante heroico de quienes trabajaron ahí desde su fundación en 1883. De la misión y visión que alentó a sus redactores y directivos, del ADN necesario para ser parte de esa empresa, del supremo valor (ajá, sí, cómo no) de “ponerse la camiseta” de la empresa.

Este asunto del compromiso con un trabajo, con un ideal y de cómo esas cualidades se transformaron feamente, lo aborda Ryan Avent en su recomendable libro La riqueza de los humanos, en donde analiza esos conceptos que también se practicaban, como credo religioso en la revista The Economist, en donde el autor aún trabaja, pero ni todas esas certezas, requisitos, virtudes o políticas impidieron que el progreso, el inefable Up grade empresarial, transformara la forma de asumir las misiones, visiones y formas de trabajar en la famosa revista inglesa sobre temas económicos.

Ahora volvamos a la icónica revista Life.

En una película del 2013 (The secret life of Walter Mitty), la necesidad de una transformación acorde con los tiempos y el rendimiento del capital en los medios de comunicación, aterrizó en la prestigiosa publicación gabacha. Se decidió que, a partir de un plazo perentorio, dejaría de ser impresa en papel para convertirse en una de formato electrónico. Walter Mitty, el encargado del área de negativos, se mete en tremendos problemas buscando “el negativo 25”.

La cinta se concentra en dos asuntos: en la pérdida de ese negativo necesario para la portada del último número de la edición en papel de la famosa revista, y en las delirantes fantasías de Mitty. De manera paralela asistimos a la tragedia de los despidos de personal. Millones de infelices que se creyeron eso de “ponerse la camiseta de la empresa” -como lo prescribió la cultura laboral en buena parte del siglo XX- fueron echados a la calle. Claro, se les agradeció haber regalado su vida a Life, pero los negocios y el progreso son así. En todos los sistemas político económicos.

Si el tema les interesa, hay otro filme con tema similar: Up in the air (en México le pusieron Amor sin escalas).  Busquen la peli en el streaming

Perdón… ¿en streaming?

¿Ya lo ven?

No es necesario esperar el milagro de que la pongan en Cinépolis, la pasen en la tele, ni de buscar un CD como en el pasado remoto: se puede “bajar” o ver cuando uno quiera. Esta ventaja de ver cuánto y cuando a uno le dé la gana una peli es producto de la revolución digital, cuyos efectos son similares, en sus devastadores efectos económicos y sociales, a los de la Revolución Industrial.

Lo bueno es que al menos tenemos la opción de padecer sus estragos con una extraña sensación de felicidad (experiencia ajena a los hombres y mujeres explotados en la Revolución Industrial de los siglos XVIII y XIX). Hoy se abusa de todos nosotros, pero nos sentimos agradecidos de ser explotados, ninguneados y sobajados porque nos creemos beneficiarios de la revolución digital. Una Tablet, un iPhone, una PC son sedantes placenteros… eso es verdad y endiabladamente paradójico.

Siempre que la humanidad da un paso trascendental (la rueda, la máquina de vapor, la bicicleta, los cañones, los libros, el teléfono) algo se fastidia, miles de personas son desplazadas y mandadas a las orillas de la historia, pero no hay vuelta atrás. Estamos condenados a “avanzar” y a consumir.

FINALE

El fin del capitalismo ha sido decretado desde hace un chorro de años y éste sigue más o menos funcionando. Con achaques, claro. En el siglo XX se prescribieron varias estrategias para su muerte. Una de las más populares fue “agudizar las contradicciones” al interior del sistema y el resultado lo tenemos a la vista “en este preciso momento”: rotundas y señeras carreras políticas se cultivaron al amparo de una gesta revolucionaria con cargo al presupuesto.

Algunos lectores de edad provecta recordarán otra receta para aniquilar al capitalismo: “crear uno, dos, tres Vietnam” pero el autor de la frase no tuvo tiempo de hacerlo porque, primero, lo mataron en Bolivia y segundo, porque las revoluciones estallan (o no) por motivos ajenos a la voluntad de un individuo. Por muy iluminado o mesiánico que sea.

¿Morirá el capitalismo en los siguientes tres años o en el transcurso del siglo XXI? Lo dudo… aunque pueden darse curiosidades tropicales. Los mexicanos, por ejemplo, ya abolimos la faceta neoliberal de ese sistema diabólico. Dejamos de analizar la realidad y pasamos a transformarla (¡a huevo, pos que!) de la manera más práctica: por las gónadas del presidente en turno.

Hoy vivimos una etapa luminosa, impregnada de saliva, de ensueños y de atole. Un bienestar, un renacimiento espiritual, una sana convivencia entre los mexicanos. ¿Quién soy yo para desmentirlos? Sólo les comento, con el mayor de los cuidados y buenas maneras (mi ánimo está lejos de pretender sembrar más enconos) lo siguiente: el capitalismo -o alguna de sus variantes- funcionará hasta que la humanidad se extinga… y ojalá sea pronto.

Si tenemos suerte, antes de desaparecer de la faz de la tierra como especie, el capitalismo quizás sea menos cruel.

No importa cómo lo envolvamos: socialista, social demócrata, comunista, cooperativista, divino, guadalupano, humanitario, solidario o como en Cherán. Estamos condenados a vivir en el rendimiento y la productividad. Nuestra relación con el capital y el beneficio será lo que termine con las condiciones que permiten a los humanos reptar en esta etapa final de la humanidad. Al menos intentemos la coherencia despidiéndonos con la frase que Neil Postman usó como título para uno de sus libros premonitorios: Amused to death.

OTROS LIBROS DISPONIBLES DE RAÚL MEJÍA

Ni se molesten, conozco la salida (versión electrónica; no hay de otra):

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Los mismos sueños húmedos (versión en papel):

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