El 18 de enero de 2015, Brock Turner, estudiante y atleta de alto rendimiento de la Universidad de Stanford, agredió sexualmente a una joven que estaba inconsciente debido a los efectos del alcohol. Diversas declaraciones hechas durante y después del juicio (la condena de Turner fue inusualmente ligera), atenuaban el comportamiento de este joven “prometedor”, que veía truncadas sus aspiraciones deportivas, sin considerar el daño que hizo a su víctima. Es muy posible que la actriz y guionista inglesa Emerald Fennell haya tomado como base las reacciones del caso para escribir y dirigir su primer largometraje, Una joven prometedora (Promising Young woman, 2020).
La película abre con una escena en un antro en donde jóvenes oficinistas observan los desfiguros de una chica ebria y solitaria. Lo que no saben es que Cassandra (Carey Mulligan), utiliza esta táctica para practicar una de sus actividades favoritas: fingirse alcoholizada para captar agresores sexuales. Invariablemente ellos insisten en “prestarle ayuda”, pero justo cuando pretenden consumar la agresión, la joven recupera la sobriedad para recriminarlos y humillarlos por su conducta.
¿Cuál es la motivación de Cassandra para practicar este juego tan peligroso? Conforme avanza el metraje nos enteramos de que acaba de cumplir 30 años, vive con sus padres y tiene un trabajo mediocre en una cafetería. Años atrás fue una destacada estudiante de medicina, pero abandonó la escuela después de que su mejor amiga fue violada mientras estaba inconsciente en una fiesta universitaria. Mientras la amiga se hundía en la depresión, su agresor se graduaba con honores. La rabia que la consume, en poco tiempo se convierte en desesperación y ánimos revanchistas.
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En ese sentido funciona como una típica película de venganza: la víctima que busca reparar una injusticia. Pero va más allá. A lo largo de la narración encontramos una serie de comentarios y actitudes de los personajes masculinos que trivializan o de plano justifican el abuso. Se culpa a la inmadurez, al alcohol, al comportamiento de la víctima… pero nunca al agresor. Ante un entorno que minimiza la agresión sexual, Cassandra alterna su cruzada vengativa con bajones emocionales que le impiden seguir adelante con su vida.
La llegada de Ryan, un joven pediatra, excompañero de facultad, parece sacar a la joven de su estancamiento emocional. No obstante, la aparición de nuevas evidencias sobre el caso de su amiga, hace resurgir su proyecto de venganza. Pero lo que busca no es la muerte de los agresores, sino su arrepentimiento, que reconozcan que su comportamiento fue inadmisible. Cassandra quiere reconciliarse con esa parte de su pasado y tal vez, si las condiciones lo permiten, perdonar.
No es un tema sencillo. Es evidente que los cambios sociales que se requieren para dar solución al problema no llegan lo suficientemente rápido (“¿Qué te pasa? ¿Acaso estamos en los noventa?”, recrimina cínicamente un tipo cuando piensa que su amigo ha dado muerte a una prostituta en su despedida de soltero).
Quizás la parte más difícil de hacer esta película era encontrar el tono adecuado para abordar con seriedad el tema pero que al mismo tiempo resultara entretenida. Emerald Fennell logra amalgamar esta dicotomía encarnándola en el personaje principal. El aspecto inofensivo de una chica que trabaja en una cafetería, rodeada de tonos pastel y música pop femenina, contrasta con la mujer resentida que sale a los bares para desenmascarar a potenciales depredadores sexuales. El final no podía ser de otra manera, Cassandra, la que enreda a los hombres y de quien todos dudan, según el mito griego, ha encontrado su destino: debe sacrificarse para que le crean y de una vez por todas, poner el tema sobre la mesa.